Los programas de comercio justo no logran controlar a los
agricultores que explotan a niños
BLOOMBERG
Londres 16 DIC 2011 - 17:28 CET
La pesadilla de Clarisse Kambire casi nunca cambia. Es de día. En un campo
de algodón que estalla en flores color púrpura y blanco, un hombre se inclina
sobre ella blandiendo un palo sobre su cabeza. Entonces retumba una voz, que
sacude a Clarisse de su sueño y hace que su corazón dé un salto. “¡Levántate!”.
El hombre que le ordena levantarse es el mismo que aparece en el sueño de
la chiquilla de 13 años: Victorien Kamboule, el agricultor para el cual trabaja
en un campo de algodón en África occidental. Antes del amanecer, una mañana de
noviembre se levanta de la colchoneta plástica desteñida que le sirve de
colchón, apenas más gruesa que la tapa de una revista de moda, abre la puerta
metálica de su choza de barro y fija sus ojos almendrados en la primera jornada
de cosecha de esta temporada.
Ya venía temiéndolo. “Estoy empezando a pensar en cómo me gritará y me
volverá a golpear”, había dicho dos días antes. Preparar el campo fue aún peor.
Clarisse ayudó a cavar más de 500 surcos sólo con sus músculos y una azada, que
reemplazan al buey y el arado que el granjero no puede pagar. Si ella es lenta,
Kamboule la azota con una rama de árbol.
Esta es la segunda cosecha de Clarisse. El algodón de la primera pasó de
sus manos a los camiones de un programa de Burkina Faso que maneja
algodón certificado como comercio justo.
La fibra de esa cosecha luego fue a fábricas en India y Sri Lanka, donde se
creó ropa interior para Victoria’s
Secret.
Algodón de Clarisse
“Fabricado con 20% de fibras orgánicas de Burkina Faso”, se lee en la
etiqueta de la prenda, comprada en octubre.
El trabajo
forzoso y el trabajo infantil no son una novedad en las granjas
africanas. Se supone que el algodón de Clarisse, producto de ambas cosas, es
diferente. Está certificado como orgánico y comercio justo, y por ende debería
estar a salvo de semejantes prácticas.
Sembrada cuando Clarisse tenía 12 años, toda la cosecha orgánica de Burkina
Faso de la última temporada fue comprada por Victoria’s Secret, según Georges
Guebre, líder del programa nacional orgánico y de comercio justo, y Tobias
Meier, responsable de comercio justo en Helvetas Swiss Intercooperation,
una organización para el desarrollo con sede en Zúrich que estableció el
programa y ha contribuido a comercializar el algodón para compradores globales.
Meier dice que en principio Victoria’s Secret se quedaría también con la mayor
parte de la cosecha orgánica de este año.
Bandera verde de identificación
El líder de la cooperativa local de comercio justo en el pueblito de
Clarisse confirmó que su granjero es uno de los productores del programa. Al
borde del campo donde ella trabaja hay una bandera verde de identificación, que
entregan a sus productores.
Como socia de Victoria’s Secret, la organización de Guebre, la Federación
Nacional de Productores de Algodón de Burkina, es responsable de manejar todos
los aspectos del programa orgánico y de comercio justo en Burkina Faso.
Conocida por sus iniciales francesas, la UNPCB (Union Nationale des Producteurs
de Cotton du Burkina Faso) en 2008 copatrocinó un estudio en el cual se
indicaba que cientos o quizá miles de niños como Clarisse podían ser
vulnerables a la explotación por parte de productores y de Helvetas. Victoria’s
Secret dice que nunca vio ese informe.
El trabajo de Clarisse pone en evidencia las deficiencias del sistema para
certificar como comercio justo productos básicos y terminados en un mercado
global que creció un 27% en apenas un año, hasta más de 5.800 millones de
dólares en 2010 (4.500 millones de euros). Ese mercado se funda en la noción de
que las compras realizadas por empresas y consumidores no deben hacer a éstos
cómplices de la explotación, sobre todo de niños.
Perversión del comercio justo
En Burkina Faso, donde el trabajo infantil es endémico en la producción de
su principal cultivo de exportación, pagar sobreprecios lucrativos por el
algodón orgánico y de comercio justo ha creado –de manera perversa- nuevos
incentivos para la explotación. El programa atrajo a agricultores de
subsistencia que dicen no tener recursos para cultivar algodón con
certificación de comercio justo sin violar un principio central del movimiento:
obligar a trabajar en sus campos a niños ajenos.
Una ejecutiva de la casa matriz de Victoria’s Secret asegura que la
cantidad de algodón que compra la firma a Burkina Faso es mínima, pero que toma
seriamente las acusaciones relativas al trabajo infantil.
“Describen una conducta contraria a
los valores de nuestra empresa y el código laboral y las normas de origen que
exigimos cumplir a todos nuestros proveedores”, dijo en un comunicado Tammy
Roberts Myers, vicepresidenta de comunicaciones externas de Limited Brands Inc. Victoria’s Secret es
la unidad más grande de la empresa de Columbus, Ohio.
“Nuestras normas prohíben específicamente el trabajo infantil”, dijo.
“Estamos enérgicamente empeñados en investigar a fondo esta cuestión con las
partes interesadas”.
En los campos
Para comprender la terrible situación de Clarisse y otros niños, la agencia
Bloomberg pasó más de seis semanas haciendo reportajes en Burkina Fasso, entre
otros, a Clarisse, su familia, los vecinos y los dirigentes de su aldea. Sus
experiencias son similares a las de otros seis niños entrevistados
exhaustivamente por Bloomberg, como un chiquillo escuálido de 12 años que
trabaja en un campo vecino.
En granjas de parcelas pequeñas como la de Kamboule en todo Burkina Faso,
investigadores patrocinados por la federación de productores constataron en
2008 que más de la mitad de los 89 productores sondeados tenía un total de 90
chicos acogidos temporalmente menores de 18 años. Muchos tenían dos o más. El
problema era agudo en el sudoeste del país, que constituye el centro de
producción del programa y es la tierra natal de Clarisse. Ese año, había unos
7.000 agricultores en comercio justo, según datos de Helvetas.
El estudio reveló que dos tercios de los niños acogidos temporalmente en
casas como la de Kamboule no iban a la escuela como se exigía que lo hicieran.
Los granjeros adheridos al programa de comercio justo dijeron a los
investigadores que no les pagaban a los niños, lo que llevó a los autores del
estudio a escribir “Esta categoría de niños constituye un problema en varios
niveles: en cuanto a su vulnerabilidad social por un lado, y en cuanto a su
situación en el trabajo por otro. Estos chicos acogidos temporalmente están en
situación de empleado: obviamente se les pide que trabajen, como lo expresaron
los productores con sus propias palabras, pero no reciben ninguna remuneración,
independientemente de la edad”.
Nada sobre niños
Kamboule y algunos productores dicen que nadie del programa les impartió
normas o capacitación sobre el trabajo infantil en sus granjas. Una instrucción
cara a cara sería una necesidad en un país donde 71 por ciento de la población
no sabe leer.
“No, no nos dijeron nada sobre niños”, recordó Louis Joseph Kambire, de 69
años, un granjero nervudo de comercio justo que forma parte de la comisión de
auditoría de la cooperativa Benvar, la aldea de Clarisse. Como no tiene hijos
propios, Kambire obliga a los niños acogidos temporalmente que tiene a su cargo
a trabajar en un campo de algodón orgánico y comercio justo que cultiva junto
al de Clarisse.
“Por eso trabajan para mí”, dice. Antes del programa de comercio justo, no
los hacía trabajar en sus campos de subsistencia.
Ha habido escasos esfuerzos o ninguno por mejorar la capacitación después
del informe de 2008, según las entrevistas de Bloomberg con granjeros en cinco
de las seis aldeas donde se realizó el sondeo.
Almacenar el algodón
Clarisse acarrea su fanega hasta la casa de un vecino donde Kamboule
almacena su algodón porque está más cerca del punto de recolección para el
programa orgánico y de comercio justo. La casa, de un lujo relativo con su piso
de cemento, se encuentra pasando la escuela a la que antes asistía.
De regreso en la choza de Kamboule, bajo la luz de una luna llena, Clarisse
dice que usará parte del agua que sacó del pozo para lavarse y luego irá a las
casas de los vecinos y amigos del pueblo. Si están comiendo, aguardará
educadamente hasta que le ofrezcan algo de comida. Para un “enfant confié”,
esta es la vida de todos los días, dice Clarisse: “Sin tu madre cerca, eres
como un huérfano”.
Muy lejos, en el centro de Manhattan, Irina Richardson
dice que compra corpiños y ropa interior Victoria’s Secret desde hace 15 años y
la ponía contenta pensar que hacía un bien. Al enterarse del papel de Clarisse
en la provisión del algodón para la lencería, esta administradora de
propiedades de Long Island, de 51 años, dijo que se quedó pasmada: “Comprar
algo fabricado en semejantes condiciones es una falta de respeto a otros seres
humanos”.
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