Una exposición en el Ara Pacis de Roma reivindica la
herencia del padre del neorrealismo
Cuentan que un día de 1945, cuando los nazis acababan de dejar la capital
italiana, Vittorio de Sica iba en bicicleta por Roma y se topó con Rossellini,
tumbado en la escalinata de la plaza de España. “¿Hola Roberto, ¿Qué tal? ¿Qué
estás haciendo?”, le saluda. “Voy a rodar una película sobre la ocupación, con
Anna y un cómico nuevo, un tal Fabrizi, en el papel de cura. A ver qué sale. ¿Y
tú?”, se interesa. “Yo nada, tengo la idea de hacer algo sobre los sciuscià,
¿sabes?, esos niños que limpian los zapatos en la calle”, confiesa. “En aquel
instante, nació el neorrealismo”, sella Emi de Sica, hija mayor del director:
Rossellini realizó Roma ciudad abierta y su padre El limpiabotas,tierna
y dolida epopeya que trajo a Italia el primer Oscar, en 1946.
De Sica (1901-1974) no fue solo el pionero del cine hecho en la calle:
antes fue un cantante de fama, talentoso intérprete de teatro y, luego, actor y
maestro de la comedia a la italiana, descubridor de actores como Sophia Loren o
Alberto Sordi; marido y padre de dos familias distintas, censurado y
excomulgado por la Iglesia, escándalo en la Italia conservadora que despertaba
de la guerra. De Sica fue, ninguno y cien mil, por citar el título de
una obra esencial de Pirandello. Todos sus rostros se desvelan al visitante de
la exposición Tutti de Sica, en el Ara Pacis de Roma hasta el 28
de abril.
“Fue como Orson Welles o Chaplin. No se le puede reducir al creador del
póquer neorrealista, El limpiabotas, Ladrón de bicicletas, Milagro en Milán
y Umberto D.”, comenta Gianluca Farinelli, presidente de la Fundación de la
Cinemateca de Bolonia, cuyos restauradores recuperaron fotos, cartas y objetos
de los baúles conservados por su primera mujer, Giuditta Rissone, su hija
Emilia, y Manuel y Christian, los hijos que tuvo con la actriz catalana María
Mercader.
La narración, orquestada en la planta baja del museo romano, abre con los
primeros éxitos en el escenario, con la prestigiosa compañía de Tatiana
Pavlova: “Fue mi abuelo Umberto”, recuerda la hija, “quien casi le obligó a
presentarse al casting. Enconré un cuaderno donde pegaba los artículos
que aludían al amadísimo hijo que \[estaba convencido\] tenía talento para ser
actor”.
Vittorio actúa y canta melodías napolitanas, como Parlami d’amore Mariù,
que interpreta con gracia y picardía en uno de sus primeros roles
cinematográficos: ¡Qué descarados son los hombres! (1932). En 1936,
actúa en El señor Max, de Luigi Pirandello. En una foto, aparece rodeado
por la compañía. Su mirada viva y la pose histriónica les roba la escena a
todos, hasta al anciano dramaturgo, vestido de blanco y galardonado con el
Nobel de literatura dos años antes. Un abrigo pied-de-poule, la mesa del
camerino y pelucas completan el viaje a aquellos primeros pasos del artista.
“A principios de los cuarenta, De Sica quiere contar el mundo con una
mirada ética distinta”, explica Farinelli, “siente que no podía abandonarse más
al cine artificial de los estudios. Los niños nos miran, de 1943,
documenta este gesto de ruptura, de salir de Cinecittà y rodar entre la gente”.
Las fotos son conmovedoras: De Sica dirige en calzoncillos, con un pañuelo
blanco que le protege la cabeza del sol, con un entusiasmo que le hace
gesticular, doblarse encima de la cámara, arrimarse a los actores, mimarles la
escena y volver al megáfono de lata para gritar “acción”. Allí, en la canícula
de la playa de Alassio, cerca de Roma, pero a una distancia sideral del cartón
piedra de Cinecittà, nace el neorrealismo.
“Ladrón de bicicletas cambia el
curso del séptimo arte”, aventura Farinelli. “A partir de entonces, nadie pudo
ignorar que al lado del cine de producción, podía existir uno poético”. El
largometraje no solo fue un éxito entre los críticos y las élites culturales.
Al lado del Oscar que ganó en 1948 y de la bicicleta con la que se rodó, está
expuesta una postal escrita al director por un artesano de bicicletas, que le
pedía escoger el nombre para un nuevo modelo que estaba construyendo. Un
detalle que demuestra cómo esta obra supo interpretar un país entero, un país
que quería volver a la vida, tras el derrumbamiento de la dictadura. Ganar el
Oscar fue como devolver Italia al mundo. “La nación entera viajó sobre esta
bicicleta”, sella el director. Dino Gasperini, concejal de cultura de Roma,
añade: “De Sica nos contó quiénes éramos, nuestros miedos, las esperanzas, el
hambre, la gallardía. Sus actores eran personas reales, no solo porque no eran
profesionales. Sino porque nos representaban a todos”.
“No paraba. Era un volcán de creación. Pero no se lo tomaba en serio,
jugaba mucho con nosotros. Se divertía haciéndonos actuar para amigos y
familiares”, cuenta Christian, el más joven de los tres hijos, nacido en 1951,
entornando los ojos sobre las fotos en blanco y negro de su infancia. Su padre
siempre sale sonriendo.
Los años sesenta son los de la comedia: inolvidables
Sofia Loren y Marcello Mastroianni en Matrimonio a la italiana o en Ayer,
hoy y mañana (Oscar en 1965, el último será en 1972 por El jardín de los
Finzi Contini). Películas que combinan temas sociales, actrices fornidas y
sonrisas que siempre esconden un fondo agridulce.
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