Cada año se denuncian en España una media de 6.500 casos de abuso, acoso y
agresión sexual. O lo que es lo mismo, 18 denuncias diarias. Pero estos son
solo los delitos conocidos y constituyen una mínima parte de los que realmente
se han producido. ¿Por qué tantos ataques sexuales sin denunciar? Ante las
agresiones más de una vez surge la cuestión: ¿Es acoso o es que ella se lo
estaba buscando? Investigamos las claves para delimitar la frontera entre el
consentimiento y la agresión
Texto: María Rodríguez Bajo.publico.es
Comencemos con un pequeño experimento. Si es usted hombre, haga un alto en
la lectura y pregunte a las mujeres que tenga alrededor (asegúrese de que las
conoce de algo primero) si alguna vez han sufrido algún tipo de violencia
sexual. Exhibicionistas, una mano indiscreta que toca un culo en el metro,
silbidos o groserías en mitad de la calle, conocidos que se toman
demasiadas confianzas, relaciones sexuales no deseadas… Si es usted mujer, es
posible que ya sepa cuál es la repuesta.
Se calcula que el 70% de las mujeres en el mundo han sufrido violencia
física o sexual por parte de un hombre a lo largo de su vida (OMS, 2005).
En España solo en 2011 se denunciaron 6.251 delitos sexuales (Ministerio del
Interior). Estos incluyen las agresiones sexuales, las violaciones, el abuso
sexual –con y sin penetración– y el acoso sexual. De ese total, 1.161 denuncias
fueron por violación –aunque se calcula que su cifra real puede rondar las
2.000 al año en nuestro país–. En esta cifra influye por supuesto qué entiende
el Código Penal –y la sociedad– de cada país por agresión, pues en China,
Afganistán, Egipto, así como en otros 35 países, la violación dentro del
matrimonio no se considera un crimen.
Como explica Dolores Cidoncha, coordinadora del Centro de Asistencia a
Víctimas y Agresiones Sexuales (CAVAS), a Números Rojos: “Puede que una mujer
haya sido agredida sexualmente pero legalmente no cumpla los requisitos para
que se pueda catalogar como agresión”. Efectivamente, el artículo 178 del
Código Penal distingue la agresión sexual del acoso o el abuso por el empleo de
“violencia o intimidación” contra la libertad sexual de una persona. “Luego
podemos entrar en lo que significa violencia e intimidación”, apostilla Cidoncha.
“Cualquier comportamiento sexual que incomode a una persona quizás no se pueda
llamar ‘agresión sexual’ pero no tiene que ser normalizado ni consentido. El
baremo lo pone cada persona”.
Esa fue la pregunta que hostigó a Nancy Schwartzman, directora y productora
norteamericana, quien fue violada por un compañero de trabajo. Durante años
estuvo preguntándose: ¿por qué sucedió esto?, ¿por qué lo hizo?, ¿hice algo
acaso que indicara que yo lo deseaba? “Estaba atrapada en el miasma de la
culpa”, reconoce Schwartzman. Tres años después de la agresión la productora
regresó a Jerusalén con una cámara oculta y se enfrentó a su violador. De
ese encuentro nació “The line”, un documental que explora el límite que existe
entre las relaciones consentidas y las violaciones. Y de esa cinta, la
web whereisyourline.org, desde la que moviliza en contra de la
violencia sexual y se pregunta constantemente: ¿Dónde está tu línea? “La línea
se mueve. Ante todo, pregunta”, declara en una de sus producciones.
¿Recuerdan ustedes lo ocurrido en los Sanfermines del año pasado? Aquellas
imágenes de mujeres subidas a hombros en mitad de una plaza abarrotada
mostrando el pecho y varios hombres acercándose a tocarlas, ¿quién dibujaría la
línea entre lo que es placentero, consentido y deseado y lo que resulta
desagradable, incómodo o violento: la persona que recibe el trato o quien lo
ejerce? Ante este debate se alzó una respuesta no poco habitual que consideraba
que si una mujer se levanta la camiseta en público es una invitación a ser
tocada “y entonces no es una agresión sexual, porque la víctima en realidad
lo deseaba”, explica Elisa Fernández, redactora y community manager de la
web mehanviolado.org, “o porque se arriesgó demasiado (y
entonces es culpa suya)”.
Zorra, sí ¿y qué pasa?
Problema resuelto, las agresiones sexuales no existen porque, o son
deseadas o son responsabilidad de la víctima.
Según Andrés Piera, asesor legal de la misma web: “El fondo es el mismo: la
mujer tiene la culpa de lo que le pasa”. Y va más allá: “Hay quien simplemente
no acepta que la mujer tiene el pleno control de su sexualidad y que si quiere
quitarse la camiseta por cualquier razón (desde el calor hasta que le guste ser
observada), no significa que sus pechos se conviertan en dominio público”.
Esto es lo que, especialmente en el mundo anglosajón, se conoce como
“cultura de la violación” (rape culture) y que, según aclara Elisa Fernández,
“sistemáticamente resta importancia a las agresiones amparándose en todo tipo
de excusas: estaba borracha, ella se lo buscó, los hombres no pueden controlarse,
si no hubo penetración no es una verdadera violación…”. Argumentos que protegen
siempre al agresor y normalizan, excusan, toleran e incluso consienten la
violación.
Que la mujer agredida “iba vestida como una puta” no es un novedoso
atenuante en las sentencias judiciales sobre violación. Si bien, tal y como
señala Dolores Cidoncha, estas sentencias son cada vez menos frecuentes, el
comentario en 2011 de un policía de Toronto (“No debería decir esto pero las
mujeres no deberían vestir como zorras para no ser acosadas”) llevó a un grupo
feminista a organizar la primera manifestación de ‘zorras’ en Canadá, no solo
con el fin de denunciar esta cultura que culpa a la mujer de las agresiones, si
no para reapropiarse, además, de un concepto inicialmente peyorativo, como se
hizo ya con otros términos como ‘maricón’ o ‘queer’. No importa cómo vista una
mujer, qué haya hecho antes o lo mucho que le guste el sexo. Nada es una
invitación a la violación, advierte el colectivo Slut Walk Toronto. Una línea
bien clara.
Ese agresor modélico
Entonces, si no es normal justificar un robo, aduciendo que la persona
damnificada iba ostentando de billetera, ¿por qué una minifalda o un escote son
elementos de provocación al crimen? De hecho, ¿qué es incitación? ¿Pintarse las
uñas, mostrar el tanga, estudiar una carrera universitaria? Según un estudio el
69% de las mujeres que cursaban una ingeniería en EE. UU. había sufrido algún
tipo de agresión sexual durante el ciclo universitario (Harvard BR, 2008).
También en EE. UU., nueve de cada diez alumnas que han sido agredidas
sexualmente durante la carrera (el 25% de la población universitaria femenina),
conocía a su agresor.
Los datos sobre agresiones sexuales son escasos y parciales, pues entre el
50 y 55% de las violaciones y entre el 60 y 90% de las agresiones no se
denuncian. Por eso los hospitales son puntos fundamentales donde detectarlas,
pues suele ser el primer lugar al que acude la víctima. Entre los años 2005 y
2008 el Hospital Clínic de Barcelona, centro de referencia en la atención de
violencia sexual, recibió 712 casos de agresión, el 95,5% de ellos sufridos por
mujeres. Según esta muestra, 294 de las víctimas conocían a su agresor
(familiar, amistad, vecino o compañero de trabajo) –esto es, casi la mitad
(43,4%)– y la vía pública fue por poco el lugar donde más agresiones se
cometieron (53%) frente al domicilio de la víctima (47%). En 590 de los casos,
las víctimas interpusieron una denuncia por agresión.
Desconocido, en mitad de la noche y en plena calle. Ese es el estereotipo
de agresor que la sociedad maneja. Sin embargo, los estudios europeos, con
tendencias similares al del Hospital Clínic, desmienten el mito del violador
‘ejemplar’. En general, se denuncian más las violaciones producidas por
desconocidos que las provocadas por conocidos o personas cercanas. “Cuesta
menos hablar de desconocidos –aclara Dolores Cidoncha–. Las implicaciones
sociales son distintas y la responsabilidad que se le inculca a la víctima
también es diferente”. A lo que Elisa Fernández incorpora: “En las agresiones
por parte de conocidos es frecuente que la víctima se pregunte si realmente le
han violado y que el agresor no tenga siquiera conciencia de haber hecho algo
malo”.
La culpa difumina la responsabilidad de las agresiones, algo que
caracteriza, así lo explica Cidoncha, a los casos de agresión o malos
tratos.
Así pues, el estereotipo de hombres ‘malos’ o ‘enfermos’ que solo
agrede a cierto tipo de mujeres actúa como salvoconducto mental para librarse
de las violaciones. Dibujamos una línea en el suelo entre agresores y agredidas
y el resto de la sociedad. “Aceptar que en las agresiones sexuales interviene
gente normal es aceptar que uno mismo puede verse envuelto en una”, remata
Elisa Fernández.
¿Un gen ‘macho’?
En el relato que hace la escritora y activista francesa Virginie Despentes
en su libro Teoría King Kong de la violación que sufrió siendo adolescente, la
autora reflexiona sobre esa naturaleza incontrolable que parecen poseer algunos
hombres, “que no pueden contenerse”, y se autorrealizan a través de la
expresión de su incontenible sexualidad. “Creencia política construida y no
evidencia natural –pulsional– como nos quieren hacer creer –dice Despentes–. Si
la testosterona hiciera de ellos animales de pulsiones indomables, entonces
matarían tan fácilmente como violan. Y este no es el caso”.
Daniel Santacruz, psicólogo y sexólogo coordinador de la Asociación de
Planificación Familiar de Madrid, explica a Números Rojos que una educación
sexual deficitaria puede, efectivamente, fomentar la cultura de la violación.
“Es indudable que se siguen transmitiendo roles denigrantes con los derechos de
las mujeres, basta con mirar los catálogos de juguetes, la publicidad de
coches, perfumes, etc. Pero no hay que olvidar que estos ejemplos denigran a
ambos sexos. Un anuncio que presenta a una mujer como un objeto ofrece el
mensaje de que todas las mujeres pueden ser tratadas como tales, pero también
de que todos (hombres y mujeres) pueden tratarlas así y sabemos que esto es
injusto e incorrecto”.
Precisamente a ese sentimiento invocaba la escritora estadounidense Mary
Gaitskill –autora de Bad behaviour– cuando hacía hincapié en que “enseñarle a
un muchacho que la violación es ‘mala’ no es tan efectivo como hacerle ver que
la violación también es una violación a su propia dignidad masculina y no solo
una agresión a la mujer” (On not being a victim, 1994). En ese sentido fue
creada la campaña canadiense Don’t be that guy, dirigida a los hombres “no para
ofenderles”, aclara en su web la asociación contra las agresiones de Calgary (www.savcalgary.ca), “sino para conectar con ellos y pedirles
que se involucren y formen parte de la solución”.
De esta manera, el mensaje da media vuelta y del “no vuelvas tarde que te
puede pasar algo” y demás consejos que las mujeres –especialmente las más
jóvenes– reciben a lo largo de su educación, el énfasis para evitar las
violaciones se carga en la actitud del agresor y no de la víctima. Quién es
responsable de la agresión comienza, entonces, a quedar más claro.
“La mayoría de consejos antiviolación –nos cuenta el asesor legal de mehanviolado.org–, además de ser ofensivos porque le
imponen a la víctima un estándar de protección demasiado alto, no son ni
siquiera efectivos”, indica. En cambio, para Dolores Cidoncha, aunque estos
‘consejos’ supongan cargar a la mujer con la responsabilidad de evitar una
violación, según su experiencia “es más fácil que te haga caso quien tiene algo
que perder”.
Pero, ¿qué pasa con las mujeres? ¿Por qué no se defienden? Para Despentes
“una empresa política ancestral, implacable, enseña a las mujeres a no
defenderse”. Según la autora francesa, el patriarcado ha hecho de la violencia
“una cosa de hombres”. “Es un modo de que se sientan vulnerables –escribe en su
Teoría King Kong–.Teme a la violación como a la misma muerte, pero nunca
busques una forma de protegerte”.
Pegar no es cosa de chicas
Justo con este objetivo, el de aprender a defenderse, nació en Canadá en la
década de los 60 el Wen-Do, un sistema de autodefensa feminista. ¿Por qué
feminista? Pues porque el entrenamiento está pensado para que pueda emplearlo
cualquier mujer, sin necesidad de poseer especial fuerza o preparación física y
trata las causas de la violencia machista en la sociedad.
Como dice Maitena Monroy, activista y profesora de estos cursos: “Las
mujeres no nacen con miedo, se les enseña a tenerlo. No se les enseña a
defenderse y eso es lo que realmente las hace vulnerables”.
Entonces, ¿qué hacemos para avanzar en la erradicación de las agresiones
sexuales y la culpabilización de la mujer? Para Dolores Cidoncha el antídoto
esencial es la visibilización. “Visibilizar implica no normalizar”, arguye. En
palabras de Daniel Santacruz, una educación sexual formal que contemple la
diversidad de sexualidades, que eduque en el reconocimiento, la aceptación y la
expresión de emociones y sentimientos, que fomente la comunicación y
negociación entre personas, es fundamental para evitar actitudes
discriminatorias y agresivas hacia uno u otro sexo que denigran a ambos sexos.
“El patriarcado es un arma de doble filo, que muerde la mano de quien le da de
comer”, concluye Santacruz.
Así que solo nos queda hacer una pregunta, esta vez
personal: ¿tiene usted claro dónde está su línea?
10 consejos para evitar las violaciones
1. No pongas drogas en las bebidas de las mujeres.
2. Cuando veas a una
mujer caminando sola, déjala en paz.
3. Si ayudas a una mujer cuyo coche se ha
estropeado, recuerda no violarla.
4. Si estás en un ascensor y entra una mujer,
no la violes.
5. Nunca te cueles en la casa de una mujer a través de una puerta
o ventana abierta, ni te abalances sobre ella entre coches aparcados, ni la
violes.
6. ¡Usa a tu amigo! Si no puedes evitar asaltar personas, pídele a un
amigo que se quede contigo mientras estés en público.
7. No lo olvides: cuando
alguien está dormido o inconsciente no es sexo, ¡es violación!
8. Lleva un
silbato. Si temes asaltar a alguien ‘por accidente’ puedes dárselo a la persona
con la que estás para que pida ayuda.
9. Recuerda: si tienes intención de tener
sexo con una mujer sin importar qué piense ella, dile que existe la posibilidad
de que la violes. Si no, puede sentirse segura de manera involuntaria.
10. No
violes.
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