La valla, de 10,3 km de longitud, 4 metros de alto y
coronada por alambre de espino, está ubicada al noreste de Grecia.
Su construcción ha costado más de 3 millones de euros
sufragados enteramente por el Gobierno heleno.
En 2010 se desplegó una misión policial europea que
redujo el número de inmigrantes que cruzaban esa frontera entre Turquía y
Grecia.
Sin embargo, provocó que muchos optasen por rutas más
peligrosas, como el mar Egeo o cruzar el río Evros.
EFE. 26.01.2013 - 16:38h
Los alrededores de la estación de tren de
Orestiada, situada en el noreste de Grecia
junto a la frontera turca, están cubiertos de zapatos, mocasines de imitación y
zapatillas deportivas. Los han abandonado inmigrantes y refugiados recién
llegados desde Turquía, como si así, cambiando de calzado,
pudiesen también trocar su suerte y empezar una nueva etapa.
Hasta hace poco esta estación de tren era una de las
primeras paradas ya en territorio europeo de las rutas migratorias que
se inician en África, Oriente Medio o Asia. De Orestiada, viajaban a Atenas y,
de allí, a la costa oeste de Grecia para colarse en algún barco hacia Italia
y, como polizones, continuar su ruta hacia la Europa más próspera.
Ahora las ropas y los zapatos abandonados se pudren
a merced de las lluvias del invierno, ya que apenas pasan inmigrantes
por este punto. "En 2010 sufrimos un tsunami de inmigrantes pues por esta
zona entraron ilegalmente unos 36.000", explica el director general de la
Policía de Tracia, Georgios Salamangas.
Entonces se desplegó una misión del cuerpo
policial europeo Frontex y se reforzó la cooperación con las
autoridades turcas. Igualmente, el pasado agosto se enviaron 2.000 efectivos más
de Policía a la región y recientemente se concluyó la construcción de un muro
en la frontera greco-turca.
La valla, de 10,3 kilómetros de longitud, 4 metros
de alto y coronada por alambre de espino, ha sido elevada sobre las huertas
que antes hacían de frontera entre estos dos países y su construcción ha
costado más de tres millones de euros sufragados enteramente por el Gobierno
griego, ya que la Unión Europea se negó a financiar un proyecto que ha desatado
protestas de los grupos de derechos humanos.
"Los resultados de la operación policial
y de la valla son muy buenos. El número de inmigrantes que cruza
ilegalmente se ha reducido drásticamente. Esto debería satisfacer no sólo a
Grecia sino a toda Europa porque todos estos inmigrantes no quieren quedarse
aquí, sino ir a otras capitales europeas", añade Salamangas.
La vida junto a la valla
Los vecinos que viven junto al nuevo muro están, con
todo, satisfechos, aunque reconocen que, aparte de pisadas en sus campos de
cultivo, nunca han tenido mayores problemas con los 'sin papeles'.
"Antes venían muchos. Con el muro ya no pasan más.
Pero, ¿por qué vienen a Grecia? Esto no es el paraíso. Aquí hay crisis,
no hay trabajo", critica el viejo Vangelis mientras despluma un pollo.
Sin embargo, Jalid, un paquistaní que hace dos años
cruzó ilegalmente esta frontera se defiende: "Ya sé que aquí las cosas no
son fáciles, pero en Pakistán están peor. Si no fuese así, no habría
venido".
Algunos locales, en cambio, sí que han alzado la voz
contra la construcción del muro, como el joven Panos, de Orestiada.
"Lo irónico es que Orestiada se construyó para
los refugiados griegos expulsados de Turquía y los hijos de estos
refugiados emigraron en 1960 a Alemania para ganarse la vida. Ahora,
construimos una valla contra refugiados e inmigrantes", lamenta.
Gökhan Tuzladan, periodista turco que vive al otro
lado de la valla, asegura además que no solucionará el problema de la
inmigración irregular.
"Está claro que la valla tiene un efecto
disuasorio, pero sólo cubre 10 kilómetros. Los otros 190 kilómetros de
frontera sólo están separados por el río Evros. Y por ahí sigue habiendo gente
que cruza ilegalmente", apunta y añade que incluso se están empezando a
producir entradas ilegales de Turquía a Bulgaria, a pesar de que este país no
forma parte de la espacio Schengen de libre tránsito europeo.
Las consecuencias del muro: hacia rutas más
peligrosas
Las organizaciones humanitarias denuncian que,
debido a la valla, los inmigrantes están utilizando rutas más peligrosas,
como el Mar Egeo —donde en los últimos meses se han producido varios
hundimientos de pateras— o el propio río Evros.
Según datos de la Policía, entre 2010 y 2012, murieron
112 inmigrantes ahogados o de hipotermia mientras trataban de cruzar el río,
pero el muftí musulmán de la provincia griega de Evros, Serif Damatoglu,
asegura haber enterrado él mismo a unos 400.
"Yo sufro mucho. Ves a esta gente que es tan
joven y ha perdido la vida... y en ocasiones no son uno ni dos, sino grupos de
nueve o diez a los que tienes que enterrar. Algunos cadáveres llegan incluso mutilados
por haber pisado las minas que hay en la frontera", afirma.
En el pueblo de Sidiro han habilitado un pequeño monte
para enterrar estos cadáveres.
La lluvia del invierno cae
inmisericorde sobre los montones de tierra, algunos todavía frescos, que cobijan
los cuerpos sin vida de los inmigrantes. No hay lápidas. Nadie conoce el
nombre de sus ocupantes ni su país de origen. Ni cuántos miles de kilómetros
recorrieron para venir a morir a las puertas de Europa.
Ningún comentario:
Publicar un comentario