Una ambiciosa muestra de la Fundación Juan March desvela
los misterios del pintor suizo
Se repasa su labor docente en la Bauhaus, donde fue
maestro entre 1920 y 1931
Paul Klee no taller de Weimar (1925) |
Paul Klee (1879-1940) sabía ser realmente meticuloso. Podía resultar
obsesivo y voraz. Y tremendamente prolífico. En sus años como profesor de
Teoría de la Forma en la utopía docente de la Bauhaus de Walter Gropius,
primero en Weimar y luego en Dessau,amasó un corpus teórico-estético a la
medida de su personalidad excesiva: cuatro mil páginas de cuadernos llenas de
anotaciones, diagramas y dibujos que servían al pintor para enfrentarse a una
rutina laboral mantenida entre 1920 y 1931. Las clases no parecían lo suyo: se
quejaba del tiempo que le robaban a su hiperactividad creativa en el taller.
Llegaba al aula, garabateaba en la pizarra y no miraba a la cara de sus
alumnos, más que artistas de caballete, arquitectos o diseñadores, hijos de la
vanguardia que dignificó las artes aplicadas.
Lo llevaba todo anotado y rara vez improvisaba en sus parlamentos. Solo
confiaba en sus notas, valiosos materiales de trabajo donde quedó plasmada algo
más que una teoría artística: la ética y la estética del genio suizo de la
vanguardia. Estos papeles sirven de punto de partida para la exposición Paul
Klee. Maestro de la Bauhaus, que abre sus puertas en la Fundación Juan
March el viernes 22 de marzo (allí permanecerá hasta el 30 de junio).
El proyecto surgió en realidad de una negativa. Más bien, de la sana
intención de no hacer otra muestra sobre Paul Klee. No tanto
porque el pintor pertenezca a la categoría de los maestros que precisan escasa
presentación para el público, sino porque la fundación ya le dedicó en 1981 una
antológica histórica al artista. De modo que cuando Manuel Fontán, director de
exposiciones de la Juan March, dio en una librería de viejo alemana con dos
mamotretos con el “legado pedagógico de Klee” (en realidad, un resumen de los
famosos cuadernos armado con cierto capricho por el editor suizo Jürg Spiller
en los 70), el comisario encontró el hilo para tirar de una madeja original.
La idea entusiasmó a los máximos guardianes del legado del pintor en el
Paul Klee Zentrum, el sinuoso edificio de Renzo Piano que alberga a las afueras
de Berna (en Suiza) la mayor colección de un artista en manos privadas del
mundo. La Fundación Juan March colaboró en el proyecto académico de la edición
crítica y la publicación completa del ingente material que conforma el legado
pedagógico. El resultado, un trabajo que valió a Fabienne Eggelhöfer y Marianne
Keller-Tschirren el doctorado, acabó dando forma a una exposición de pequeño
formato en el centro bernés, y terminó colgado en la web de la institución para
ser consultado por estudiosos y aficionados.
También desembocó, tras un proceso de unos cuatro años, en la muestra que
ahora llega a Madrid. Comisariada por las dos estudiosas, reúne 137 obras
(óleos, acuarelas, dibujos) y 150 objetos del legado, entre papeles,
conferencias dictadas en Jena o libros de la biblioteca personal de Klee.
Las piezas no solo provienen de la fundación del artista; la Juan March ha
obtenido préstamos de colecciones suizas, alemanas, francesas, estadounidenses
o españolas. Fontán aspira a que “la muestra funcione como una caja de
resonancia de la obra del pintor y ayude a entender su mezcla de inocencia
infantil y complejidad intelectual”.
El director de exposiciones también confía en que el título Maestro en
la Bauhaus no distraiga a los visitantes del verdadero foco de la muestra.
No se trata de un proyecto basado en la producción artística de Klee entre 1920
y 1931 (acabó por dejar las servidumbres docentes, y se mudó a Duseldorf antes
de que el nazismo lo empujase de vuelta a Suiza, donde murió víctima de la
esclerodermia), sino que reúne obra desde 1899 a 1940. “Los cuadernos explican
la gramática y la sintaxis de toda su trayectoria y por eso la muestra nos
permite abarcar toda su vida”, continúa Fontán.
Una vida y una obra que se divide en la sala de la fundación en
compartimentos vagamente inspirados en la arquitectura Bauhaus. El recorrido
tiene cinco paradas: naturaleza (auténtica obsesión desde la niñez), ritmo,
color, movimiento y construcción. Pero se contempla atravesada por un solo
afán: el que tuvo Klee por superar las adversidades de la pedagogía creativa:
“Basa sus clases en reflexiones sobre su propio quehacer artístico, pero la
relación entre su obra y sus enseñanzas no debe entenderse en el sentido de una
teoría del arte”, escriben las comisarias en el catálogo (además de ese
volumen, la fundación publicará parte de los cuadernos en edición facsimilar).
Quizá fuera ese descreimiento lo que hizo tan fructífera
su asociación con Gropius (con quien no le unió la amistad que sí mantuvo con
Kandinsky). El fundador de la Bauhaus es también autor de una celebre
sentencia: “El arte no puede enseñarse”.
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