El convento de Santa Clara dedica al fotógrafo
documentalista su primera gran antológica
En la retrospectiva también se exponen algunas de sus
retratos más recientes
Rapa das bestas en Sabucedo, 1972 |
Durante mucho tiempo, la obra de Rafael Sanz
Lobato (Sevilla 1932) ha sido ignorada por las instituciones y, lo
que es peor, desconocida para el gran público. Premio Nacional
de Fotografía 2011, su manera de entender la fotografía
documental, le habían convertido en un fotógrafo de culto entre sus compañeros
de oficio y entre los amantes del género. Las series dedicadas a las
procesiones de Semana Santa de Bercianos de Aliste (Zamora), la rapa de las
bestas en La Estrada (Pontevedra) o el auto sacramental de Camuñas
(Toledo), son algunos de sus trabajos más conocidos, pero su obra es mucho más
amplia y compleja. Así se puede ver por fin en el Convento de Santa Clara de su
Sevilla natal, en una exposición antológica compuesta por 137 fotografías
realizadas entre 1960 y 2008 en la que junto a sus obras más celebradas se
muestran sus composiciones abstractas y sus retratos más recientes.
Vinculado a la generación que en España empezó a entender la fotografía de
una manera ajena a los cánones oficiales, sus primeros trabajos están fechados
a mediados de la década de los cincuenta, aunque su etapa más fructífera se
situa entre los setenta y ochenta. Sanz Lobato realizó casi toda su obra
durante los fines de semana. El tema era los ritos y costumbres de los pueblos
de España. “A diario trabajaba en una empresa americana de aparatos de
compresión”, contó en una
entrevista con EL PAÍS. “No trabajábamos los sábados y a primera
hora cogía mi coche, mi dos nikons compradas a plazos y elegía un sitio
del mapa: los caballos de Galicia, los Toros de la Vega... y ahí empezó mi
documentalismo antropológico. Era el 72, el año en el que compré el coche. Un
fin de semana hacía las fotos y otro las revelaba. Fueron 15 o 16 años
frenéticos, disfrutando muchísimo y trabajando más”. Siempre ha presumido de no
haber impuesto su presencia en la escena retratada y de no haber manipulado
jamás lo que ocurría ante su objetivo. Siempre con permiso y todo auténtico.
Los comisarios David Balsells, conservador jefe de fotografía del Museo Nacional de Arte de Catalunya
(MNAC), y Chantall Grande, comisaria independiente, han querido
destacar la visión antropológica del autor y la perfección de cada una de las
tomas. Sanz Lobato es de los que se ocupaban de cada fotografía desde el
principio hasta el fin del proceso. Y así lo sigue intentando hacer, pese a sus
80 años y a la enfermedad degenerativa en la vista que sufre desde hace años.
En la estela de los grandes retratistas del siglo XX (Irving Penn, Eugene
Smith), todos sus personajes han sido elegidos por la fascinación de su mirada,
por el atractivo o la fuerza dramática de alquien que, casualmente se ha
cruzado en su camino. Radical en sus principios, jamás ha aceptado un encargo y
de ello ha presumido toda la vida.
En realidad, Sanz Lobato tiene motivos para presumir de
su obra. Un recorrido por escenarios cargados de tanto drama como verdad y
belleza. Son lugares y personas que hablan de la historia eterna de este país y
que Sanz Lobato ha buscado con toda su energía. Encontrarlos ha sido el motivo
de su vida y su mayor recompensa. “Ese momento en el que descubres una
situación o una persona que es justo lo que estabas buscando, es impagable. No
hay nada igual”.
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