Stephan Ferrry y su libro de fotografías sobre la
historia oral de los desplazados, 'Throwing stones at the moon' y
'Violentología'
ANDREA
AGUILAR Cartagena de Indias 30 ENE 2013 -
00:30 CET
Una Comisión Parlamentaria encargó un análisis de la violencia en Colombia
en los años setenta, y aquello dio lugar a la escuela de sociólogos conocidos
como violentólogos. El fotógrafo estadounidense Stephen Ferry decidió recurrir a aquel
término cuando compiló su particular estudio fotográfico, Violentología.
Manual del conflicto colombiano. “Un poco presuntuosamente, me quise
colocar en la misma tradición de documentación de aquel grupo liderado por
monseñor Guzmán”, explicó Ferry, afincado en Colombia desde 1999. “También
quería destacar la importancia de un archivo y el libro recoge imágenes
procedentes de uno de ellos y de otros fotógrafos también. Deseo que este libro
sea útil y que ayude a comprender qué ocurre en este país”, aseguró. Violentología
cuenta con una edición en español y otra en inglés y fue presentado el fin de
semana pasado en Cartagena de Indias, en el marco del Festival Hay.
Para desentrañar la madeja violenta en la que se ha visto envuelta
Colombia, el fotógrafo decidió abrir el foco e incluir una extensa cronología
que se remonta al siglo XIX y dos textos del historiador Gonzalo Sánchez y de
la periodista María Teresa Ronderos. “Simplemente la imagen de un hombre armado
no explica su ideología, o quién lo armó”, dijo Ferry, que mencionó la obra de
Sontag Sobre fotografía (Alfaguara) para explicar su decisión de ahondar
en el contexto. Quiso, sin embargo, prescindir de las interpretaciones
culturales sobre las razones de la guerra. “Cualquier país, sea Colombia o
Estados Unidos, cae en la tentación de recurrir a la cultura de esa determinada
nación para explicar la violencia”.
Con su libro ha tratado de acercarse formalmente a la prensa escrita, tanto
en el diseño (las páginas tienen exactamente el mismo tamaño que una doble de
la revista Time) como en la impresión, que fue realizada en las
rotativas del diario El Espectador. “La prensa colombiana es muy
valiente y quería que Violentología tuviera una relación lo más estrecha
posible con los periódicos”, aseguró. Consciente del estereotipo que desde el
auge del narcotráfico pesa sobre Colombia, y que relaciona este país con
cocaína y terrorismo, Ferry declara en las primeras páginas del libro que la
violencia es sólo un aspecto de esta nación. “Hay dos visiones contrapuestas:
una que afirma que sólo existe esta dimensión violenta y otra que defiende que
aquí no pasa nada. Me parece importante mostrar la crisis humanitaria y de
derechos humanos que ha sido poco explicada. La guerra es cruel, pero en este
país hay gente creativa, pacífica y valiente, de la que el resto del mundo
podría aprender mucho”, explicó.
Exponer al mundo un conjunto de las voces atrozmente castigadas por la
violencia, fue uno de los objetivos que guía la historia oral Throwing stones
at the moon, compilada por la Sibylla Brodzinsky y Max Schoening y publicada
por el sello Voice of Witness, de la editorial estadounidense McSweeneys. De
las cerca de 70 entrevistas realizadas, 23 entraron en este libro prologado por
Ingrid Betancourt. “Hay personas a quienes contar su historia les ayuda porque
de alguna manera les hace sentir que a alguien les importa lo que les ha
ocurrido y que alguien en algún lugar del mundo lo podrá leer”, señaló
Brodzinsky durante la presentación del volumen en el Hay Festival.
Se calcula que hay cerca de cuatro millones de desplazados, lo que
convierte a Colombia en el segundo país con mayor número de refugiados internos
después de Sudán. “Los desplazamientos no han terminado, ahora se producen gota
a gota, y según cifras del gobierno hay cerca de 100.000 al año”, apuntó la
periodista María Teresa Ronderos que acompañó a los autores.
El libro cubre un amplio espectro geográfico, temporal y
social. “Quisimos mostrar que esto afecta a todos, a personas con profesiones y
edades distintas, de muy distinto extracto social”, señaló Brodzinsky. “El
libro está pensado para una público internacional. Queremos hacerles despertar
ante este drama”. El formato de historia oral aporta según la autora, otra
manera de ver las cosas, incluyendo aspectos que quedan fuera de la historia
oficial, gran parte de la cual está siendo escrito por un Grupo de Memoria
Histórica, una de las iniciativas puestas en marcha en los últimos años.
Además, estos testimonios han permitido destacar un rasgo netamente colombiano;
su prodigiosa capacidad para narrar. “Tienen una forma de contar increíble, son
cuentistas innatos en la forma que tienen de narrar sus historias aunque sean
terriblemente dolorosas”, destacó Brodzinsky. Baste recoger una líneas de las
palabras Emilia González, una campesina de 59 años que sufrió la masacre de El
Salado, para comprender a qué se refiere: “La gente de la oficina del Fiscal
General vino el día 20 para hacer recuento de los muertos. Desenterraron los
cuerpos para proceder a su reconocimiento. No podíamos soportar el hedor.
Cuando los volvieron a enterrar, muchos de los nichos del cementerio no fueron
sellados bien y los perros entraron y se comieron los cuerpos. Podíamos ver los
huesos. Luego llovió y los burros que habían sido sacrificados se hincharon, y
el olor era horrible”.
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