sábado, 2 de xaneiro de 2010

Tropicana cumple los 70 a lo grande


Unos 250.000 turistas, uno de cada diez, han acudido este año al ‘paraíso bajo las estrellas’

HUGO L. SÁNCHEZ/Xornal 01/01/2010

Tropicana es el nombre de la noche habanera. Cuando la orquesta del que se dice y es el más espectacular y glamuroso cabaret de las Américas abre con los acordes de Noche Azul, que se escuchan aun a lo lejos, las cosas cambian y para bien: la fiesta acaba de dar comienzo y hay que disponerse a alucinar. Todo es fascinante y fue concebido con ese único fin, fascinar, hace ahora de eso 70 años, el 30 de diciembre de 1939.

El principal componente del escenario son las estrellas –de ahí su eslogan Un paraíso bajo las estrellas– y la luna, apoyadas por la luz entre el follaje en un jardín boscoso, de muchas palmas reales, con un nostálgico ambiente interior que recuerda lo más avanzado de la arquitectura de mediados del siglo pasado –fue diseñado en 1951–, de arcos, puentes y escaleras. Por ellas bajan las reinas de la noche que el cronista Ciro Bianchi cataloga como “lo mejor de la mulatería cubana”. Vienen con la mínima ropa, plumas y lentejuelas; se mueven por el escenario y entre los espectadores, a la manera tropicana: pisadas largas, sensuales movimientos de cadera, a ritmo con los hombros... Mujeres de las que se puede llegar a pensar que solo existen en las revistas.

A la música, de la que en justa medida alardean los cubanos, le corresponde completar la atmósfera. Lánguida, sugestiva, que despierta lo que hasta entonces el nuevo visitante de Tropicana no sabía que llevaba dentro.

Esto no surgió de la nada. Tropicana es una mujer con tres hombres: Víctor de Correa, un italobrasileño radicado en Cuba que le dio el origen y la grandiosidad; el capital agenciado por el cubano Martin Fox, proveniente de una fortuna que creció con el juego ilícito y los pocos escrúpulos del empresario, y la genialidad del arquitecto Max Enrique Borges, nacido en La Habana, que con 33 años concibió esta obra. Una obra que en su momento de más gloria fue llamado “el night club más atractivo y suntuoso del mundo”. La necesidad, la intuición y el azar los fueron uniendo.

Un año después de su inauguración es cuando comienza a llamársele Tropicana, título de una melodía homónima de Alfredo Brito, estrenada en el local. Y el mito toma forma. Poco después se coloca en una fuente a la entrada del cabaret una estatua de piedra artificial, otro de los emblemas del lugar. Es una bailarina “larga como una tentación y fina como un deseo”, al decir de uno de los diarios de la época.

Entre las figuras clásicas de Tropicana se encuentra también el coreógrafo Roderico Neyra, el monarca del mundo del espectáculo, reclutado por Fox en Sans Souci, otro de los emblemáticos cabarets habaneros de los 50. Rodney, así se le conocía, hizo de cada uno de sus shows algo de lo que todavía hoy se habla con añoranza.

El Salón Dorado, la sala de juegos catalogada como el “casino más hermoso del mundo” o el “Montecarlo de las Américas”, ya no existe. Fue clausurado, junto con todos los de su tipo, por Fidel Castro poco después de derrocar a Fulgencio Batista en 1959, y los clubs nocturnos, junto a todo lo demás, pasaron a ser propiedad del Estado.

EL 'HALL' DE LA FAMA

Por Tropicana pasó lo que más valía y brillaba de mediados del siglo XX: Nat King Cole, Josephine Baker, Los Chavales de España, Carmen Miranda, Liberace, Rita Montaner, Ignacio Villa (Bola de Nieve), Celia Cruz, Olga Guillot, Chano Pozo... y fue visitado por Marlon Brando, Maurice Chevalier…, por políticos estadounidenses, mafiosos de renombre y miembros de la realeza europea.

Las producciones de Tropicana se han presentado en el Waldorf Astoria de Nueva York, el Royal Albert Hall de Londres, el Sporting Club de Montecarlo y el Beacon Theatre de Broadway. Hoy, uno de cada diez turistas que visitan Cuba pasa por el local. Es decir que este año fueron 250.000 personas de los 2,42 millones de visitantes de la isla, según estimaciones oficiales.

Proceden en su mayoría de Europa y América Latina, pero ya no llegan con elegantes trajes y joyas caras, ni en brillantes autos de último modelo. Se presentan vestidos con ropa informal y son transportados masivamente en ómnibus. Los días de gloria quedaron atrás.

Tampoco Tropicana deja de ser una contradicción en una ciudad como La Habana. Los desenfrenados deseos de divertirse de los habaneros chocan con la barrera de que los principales centros de disipación se han convertido en cotos para turistas, los únicos que pueden pagar una noche en paraísos bajo las estrellas.

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