El Reina Sofía ‘descubre’ el genio de Robert Adams,
cartógrafo del Oeste estadounidense
Es la primera retrospectiva consagrada al artista en
Europa
Los ríos, los álamos y chopos, los caminos y carreteras, el tendido
eléctrico, los bosques talados, el cementerio, la escuela abandonada… quizá la
gran novela americana no está en manos de un escritor sino en la mirada
lacónica, concisa y austera de un fotógrafo solitario, Robert Adams, el hombre
que lleva cuatro décadas (nació en Nueva Jersey en 1937 y hoy vive en la otra
punta del mapa, en el noroeste de Oregón) intentado escrutar el paisaje de las
llanuras. Su primera retrospectiva en Europa, desde ayer y hasta el 20 de mayo
en el Museo Nacional Reina Sofía, brinda todo el dolor, conocimiento y épica
que requiere uno de los misterios más insoldables de la cultura moderna: el
Oeste Americano. “En este paisaje el misterio es una certidumbre, una
certidumbre elocuente”, escribe el fotógrafo, poco amigo de viajar más allá de
su territorio.
Robert Adams: el
lugar donde vivimos ocupa 10 salas de la tercera planta del
Reina Sofía. Más de 300 fotografías de pequeño formato y más de 40 libros
dispuestos en un espacio expositivo que, como el paisaje que describe Adams,
resulta tan luminoso como huraño. Al llegar, uno solo percibe la inmensidad,
pero al acercarse a las series de fotografías (que requieren tiempo y foco),
las imágenes dejan de ser diminutos puntos en ese mapa que nos guía de sala en
sala, de pueblo en pueblo, de historia en historia. La vastedad del territorio
se resuelve entonces como la del propio hombre, el que mira y el que dispara.
“Las fotografías de Adams se leen”, afirma Joshua Chuang, comisario de la
exposición y uno de los responsables de la catalogación de su obra en la Yale University Art Gallery. “El montaje
de esta exposición es el más hermoso que jamás he visto de Robert Adams, es una
novela épica de la historia de Estados Unidos. Cada sección es un capítulo de
esa gran historia. Un recorrido íntimo, sin más información que algunos textos
del propio artista, que nos lleva a preguntarnos por los lugares donde
vivimos”.
Chuang explica que la idea del título de la exposición, esos “lugares donde
vivimos”, surge del prefacio que el crítico e historiador John Szarkowski,
director del Departamento de Fotografía del MoMA entre los años sesenta y
noventa y uno de los impulsores de la carrera de Adams, escribió para el
fotolibro New West (1974): “Su moral es que el paisaje es para nosotros
el lugar donde vivimos. Si lo hemos usado de mala manera no podemos
despreciarlo sin despreciarnos a nosotros mismos. Si hemos abusado de él,
destruido su salud y construido en él monumentos a nuestra propia ignorancia,
sigue siendo nuestro lugar, y antes de poder seguir adelante tenemos que
aprender a amarlo”.
Adams fue un niño enfermizo que a los 15 años se trasladó con su familia al
estado de Colorado. Ahí descubre las grandes llanuras y ahí descubre también la
incontrolada mano del hombre en la ciudad de Colorado Springs. Se traslada a
California para estudiar literatura y regresa en los años sesenta a Colorado
como maestro. “Al igual que muchos otros fotógrafos, comencé a hacer
fotografías porque quería documentar aquello que contribuye a la esperanza: el
insondable misterio y la apabullante belleza del mundo”, escribe Adams. “Sin
embrago, a lo largo del camino la cámara captó también pruebas en contra de la
esperanza, y al final concluí que también eso formaba parte de las imágenes si
quería que fueran veraces y útiles”.
“En 1975, la exposición Nuevas topografías: fotografías de paisajes
alterados por el hombre cambió la percepción del paisaje que hasta entonces
ofrecía la fotografía”, explica Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía.
“Estaban Nicholas Nixon, Lewis Baltz, Bernd y Hilla Becher... pero por encima
de todos destacó Robert Adams, un fotógrafo que sigue siendo un desconocido en
nuestro país. No hay concesión romántica ni idealista en su trabajo. Su
realidad es la de un cartógrafo. Trabaja como un antropólogo o etnólogo, a la
manera que expresó Lévi-Strauss”. “El paisaje”, añade, “es el elemento que le
permite cuestionar la modernidad. En su trabajo hay belleza, tragedia,
desesperanza y esperanza. Nada más cercano a la actualidad”.
Una contradicción que el propio Adams apunta en un texto situado al final
del recorrido, que para João Fernandez, nuevo subdirector del centro, concentra
“la ética” de su obra. En el prefacio de su libro The place we live,
Adams cita un verso de Hölderlin (“vivir es defender una forma”) que le podría
servir, dice, de “epígrafe”: “A lo largo de la historia, el arte ha sido un
elemento de esa defensa, un testimonio de nuestros esfuerzos por encontrar la
armonía en las contradicciones aparentes”. Y así vuelve a las mismas preguntas:
“¿Por qué lo arriesga todo el autor? ¿Por unos sucesos que no puede tolerar?
¿Por una promesa? ¿Por una persona, una estación o un libro? ¿Por un árbol o
una carretera?”
En uno de sus viajes a Keota, Colorado, Adams se encontró con la tumba de
un hombre que había conocido en las llanuras. En la lápida puso: “Clyde L.
Stanley. Keota, mi hogar durante 63 años”. El laconismo de la frase fascinó al
fotógrafo. “Seguramente reflexionó mucho antes de decidir que era lo más
imporante, y supongo que recordaría la ventisca que había contemplado a través
de las ventanas, el aroma de la salvia después de los aguaceros de verano, las
conversaciones que había mantendo con los vecinos. El lugar: él era ese lugar a
través del amor que le profesaba”.
Después de todo, a la gran novela americana quizá le basten unas pocas
palabras.
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