La interferencia de política y empresarial ha reducido su relevancia en la
última década
MIGUEL ÁNGEL CRIADO 11/12/2011
Oppenheimer en 1945 observando os restos dunha proba nuclear |
Si [Robert ]
Oppenheimer estuviera vivo se echaría a llorar". Así resume el experto en
la historia nuclear americana Hugh Gusterson la impresión que se llevaría el
director del Proyecto Manhattan si viera la situación en la que se encuentra el
Laboratorio Nacional Los Álamos, donde él y los mejores científicos del
entonces llamado mundo libre crearon la bomba atómica para sentenciar la II
Guerra Mundial. Ni el fin de la Guerra Fría ni los procesos de desarme nuclear
han dañado tanto la excelencia científica de Los Álamos como la interferencia
de los políticos y la aplicación de criterios de gestión empresarial.
En 1943,
cuando los aliados aún iban perdiendo la guerra, los militares estadounidenses
decidieron concentrar las investigaciones para conseguir la bomba atómica en un
único lugar. El responsable militar del Proyecto Manhattan, el general Leslie
Groves, quería un sitio aislado y alejado de las fronteras exteriores de EEUU.
Fue Robert Oppenheimer, director científico del programa atómico, el que eligió
el lugar: un desierto en la zona norte de Nuevo México. De allí salieron Trinity
(el primer ensayo) y las bombas Little Boy y Fat Man, que fueron
arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki, respectivamente.
Los Álamos,
que ocupa una extensión de unos 90 kilómetros cuadrados salpicada de decenas de
edificios, fue secreto durante años y comparte con el Lawrence Livermore
National Laboratory, creado una década después, la misión de diseñar las armas
nucleares de EEUU. Eso lo convirtió en uno de los mayores centros de
investigación del mundo, donde acababan algunos de los mejores físicos,
matemáticos o ingenieros. Tenían aceleradores de partículas, las computadoras
más potentes de la época como la serie MANIAC y vía libre para investigar.
El precio de
los militares era un férreo control sobre la vida de los científicos y sus
familias. Tenían prohibido hablar de lo que hacían allí dentro. Su vida pasada
y la de los suyos eran concienzudamente investigadas. Aún les someten a
controles de drogas y alcoholemia por sorpresa y, ocasionalmente, sufren
registros de sus casas y pertenencias. Todavía hoy necesitan permisos para
viajar al extranjero. Todo eso no ha impedido que, junto a logros como el
desarrollo de la bomba H y las sucesivas generaciones de misiles nucleares, los
científicos hayan aportado grandes avances en campos como la energía, la
aventura espacial, la supercomputación y, paradójicamente, el control y
desmantelamiento de armas nucleares.
"Habiendo
sobrevivido a las protestas antinucleares de los años 80 y al fin de la Guerra
Fría años después, los científicos de armamento nuclear estadounidenses están
comprobando que la principal amenaza a su trabajo proviene de una fuente
inesperada: los políticos y administradores que se suponía estaban de su
lado", escribe Gusterson en un artículo publicado en la pasada edición del
Bulletin of the Atomic Scientists. Para este antropólogo y sociólogo,
autor de varios libros sobre la historia del armamento nuclear, Los Álamos vive
en un proceso de declive que, además de comprometer su futuro, socava su misión
original: ofrecer seguridad a EEUU.
Un drama en
tres actos
En su
artículo The assault on Los Alamos National Laboratory: A drama in three
acts, recoge cómo muchos medios de comunicación y políticos le tenían ganas
el laboratorio. La institución funcionaba de forma autónoma. Ni siquiera los
militares interferían demasiado en el trabajo de los científicos. Pero, como
escribe Gusterson, algunos empezaron a acusarles de arrogantes.
La carnaza a
los enemigos de Los Álamos se la dio el llamado caso Lee. En marzo de
1999, The New York Times publicó que un científico estadounidense de
origen chino, Wen Ho Lee, había robado secretos militares del complejo. Aunque
nunca se probó que Lee tratara con espías chinos, el asunto le costó el puesto
al director de las instalaciones, que fue sustituido por un militar, el
almirante Pete Nanos, con el que el presidente George W. Bush, escribe
Gusterson, "esperaba llevar la disciplina de la marina a los melenudos del
laboratorio".
La presunta
desaparición de nuevos discos con información confidencial (que después se
comprobó que nunca habían existido) hizo que Nanos implantara un régimen casi
de terror que le granjeó la oposición de los científicos, pidiendo la nómina
muchos de ellos. En 2004, y tras un informe encargado por el Congreso de EEUU,
el Gobierno sacó a concurso la gestión de Los Álamos, que ganaría un consorcio
liderado por la corporación Bechtel. Esto trajo la aplicación de un sistema de
gestión empresarial que antepuso los resultados empresariales a los logros
científicos.
Desde
entonces, la producción científica de Los Álamos no ha dejado de bajar. Desde
mediados de los años 90, el número de patentes aumentó hasta el pico de 71,
conseguidas en 2003. En 2004 fueron 62, en 2008 29 y en 2009, últimos datos
disponibles, remontaron algo hasta las 48. Público ha intentado en las
últimas semanas contrastar los datos y argumentos de este experto con los
responsables de Los Álamos, pero la respuesta, que no llegó, "estaba en
manos de Washington", aseguraron desde su departamento de comunicación.
Los Álamos
ha intentado diversificar su campo de investigación. Son los responsables del
control y mantenimiento de las más de 5.000 cabezas nucleares que conserva
EEUU, pero ahora buena parte de su investigación se centra en el estudio de
nuevas energías.
Con todo, el
programa de armas y el de no proliferación de las mismas aún se llevaron el 59%
de los 2.000 millones de dólares de los que dispuso Los Álamos en 2010. También
es la nuclear su gran baza para seguir adelante. Desde hace una década se proyecta
el CMRR Project, un nuevo laboratorio para gestionar el plutonio (retirada y
reposición) del arsenal nuclear de EEUU
El
problema es que la justicia puede parar su construcción. El colectivo Los
Alamos Study Group (LASG) ha conseguido que un juez federal acepte su denuncia
contra el proyecto por no incluir un adecuado estudio de impacto ambiental.
También el desastre de Fukushima ha provocado la alarma ya que Los Álamos se
encuentra en una zona de moderada sismicidad. En un artículo esta semana, el director
del proyecto aclaraba en The Washington Post que el edificio aguantará
terremotos de magnitud 7,3 (el de Fukushima llegó a 9). El líder de LASG, Greg
Mello, dijo al periódico: "Los Álamos no tiene esa cultura de seguridad
necesaria para una instalación que almacenará la mayor reserva de plutonio del
país". Sea como sea, sin el nuevo laboratorio, Los Alamos se quedará sin
futuro.
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