17 enero 2013. 20minutos.es
La joven que ocupa el centro visual de la foto es Simone Touseau. Tiene 23
años y lleva en brazos a su hijo, un bebé de menos de un año. Antes del paseo público
de escarnio y venganza a Simone le habían rapado el pelo al cero y marcado
la frente con un hierro candente. El pueblo la acusaba de “colaboración
horizontal” con los nazis, es decir, de haber mantenido relaciones sexuales con
un militar alemán en los años de la ocupación de Francia.
Un paso frente a la muchacha, con boina y una bolsa de tela, camina su
padre, George Touseau. Tras él, semioculta, también rapada a la fuerza, marcha
su esposa, Germaine, madre de Simone. Toda la familia es sometida a la
humullación.
La fecha y el lugar son conocidos: tarde del miércoles 18 de agosto de 1944
en la calle Beauvais (que en la actualidad se llama Docteur Jacques de Fourmestraux) de Chartres,
la ciudad francesa de la prefectura del Loira que goza de la bien merecida fama
de una catedral gótica iluminada por un conjunto de vidrieras —considerado por algunos como el más
bello de Europa— donde una virgen “linda, rubia y con los ojos azules”,
como dicen con orgullo los hijos del pueblo, propone los méritos de
grandeza, humildad, pureza, compasión, experiencia, serenidad, tristeza,
sonrisa y majestad. En la foto, tomada muy cerca del templo, no hay un ápice de
ninguno de esos valores. La imagen, sin gota de piedad, es la de una purificación
por la vía del escarmiento.
Quizá ya se hayan percatado ustedes de que el momento es coincidente con la
liberación de
París. El fotógrafo había entrado en Francia diez semanas antes, el
6 de junio de 1944, incrustado en las tropas estadounidenses que desembarcaron
en la Playa de Omaha, en la operación
militar de Normandía que precipitó la caída de Hitler. El reportero,
asignado por la revista Life, estaba a punto de cumplir 30 años y,
aunque se llamaba Endre Friedmann Erno, todos le conocían como Robert Capa.
La foto, que ha sido llamada La Tondue de Chartres (La rapada de
Chartres), tiene el don de la oportunidad que le sobraba a Capa, al que
avisaron de la celebración en Chartres de juicios populares y sin garantías en
contra personas acusadas de haber colaborado o mantenido relaciones con los
nazis. El reportero salió corriendo con una cámara Contax. No llegó a tiempo
para asistir a varias ejecuciones sumarias in situ, ni al
trabajo de un peluquero local que rapó a doce mujeres que ejercieron, según el
tribunal del porpulacho, la “colaboración horizontal”, pero hizo la foto de
Simone Touseau, su hijo y sus padres acompañados por la turbamulta de adultos y
niños. La imagen dió la vuelta al mundo.
Gérard Leray y Philippe Frétigné, vecinos de
Chartres, quieren reconstruir los detalles de una imagen demasiado cargada de
emoción irracional. Gracias a ellos sabemos que la chica rapada había trabajado
como intérprete para el ejército nazi desde 1941 y que se había liado con un
soldado, del que sólo conocemos el nombre de pila: Erich. Cuando él, destinado
al frente del este, resultó herido en combate, Simone se trasladó a Munich para
acompañarlo en la convalencencia. Fue en la ciudad bávara donde se quedó
embarazada. Dedicidió regresar a Francia en 1943. Tanto la chica como sus
padres, según las acusaciones verbales de algunos vecinos, simpatizaban con el Partido
Popular Francés del filonazi Jacques Doriot.
Madre e hija fueron internadas en la cárcel y juzgadas, esta vez con garantías
procesales, en un proceso por traición que sólo concluyó en 1947. La sentencia
condenó a Simone a diez años de degradación nacional, la figura punitiva
establecida tras la guerra que dejaba sin derechos y convertía en ciudadanos de
segunda a los colaboracionistas. Simone se entregó a la bebida y murió en 1966,
a los 44 años. El bebé al que lleva en sus brazos en la foto vive todavía en
Chartres, pero ha cambiado de identidad.
La foto, de una crueldad porosa y eterna, abre algunas líneas
de debate sobre las irracionalidad de la justicia popular y la necesidad
de cabezas de turco que justifiquen los pecados colectivos. Casi siempre, como
resulta revelador, se trata de personas débiles. Alguien ha señalado, no sin
razón, el contraste del caso de Simone Touseau con los de, por ejemplo, Maurice Chevalier y Édith Piaf, que cantaron
para los alemanes ocupantes; Pablo Picasso, que siguió residiendo, pintando
y vendiendo óleos en su apartamento parisino durante buena parte de la ocupación
nazi; el cineasta Marcel Carné, que no dejó de rodar películas,
o la mecenas millonaria Gertrude Stein, que no se cortó un pelo (¡y
era judía!) en mostrar su admiración por Hitler.
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