Diez años después del inicio de la guerra de Irak salen a
la luz las pruebas del maltrato infligido a dos reclusos locales
El manual del Ejército instaba a utilizar "la
violencia mínima imprescindible antes y después de la detención"
Un general que ocupó durante cuatro años el más alto mando de las Fuerzas
Armadas solía presumir, con cierta temeridad, de que ninguno de los miles de
militares españoles que en el último cuarto de siglo han desarrollado misiones
en el exterior ha hecho nada de lo que haya que avergonzarse. Lo decía después
de que se conocieran imágenes de marines estadounidenses orinando sobre
cadáveres o soldados alemanes mofándose de calaveras en Afganistán. Hasta ahora,
se ha visto a los militares españoles repartiendo comida a los niños o curando
a civiles en zonas de conflicto. También, aunque menos, se les ha visto
combatir. Todo eso lo han hecho. En cambio, no se les ha visto nunca infligir
malos tratos a prisioneros. Y muchos preferirían que nunca se les viera
hacerlo. Pero eso no significa que no haya sucedido.
El vídeo que hoy difunde EL PAÍS
muestra a cinco soldados españoles entrando en una celda. En el suelo, sobre
una manta, con dos botellas de agua a su lado, hay un hombre. Uno de los
soldados le ordena a gritos que se incorpore. El hombre, postrado, no parece
entenderle. A su lado hay otro detenido que a mitad de la grabación, que dura
40 segundos, es arrojado sobre el primero. Tres de los soldados la emprenden a
patadas con ambos. Otros dos observan desde la puerta de la celda. Un sexto
graba la escena. Uno de los militares los patea con especial saña. En dos
ocasiones parece a punto de marcharse, pero se vuelve para descargar toda la
fuerza de su bota sobre los cuerpos indefensos. De las víctimas solo se
escuchan jadeos y gemidos. Un militar, que durante la paliza se ha quedado
mirando desde el quicio de la puerta, comenta al final: "¡Jo! A este se lo
han cargado ya".
La escena está grabada en Diwaniya, la base principal de las tropas
españolas en Irak, en los primeros meses de 2004. La participación en la guerra de Irak, de cuyo
inicio se cumple una década el próximo día 20, tiene algo que la hace
radicalmente diferente a la de Bosnia o Afganistán: no solo se hizo sin el aval
de la ONU y con la abrumadora oposición de la opinión pública española, sino
que llevó a los militares españoles a colaborar con las fuerzas estadounidenses
de ocupación. Ante el vacío de poder dejado por la disolución del Estado iraquí
y del partido Baaz de Sadam Husein,
la llamada CPA (Autoridad Provisional de la Coalición), en la que había
oficiales y diplomáticos españoles por decisión del entonces presidente José María Aznar, se
convirtió en Gobierno ocupante.
"Para hacer cumplir las leyes impuestas por la CPA" y puesto que
"las fuerzas de la coalición representan la ley y el orden en Irak",
en septiembre de 2003, solo un mes después
de que llegase a Irak la Brigada Plus Ultra, con 1.300 españoles, se
distribuyó entre sus mandos un documento de la Sección de Inteligencia del
Estado Mayor titulado Procedimiento de
detención y actuación con el personal detenido. La guía, a la
que ha tenido acceso EL PAÍS, ordenaba que "durante y después de la
detención se empleara la violencia mínima imprescindible" y que se
mantuviera "en todo momento el respeto a los derechos del detenido".
Los motivos para practicar una detención eran muy amplios. "Cualquier
persona puede ser detenida si crees que representa una amenaza contra las
fuerzas de la coalición" o si "tienes la sospecha razonable de que ha
cometido un delito", se instruía a los militares. El manual incluía un
catálogo de derechos del detenido y advertía de que "no podrá invocarse
circunstancia alguna como justificación de la tortura o de otros tratos o penas
crueles, inhumanos o degradantes". Tampoco nadie podía ser sometido,
"durante su interrogatorio, a violencia, amenanazas o cualquier otro método
de interrogación que menoscabe su capacidad de decisión o juicio". Lo que
no existía es control judicial alguno, y el propio manual confiaba en "el
buen juicio y sentido común" del oficial al mando.
Los detenidos por delitos comunes eran entregados a la policía local
iraquí, a través de la policía militar de EE UU; mientras que los detenidos por
delitos contra la coalición (es decir, los insurgentes) eran conducidos al
Centro de Detención de Brigada de Base España.
Los papeles de Wikileaks
sobre la guerra de Irak, difundidos en otoño de 2010, incluyen dos referencias
a este centro de detención, al que denomina
Detention
Facility. En uno de ellos, de 7 de enero de 2004, se
alude a un registro de una casa en el noroeste de Diwaniya, donde se
encontraron armas "que podrían ser usadas contra las fuerzas de la
coalición". Un hombre y una mujer fueron arrestados, y el primero,
conducido a Base España "para ser interrogado en profundidad". El
segundo, fechado el 11 de febrero de 2004, da cuenta de un atentado con un artefacto
adosado a una bicicleta contra militares españoles que patrullaban a pie en
Diwaniya. La explosión causó seis heridos, y dos presuntos insurgentes fueron
llevados a Base España "para un interrogatorio adicional".
Según testigos consultados por EL PAÍS, el centro de detención era un
barracón con cinco celdas situado a la entrada de la base, cerca del edificio
del cuerpo de guardia. El manual disponía que en cada calabozo hubiera un
camastro, aunque en la filmación no aparece cama alguna, a lo sumo una manta o
una fina colchoneta sobre el suelo de cemento. En varias operaciones se capturó
a más de cinco insurgentes, lo que obligaba a compartir celdas. En total,
varias decenas de iraquíes pasaron por el Detention Facility español.
La custodia de los prisioneros estaba a cargo del cuerpo de guardia; una
sección de 30 hombres encargada de la vigilancia de la base. El oficial al
mando registraba las entradas y salidas de los detenidos. Los soldados se
encargaban de entregarles la comida, acompañarles al aseo e impedir la entrada
a quien no estuviera autorizado. El problema es que los miembros del cuerpo de
guardia carecían de formación para custodiar detenidos. Es más, este cometido
lo hacían en turnos de 24 horas y lo alternaban con la escolta de convoyes o
las patrullas. Es decir, un soldado que hubiera sido objeto de un ataque podía
estar al día siguente custodiando a su presunto agresor."La tentación de
tomarte la justicia por tu mano era grande", reconoce un soldado que
estuvo en Irak.
Las tropas españolas llegaron en misión "de paz, reconstrucción y
ayuda humanitaria" a una "tranquila
zona hortofrutícola", como calificó el entonces ministro de
Defensa, Federico Trillo,
las provincias iraquíes de Al Qadisiya y Nayaf, donde se desplegó la Brigada Plus
Ultra, para la que se reclutaron también contingentes centroamericanos. En solo
10 meses de misión, de agosto de 2003 a mayo de 2004, España sufrió 11 bajas
mortales en Irak.
El conflicto abierto estalló cuando el imán chií Múqtada al Sáder rompió
con las nuevas autoridades y llamó a sus
fieles, agrupados en el Ejército del Mahdi, a la guerra santa contra
las fuerzas de la coalición. Para los españoles no fue una sorpresa. En el
manual de área elaborado en junio de 2003 por el Centro de Inteligencia y
Seguridad del Ejército de Tierra (CISET) ya se advertía de que Al Sáder
"es el más peligroso para los intereses de la coalición internacional, por
su intención declarada de establecer un Estado islámico".
Los jefes de la brigada española intentaron mantener un difícil equilibrio
entre las distintas facciones e incluso se opusieron a que se desmantelase por
la fuerza un tribunal islámico en Nayaf. Pero la intervención unilateral de las
tropas norteamericanas, que detuvieron al lugarteniente de Al Sáder sin
informar siquiera al mando español, avivó un incendio que ya no sería posible
apagar. El 4 de abril de 2004 fue atacada por una multitud en armas la base Al
Andalus, el destacamento español en Nayaf. En los siguientes 50 días se
produjeron 40 acciones de combate; con un muerto (del batallón salvadoreño, que
compartía base Al Andalus con los españoles) y 21 heridos por parte de la
Brigada Plus Ultra, y al menos ocho muertos y 23 heridos del lado de la
insurgencia. Sobre la base de Diwaniya llovieron al menos 227 proyectiles de
mortero, sin causar bajas, aunque uno cayó en el tejado del alojamiento
femenino. Los dos prisioneros golpeados en la grabación habrían sido detenidos
con material de mortero.
En este clima de creciente tensiуn imperaba la ley del silencio en
algunas unidades, sobre todo en las más pequeñas, donde la relación entre
mandos y tropa era más estrecha. "Si alguien intentaba matar a uno de mis
soldados y él disparaba primero, yo no le pedía muchas explicaciones",
recuerda un suboficial.
En teoría, los detenidos debían permanecer en Base España un máximo de 72
horas. Estaba previsto habilitar una zona en la prisión de Diwaniyah para el
internamiento preventivo de los insurgentes por un periodo de hasta 15 días,
pero este proyecto nunca se puso en marcha, por lo que la única manera de
sacarlos de la base era ponerlos en libertad o trasladarlos a la cárcel de Abu
Ghraib, tristemente famosa por las vejaciones y torturas a las que fueron
sometidos los allí presos. Pero ni siquiera esto resultaba fácil. Según
reconoce un antiguo mando del contingente español, no siempre se podía
organizar un convoy para llevar prisioneros a Bagdad y, además, Abu Ghraib
estaba saturada, por lo que los estadounidenses intentaban que los prisioneros
se quedaran en las brigadas el mayor tiempo posible.
Dos sucesos vinieron a complicar aún más el trato con los detenidos: el
primero fue el asesinato de los siete agentes del Centro Nacional de
Inteligencia (CNI), que cayeron en una emboscada en la carretera que unía
Diwaniyah y Bagdad el 29 de noviembre de 2003. Desde ese momento, el servicio
de inteligencia se quedó sin un equipo permanente en zona. Los agentes secretos
viajaban periódicamente a Irak, pero su máxima preocupación era investigar la
muerte de sus compañeros. El manual sobre detenciones les atribuía el cometido
de realizar un "interrogatorio adicional [...] cuando las características
del detenido o la información que nos pueda estar negando lo aconsejen".
El segundo suceso fue el asesinato del
comandante de la Guardia Civil Gonzalo Pérez, quien recibió un
balazo en la cabeza cuando dirigía una redada contra una banda de delincuentes
comunes en la localidad de Hamsa, a 40 kilómetros de la base. El 3 de febrero
de 2004, después de 13 días en coma, falleció en Madrid.
En la terminología de la coalición, el comandate Gonzalo Pérez era el Provost
Marshall, de quien dependía la liberación de un detenido o su traslado a
Abu Ghraib. "El Provost Marshall será el responsable de la coordinación de
todos los elementos implicados en el proceso [de captura, custodia y entrega de
insurgentes] y la corrección del mismo", decía el manual.
La brigada contaba también con un experto en Derecho, un oficial del Cuerpo
Jurídico Militar, pero el protocolo de detenciones no le asignaba ningún papel
decisorio: "El Aseju [Asesor Jurídicio] informará cuando sea requerido
acerca de la pertinencia de la detención llevada a cabo y también sobre las
acciones subsiguientes que procedan".
Solo se conoce una
denuncia por malos tratos contra el contingente español. La del
iraquí Flayeh Al Mayali, que fue detenido el 22
de marzo de 2004 como "cooperacdor necesario" en el
asesinato de los agentes del CNI, de quienes era traductor. El 27 de marzo -sobrepasado
de largo el plazo de detención de 72 horas- fue trasladado a Bagdad. Cuando en
febrero de 2005, libre de cargos y sin haber sido juzgado, salió de Abu Ghraib
reivindicó su inocencia en declaraciones a El Heraldo de Aragón y
aseguró que, durante su interrogatorio en Base España, le pusieron una capucha,
le ataron las manos a la espalda y le pegaron. De noche, no le dejaban dormir y
en el viaje a Bagdad le insultaron y golpearon con fusiles, agregó.
"Recibí un trato inhumano y degradante, como si fuera un perro".
Las denuncias de
Al Mayali nunca se investigaron. El Ministerio de Interior le
prohibió la entrada en España y Defensa ni siquiera informó de su detención,
como era preceptivo, al juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu, a pesar
de que apenas un mes antes había archivado provisionalmente la causa por el
asesinato de los siete agentes del CNI debido a la ausencia de autor conocido.
El general Fulgencio Coll, que estuvo al mando de la Brigada Plus Ultra II
y luego fue jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, asegura que no tuvo
"en absoluto" ninguna noticia de que en Base España se maltratase a
algún detenido y aún hoy se niega a creerlo: "Tengo plena confianza en la
gente que estaba a mis órdenes". Reconoce que la custodia de detenidos
"no era una misión que nos gustara, pero hubo que asumirla". Eso sí,
sus instrucciones eran "cumplimentar cuanto antes el atestado y meterlos
en el primer convoy para Bagdad". Mantenerlos en la base era un problema
añadido para un contingente que ya estaba "sobrecargado de trabajo" y
no daba abasto para cumplir todas las misiones encomendadas.
José Bono, ministro de Defensa en el primer Gobierno de Zapatero, asegura
que desde el momento en que tomó posesión de su cargo tuvo hilo directo con el
contingente español en Irak y no le consta que se produjera ningún caso de
maltrato. "No puedo asegurar rotundamente que no sucediera antes, pero
estoy convencido de que a mi antecesor [Federico Trillo] no le llegó esa
información", alega.
Bono tenía otros motivos para preocuparse. Nada más aterrizar en La
Moncloa, el 18 de abril de 2004, Zapatero le mandó la inmediata retirada de las
tropas españolas de Irak. Bono tuvo una tensa conversación con el jefe del
Pentágono, Donald Rumsfeld -quien le recriminó haberse enterado de la noticia a
través del secretario de Estado, Collin Powell- y algo más que un roce con el
jefe del Ejército de Tierra, el general Luis Alejandre, quien le daba la
impresión de resistirse a cumplir sus ordenes. La relación con EE UU no se
recuperó hasta la salida de Bush de la Casa Blanca, ya en enero de 2009,
mientras que el desencuentro con Alejandre acabaría llevado a su destitución,
junto al resto de la cúpula militar, en junio de 2004.
La Operación Jenofonte (la retirada de Irak) no duró diez
días, como quería Bono, sino casi un mes, pero el 21 de mayo
cruzó la frontera con Kuwait el último de los militares españoles.
Para ellos estaba claro que no venían de una misión de paz, como sostuvo hasta
el final Trillo, sino de un conflicto duro y cruel del que ninguno de sus
principales protagonistas salió completamente inmaculado. La conducta de un
grupo de bárbaros de uniforme, amparados en la impunidad de la noche y la
indefensión de sus víctimas, no debe empañar la imagen de las Fuerzas Armadas y
ni siquiera salpicar a los más de 5.000 militares españoles que cumplieron con
su deber en Irak, pero ignorar el horror solo conduciría a repetir el error. –
Cronología de la guerra
No a la guerra. Miles de ciudadanos se lanzaron a las calles a principios de 2003 para
intentar evitar que Estados Unidos atacara Irak. Las manifestaciones fueron masivas en
España. El Gobierno de George W. Bush afirmaba que Irak poseía armas de
destrucción masiva y tenía lazos firmes con Al Qaeda. El 5 de febrero, su
secretario de Estado, Colin Powell, había presentado ante el Consejo de
Seguridad de la ONU los “hechos”. Irak debía expiar las muertes norteamericanas
en los atentados del 11-S.
Era el preludio de una guerra que ocasionó miles de muertes y que se fundamentó
en una mentira.
Cumbre de las Azores. El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se reúne
con el de España, José María Aznar,
y los primeros ministros de Reino Unido, Tony Blair, y de Portugal,
José Manuel
Durão Barroso. Los mandatarios deciden lanzar un ultimátum a
Sadam el 16 de marzo. Mientras tanto, países como Francia, Alemania
o Rusia piden prudencia.
Comienza la invasión. Fue el 19 de marzo de
2003, el martes hará 10 años. El presidente Bush promete el
ataque a objetivos concretos para desarmar Irak y liberar a su
gente. Hasta abril, se libra una guerra convencional, liderada por tropas
estadounidenses y británicas, acompañadas de efectivos de una coalición de
países. Los primeros
soldados españoles llegaron el 30 de julio. Hubo 11 bajas.
Cae Bagdad. En abril los
tanques norteamericanos llegan a la capital de Irak. Ciudadanos y soldados
estadounidenses derriban la
descomunal estatua de 12 metros que se alzó en honor de Sadam en la
plaza del Paraíso. Bush declara la
victoria en mayo, lo cual no significa una declaración legal del fin
de la guerra, que tampoco tuvo un inicio oficial.
Captura de Sadam. Estados Unidos anuncia que ha capturado a
un desaliñado Sadam Husein al sur de Tikrit, su ciudad natal, el 13
de diciembre. Se hallaba oculto en un zulo. Será juzgado por un tribunal iraquí
y ahorcado por crímenes contra la
humanidad en diciembre de 2006.
Los abusos de Abu Grhaib. La cadena CBS
y The New Yorker destapan los abusos de soldados estadounidenses hacia
los prisioneros en la cárcel de
Abu Grhaib. En 2010 WikiLeaks difunde 400.000 cables del Gobierno
estadounidense que dejan al descubierto más aspectos oscuros
del conflicto.
España retira sus tropas. Tan solo un día después de su toma de posesión como presidente del
Gobierno español, el 18 de abril de 2004, José Luis Rodríguez Zapatero informa
de la retirada de las
tropas españolas en Irak. El repliegue se
completa en mayo.
Se recrudece el conflicto. A finales de 2003, los insurgentes contraatacan y comienzan las luchas
entre milicias rivales. El conflicto se
agudiza con los enfrentamientos entre suníes y chiíes. Ante el
fortalecimiento de la resistencia, EE UU envía
nuevas tropas al comienzos de 2007.
Retirada de EE UU. Barack Obama anuncia que la retirada de las tropas de combate se hará el
31 de agosto de 2010. Se quedan 50.000
soldados como fuerzas de transición. Alrededor de un millón habían
servido en Irak desde 2003. La misión de EE UU en Irak pasa de ser llamada Operación
Libertad Iraquí a Nuevo Amanecer. El 18 de diciembre de 2011 se
marchan los últimos 500 soldados. Dejan atrás un país en
ruinas.
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