Ánxel Grove. 30 enero 2013. 20minutos.es
Acaban de publicar la colección The Complete
Columbia Recordings, un compendio integral de diez discos con
todas las grabaciones entre 1923 y 1932 de la mejor cantante de blues de todos
los tiempos, Bessie Smith (1894-1937).
La circunstancia de la edición —una vieja demanda de los amantes del
blues finalmente cumplida— justifica que repasemos la vida y la obra de unas
cuantas pioneras, con frecuencia olvidadas por la propaganda o los falsos mitos
(¡he llegado a escuchar más de una vez que Billie Holiday, que llegó más tarde y se
inspiró en las big mamas, fue la primera mujer que cantó un blues!).
En un momento nada cómodo —depresión económica, racismo y sexismo
rampantes, tiranía blanca en las radios y prohibición expresa de que los
negros cantasen todo aquello que no fuese vodevil costumbrista— este grupo de
vocalistas se enfrentó al estatus dominante y logró consolidar la música racial
de los doce compases y el dolor.
Su historia también contiene una paradoja: aunque cantaban sobre las
fracturas del alma y la ingratitud de la vida de la misma manera que lo hacían
los bluesmen rurales de las plantaciones de algodón, las big mamas
se comportaban como divas, gastaban fortunas en vestuario y joyas y azucaraban
formalmente el género contaminándolo con la herencia del vodevil. Sentían el
blues, pero lo difrazaban por motivos coyunturales. Como siempre, hay
excepciones.
Bessie Smith: la Emperatriz muerta en la Autopista del blues. No fue la
primera, pero sí la mejor y la más radical, la emperatriz, como sugería
su apodo, que reinaba sobre una forma expresiva puramente femenina que contiene
todo el espectro de las emociones humanas. Con Smith, como ha escrito algún
crítico, pasas de la carcajada al llanto y ambos estímulos nacen del mismo
rincón de tu alma.
Huérfana de padre –campesino y pastor baptista dominical— y también de
madre desde los nueve años, creció en una cabaña miserable y se buscó la
vida como niña cantante y bailarina en las esquinas de su pueblo natal, Chattanooga (Tennessee).
Surcó carreteras secundarias para actuar por cuatro monedas en locales de
mala muerte antes de que fuera fichada por Columbia en 1923. Su primera
grabación Down Hearted Blues, un
lamento sobre los “malditos hombres” y su modo de tratar a las mujeres,
fue un éxito masivo (780.000 copias vendidas en seis meses) en una época en que
la difusión de música negra era muy limitada.
La voz poderosa de Smith, que nunca necesitó amplificación para cantar en
teatros y bares, era también vulnerable y majestuosa. Grabó 160 canciones y fue
solicitada por los mejores músicos de su época, consiguiendo que la
discográfica le ofreciera un contrato de 400.000 dólares, una cantidad
elevadísima en un tiempo en que los negros cobraban diez dólares por
grabación.
Vivió a lo grande, bebió a lo grande, cultivó una desgraciada selección de
amantes que la explotaron y maltrataron y fue capaz de reducir a golpes y
empellones y sin ayuda a un piquete del Klu Klux Klan que le quiso
reventar una actuación.
Murió en un accidente de coche a los 43 años,
cuando su lujoso Packard descapotable chocó con un camión que estaba detenido
al borde de la mítica Highway 61 —la carretera que los bluesmen del Delta utilizaron para emigrar hacia
Chicago y dar origen al blues urbano y eléctrico de las décadas siguientes—.
Por culpa de algunos cronistas blancos con ganas de sensacionalismo se
extendió la certeza de que había muerto desangrada porque un hospital segregacionista se había negado a atenderla,
cuando lo cierto es que había fallecido en la ambulancia.
La enterraron en un cementerio cercano al lugar del accidente y se
encontraron con que la gran dama del blues estaba arruinada y no había
fondos para pagar un túmulo funerario. La tumba permaneció sin marcar hasta
1970, cuando dos mujeres se aliaron para pagar una losa de mármol. Eran Juanita
Green, que había sido criada de Smith, y una cantante blanca de blues llamada Janis
Joplin. La inscripción dice: “La mejor cantante de
blues del mundo nunca dejará de cantar”.
Existe una infrecuente oportunidad de ver a Smith y escuchar su voz en el
cortometraje St. Louis Blues, rodado en 1929 para narrar en cine la
historia de la canción del mismo título, escrita por W.C.
Handy y con Louis Armstrong en la trompeta.
Mamie Smith (1883-1946), la primera
mujer que grabó un blues. La segunda Smith de esta relación —no hay lazos
familiares con Bessie— figura en la historia de la música como la primera mujer
negra en grabar un blues.
El hito corresponde a Crazy Blues,
registrado en acetato el 10 de agosto de 1920 en Nueva York por el sello OKeh.
La partipación de Smith fue un accidente, porque en la sesión estaba prevista
otra cantante, que no pudo acudir por un catarro.
La canción, un blues urbano, con muchos guiños al vodevil del que
procedía Smith, fue un gran éxito de ventas y empujó a las discográficas a
buscar con ardor a vocalistas de blues para aprovechar la disposición del
mercado.
La operación mercantil fue beneficiosa para el género, que consiguió el
reconocimiento que merecía, pero también conllevó, como señala el Ted Giogia en
su fundamentela libro El blues,
una perversión sobre el pathos original, convirtiendo la declaración
íntima de la tragedia del alma en una ceremonia de orgullo adecuada para
teatros, con músicos profesionales dando lustre a las canciones.
Mamie Smith, con su voz penetrante y muy femenina, abrió el camino a muchas
otras cantantes y vivió una corta gloria. “Pienso que mi público quiere
verme cada vez más elegante y no pienso defraudarlo”, dijo en una
entrevista de aquella época.
Apareció en algunas películas cantando pero murió en la indigencia.
Ma Rainey (1886 – 1939), la verdadera Madre.
Si alguien tiene derecho a la condición materna es esta mujer de limitadísimas
dotes vocales, cuyas canciones demuestran que la grandeza del blues no está en
el vituosismo sino en la emoción transmitida mediante la voz.
Las empresas discográficas no fueron rápidas con ella y no parece que a Ma
Rainey, nacida como Gertrude Pridgett en una villa rural de Georgia, le
importase demasiado. Cantó en carpas ambulantes de circos y con matasanos
vendedores de tónicos durante tres décadas antes de grabar un disco. Le gustaba
compartir descargas con otros artistas y algunos de sus biógrafos sostienen que
secuestró durante dos años a la niña Bessie Smith, de quien fue
gran protectora, para enseñarle a cantar blues con propiedad.
Sólo tuvo contrato entre 1923 y 1928. Durante esos años, grabó cien
canciones, entre ellas los clásicos See See Rider Blues y Bo Weavil Blues.
Áspera, espontánea y sin concesiones a la galería, fue la más honda de las blueswomen.
También la menos apegada a la fama: en 1933, cuando se cansó de los aplausos y
las fiestas, regresó a su pueblo y alquiló un par de teatros para exhibir
películas, progranar actuaciones y pagar los recibos. Sólo cantaba cuando le
apetecía y siempre ante familiares y amigos.
Murió de un ataque al corazón en 1939.
Para terminar les dejo una pequeña recopilación de canciones de mujeres que
cantaron alto, fuerte y hace casi un siglo en el idioma del blues, el género,
de “seca mordacidad” sin el cual, como anota Ted Giogia, la banda sonora de nuestra
vida sería “esencialmente distinta, tibia y desprovista de entrañas”.
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