Por: EL PAÍS | 03 de diciembre de
2012
Por ELENA GARCÍA QUEVEDO en Jerusalén
Es viernes, mediodía de invierno en Jerusalén oeste, en plena ciudad judía.
Un puñado de mujeres vestidas de negro se deja ver en la plaza de Hagar, más
conocida como Paris. Están en la intercesión de las céntricas calles King
George y Azza, junto a una fuente de aguas cristalinas. Es decir: muy cerca de
la casa donde vive el primer ministro. Y es justo la hora de trasiego donde se
ultiman las compras para el shabat, cuando todo se para aquí.
Ellas son pocas, menos activistas cada vez, pero llaman la atención. Y
mucho. Todas visten de negro, y todas llevan un cartel en forma de mano –que
tanto para judíos como para musulmanes es un icono religioso y laico de paz-
donde se leen frases que piden el fin de la ocupación: shalom, shalam. “Stop
the ocupation”. Se hacen llamar Mujeres de Negro, y son el
grupo pacifista nacido en 1988 a la sombra de la primera intifada, creado por
ocho mujeres que decidieron manifestarse un día a la semana siempre en el mismo
lugar público para que su presencia supusiera la denuncia en si. Era la primera
vez que las mujeres dejaban al margen a los hombres en este contexto y en este lugar
del mundo. Nominadas varias veces para el premio Nobel de la paz, su ejemplo ha
sido imitado en otros países.
Saben que son un humilde dedo sobre la llaga de la sociedad que intenta
darles la espalda. En torno a ellas, llueven los insultos al igual que ha
ocurrido siempre. Pero ellas ni se inmutan. Tienen muy claro lo que hacen: solo
esperan. Mucho más las mujeres más mayores que a lo largo de los años han
destacado por su edad en el grupo. Es el caso de Renate Wolfson, pacifista que
se ha manifestado viernes a viernes durante más de quince años en esta misma
plaza.
Nació en Alemania, vivió las consecuencias del fervor nazi hasta que pudo
escapar rumbo a Estados Unidos poco antes de la noche de los cristales rotos,
punto de inflexión para el pueblo judío. Veinte años más tarde decidió venir a
Israel como una sionista más, en busca de su lugar en el mundo.Aquí ha vivido,
ha gestado una familia y una nueva forma de ver el mundo. Aquí ha hecho lo que
su conciencia le ha dictado: ser crítica. Renate nunca ha estado sola.
Otras muchas mujeres de edad, abuelas, destacan en el pacifismo de Israel
por su propio periplo vital y obligan a recordar cómo se creó el estado de
Israel, la llegada masiva de judíos a Palestina y las guerras. Lejos de
Jerusalén, en Tel Aviv, Hava Keller es
la abuela del pacifismo israelí. De hecho, para muchos su propia historia es
una alegoría de su país; un icono. Nacida hace más de ochenta años, logró
escapar del holocausto donde parte de su familia murió. Hava participó en la
guerra del 48 a pocos kilómetros al norte de Aco. Allí comenzó su necesidad de
paz: un día entró en un pueblo que los palestinos abandonaron huyendo de los
bombardeos, miró debajo de la cama y vio los zapatos de dos niños. Fundadora
del Committee for Women Political Prisioner, en 1948 Keller soñaba con que tras
la primera guerra la convivencia entre judíos y palestinos fuera posible, pero
pronto supo que el país que había contribuido a crear iba a estar lejos de sus
sueños. Ahora vive en Tel Aviv, en los últimos años ha ayudado a recoger las
olivas a los palestinos, se ha manifestado delante de las cárceles, de las
demoliciones ilegales de casas, de los asentamientos; es y ha sido una figura
clave en varios frentes del pacifismo.
“La única posibilidad de vivir como humanos comienza porque palestinos e
israelíes vivan en paz. La alternativa es la guerra”, suele decir. Convencida
de que esta es la única vía para que Israel alcance su propia paz, Hava ha
trabajado en todo momento para establecer puentes con la sociedad palestina.
Muchas otras mujeres siguen su ejemplo y trabajan en esa misma línea. Amira Hass lo hace con su
pluma. Es periodista, escribe en el progresista Haretz que es el más prestigioso del abanico
periodístico israelí y desde hace más de trece años vive en la capital de
Cisjordania, en Ramallah, donde se celebraba el reconocimiento de la ONU del
Estado palestino. Hass vivió antes en Gaza, donde aprendió a hablar árabe.“No
escribo sobre la miseria de los palestinos sino sobre los efectos de las
políticas israelíes. No se trata de los pobres palestinos, se trata de
nosotros”, afirmaba en una entrevista con David Remmick, editor del New
Yorker.
Marcada por la historia de su madre, una yugoslava judía que vivió en
primera persona la tragedia del campo de concentración donde las mujeres
alemanas miraban hacia otro lado al ver el maltrato a los judíos, Amira decidió
no hacer lo mismo que ellas. Ese fue el principio que empujó su forma de vida y
su toma de partido. Hass trabaja para que los israelíes conozcan la vida
cotidiana de los palestinos. Para ello experimenta en su propia piel, día y noche,
y con su propia vida. Las crónicas de la periodista israelí hablan de la
tragedia cotidiana palestina; de sus restricciones, detenciones, violaciones,
de cómo las familias sufren los efectos de la ocupación; y de cómo es un día
cualquiera de una persona cualquiera en Palestina. Sus palabras llegan a los
israelíes para quitar la venda de sus ojos y hacerles ver lo que difícilmente
conocen: Los israelíes, salvo excepciones como en el caso de los periodistas o
soldados, jamás pasan al otro lado del check point.
Hay muchas más mujeres en la lucha pacífica israelí que en algunos casos
como la organización Bat Shalom, entre otras muchas, han trabajado hombro con
hombro con organizaciones de mujeres palestinas como es Jerusalem Center for Woman, que al otro lado de
la línea verde centra su trabajo en el que las palestinas tomen conciencia de
sus propios derechos; y de su papel clave en la construcción de una sociedad
democrática. En el este la toma de conciencia de la mujer acerca de sus
derechos se atisba como clave del cambio político y social.
Pese a todo, la lucha pacifista cada vez es más marginal. Cada vez son más
los pacifistas que acusan a Israel y a su sociedad de vivir un sistema de aparheid
que, alimentado por la creación del muro, invisibiliza la tragedia cotidiana
palestina y dificulta la vida en Cisjordania. “Cada vez se radicaliza más la
separación”, dice el activista israelí Sergio Yanhi, que forma parte de la
organización The Alternative
Information Center. “Cada vez es más evidente el sistema de aparheid
en la sociedad israelí que vive de espaldas a la ocupación ”. Por ello, el
trabajo de gran parte del pacifismo ahora se centra en la crisis social
palestina e israelí; en la pobreza que se hace más aguda a ambos lados de la
línea verde y crece con la guerra.
Son las cuatro de la tarde junto a la plaza donde se manifiestan las
mujeres cada viernes, pero hoy hablo con Shalom, un intelectual religioso que
ronda los ochenta años a quien pregunto acerca del pacifismo. “A todos nos
gusta hablar de paz, pero si se trata del futuro de mis hijos prefiero ser lobo
a ser cordero”. Al otro lado de la línea verde, poco después, Mohamed otro
hombre musulman, intenta explicarme su punto de vista sentado en la mediana de
la carretera que une Jerusalén a Jericó mientras esperamos la llegada del
transporte comunitario.
“Los israelíes son gente buena, pero la guerra es política”, me dice antes
de añadir: "En Palestina todos esperamos”, me dice. ¿A qué?, pregunto. No
esperamos nada.
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