venres, 4 de abril de 2014

‘No’ sigue siendo ‘no’


Cada año se denuncian en España una media de 6.500 casos de abuso, acoso y agresión sexual. O lo que es lo mismo, 18 denuncias diarias. Pero estos son solo los delitos conocidos y constituyen una mínima parte de los que realmente se han producido. ¿Por qué tantos ataques sexuales sin denunciar? Ante las agresiones más de una vez surge la cuestión: ¿Es acoso o es que ella se lo estaba buscando? Investigamos las claves para delimitar la frontera entre el consentimiento y la agresión
Texto: María Rodríguez Bajo.publico.es

Comencemos con un pequeño experimento. Si es usted hombre, haga un alto en la lectura y pregunte a las mujeres que tenga alrededor (asegúrese de que las conoce de algo primero) si alguna vez han sufrido algún tipo de violencia sexual. Exhibicionistas, una mano indiscreta que toca un culo en el metro, silbidos o groserías en  mitad de la calle, conocidos que se toman demasiadas confianzas, relaciones sexuales no deseadas… Si es usted mujer, es posible que ya sepa cuál es la repuesta.
Se calcula que el 70% de las mujeres en el mundo han sufrido violencia física o sexual por parte de un hombre a lo largo de su vida (OMS, 2005). En España solo en 2011 se denunciaron 6.251 delitos sexuales (Ministerio del Interior). Estos incluyen las agresiones sexuales, las violaciones, el abuso sexual –con y sin penetración– y el acoso sexual. De ese total, 1.161 denuncias fueron por violación –aunque se calcula que su cifra real puede rondar las 2.000 al año en nuestro país–. En esta cifra influye por supuesto qué entiende el Código Penal –y la sociedad– de cada país por agresión, pues en China, Afganistán, Egipto, así como en otros 35 países, la violación dentro del matrimonio no se considera un crimen.
Como explica Dolores Cidoncha, coordinadora del Centro de Asistencia a Víctimas y Agresiones Sexuales (CAVAS), a Números Rojos: “Puede que una mujer haya sido agredida sexualmente pero legalmente no cumpla los requisitos para que se pueda catalogar como agresión”. Efectivamente, el artículo 178 del Código Penal distingue la agresión sexual del acoso o el abuso por el empleo de “violencia o intimidación” contra la libertad sexual de una persona. “Luego podemos entrar en lo que significa violencia e intimidación”, apostilla Cidoncha. “Cualquier comportamiento sexual que incomode a una persona quizás no se pueda llamar ‘agresión sexual’ pero no tiene que ser normalizado ni consentido. El baremo lo pone cada persona”.
Esa fue la pregunta que hostigó a Nancy Schwartzman, directora y productora norteamericana, quien fue violada por un compañero de trabajo. Durante años estuvo preguntándose: ¿por qué sucedió esto?, ¿por qué lo hizo?, ¿hice algo acaso que indicara que yo lo deseaba? “Estaba atrapada en el miasma de la culpa”, reconoce Schwartzman. Tres años después de la agresión la productora regresó a Jerusalén con una cámara oculta y se enfrentó a su violador. De ese encuentro nació “The line”, un documental que explora el límite que existe entre las relaciones consentidas y las violaciones. Y de esa cinta, la web whereisyourline.org, desde la que moviliza en contra de la violencia sexual y se pregunta constantemente: ¿Dónde está tu línea? “La línea se mueve. Ante todo, pregunta”, declara en una de sus producciones.
¿Recuerdan ustedes lo ocurrido en los Sanfermines del año pasado? Aquellas imágenes de mujeres subidas a hombros en mitad de una plaza abarrotada mostrando el pecho y varios hombres acercándose a tocarlas, ¿quién dibujaría la línea entre lo que es placentero, consentido y deseado y lo que resulta desagradable, incómodo o violento: la persona que recibe el trato o quien lo ejerce? Ante este debate se alzó una respuesta no poco habitual que consideraba que si una mujer se levanta la camiseta en público es una invitación a ser tocada “y entonces no es una agresión sexual, porque la víctima en realidad lo deseaba”, explica Elisa Fernández, redactora y community manager de la web mehanviolado.org, “o porque se arriesgó demasiado (y entonces es culpa suya)”.
Zorra, sí ¿y qué pasa?
Problema resuelto, las agresiones sexuales no existen porque, o son deseadas o son responsabilidad de la víctima.
Según Andrés Piera, asesor legal de la misma web: “El fondo es el mismo: la mujer tiene la culpa de lo que le pasa”. Y va más allá: “Hay quien simplemente no acepta que la mujer tiene el pleno control de su sexualidad y que si quiere quitarse la camiseta por cualquier razón (desde el calor hasta que le guste ser observada), no significa que sus pechos se conviertan en dominio público”.
Esto es lo que, especialmente en el mundo anglosajón, se conoce como “cultura de la violación” (rape culture) y que, según aclara Elisa Fernández, “sistemáticamente resta importancia a las agresiones amparándose en todo tipo de excusas: estaba borracha, ella se lo buscó, los hombres no pueden controlarse, si no hubo penetración no es una verdadera violación…”. Argumentos que protegen siempre al agresor y normalizan, excusan, toleran e incluso consienten la violación.
Que la mujer agredida “iba vestida como una puta” no es un novedoso atenuante en las sentencias judiciales sobre violación. Si bien, tal y como señala Dolores Cidoncha, estas sentencias son cada vez menos frecuentes, el comentario en 2011 de un policía de Toronto (“No debería decir esto pero las mujeres no deberían vestir como zorras para no ser acosadas”) llevó a un grupo feminista a organizar la primera manifestación de ‘zorras’ en Canadá, no solo con el fin de denunciar esta cultura que culpa a la mujer de las agresiones, si no para reapropiarse, además, de un concepto inicialmente peyorativo, como se hizo ya con otros términos como ‘maricón’ o ‘queer’. No importa cómo vista una mujer, qué haya hecho antes o lo mucho que le guste el sexo. Nada es una invitación a la violación, advierte el colectivo Slut Walk Toronto. Una línea bien clara.
Ese agresor modélico
Entonces, si no es normal justificar un robo, aduciendo que la persona damnificada iba ostentando de billetera, ¿por qué una minifalda o un escote son elementos de provocación al crimen? De hecho, ¿qué es incitación? ¿Pintarse las uñas, mostrar el tanga, estudiar una carrera universitaria? Según un estudio el 69% de las mujeres que cursaban una ingeniería en EE. UU. había sufrido algún tipo de agresión sexual durante el ciclo universitario (Harvard BR, 2008). También en EE. UU., nueve de cada diez alumnas que han sido agredidas sexualmente durante la carrera (el 25% de la población universitaria femenina), conocía a su agresor.
Los datos sobre agresiones sexuales son escasos y parciales, pues entre el 50 y 55% de las violaciones y entre el 60 y 90% de las agresiones no se denuncian. Por eso los hospitales son puntos fundamentales donde detectarlas, pues suele ser el primer lugar al que acude la víctima. Entre los años 2005 y 2008 el Hospital Clínic de Barcelona, centro de referencia en la atención de violencia sexual, recibió 712 casos de agresión, el 95,5% de ellos sufridos por mujeres. Según esta muestra, 294 de las víctimas conocían a su agresor (familiar, amistad, vecino o compañero de trabajo) –esto es, casi la mitad (43,4%)– y la vía pública fue por poco el lugar donde más agresiones se cometieron (53%) frente al domicilio de la víctima (47%). En 590 de los casos, las víctimas interpusieron una denuncia por agresión.
Desconocido, en mitad de la noche y en plena calle. Ese es el estereotipo de agresor que la sociedad maneja. Sin embargo, los estudios europeos, con tendencias similares al del Hospital Clínic, desmienten el mito del violador ‘ejemplar’. En general, se denuncian más las violaciones producidas por desconocidos que las provocadas por conocidos o personas cercanas. “Cuesta menos hablar de desconocidos –aclara Dolores Cidoncha–. Las implicaciones sociales son distintas y la responsabilidad que se le inculca a la víctima también es diferente”. A lo que Elisa Fernández incorpora: “En las agresiones por parte de conocidos es frecuente que la víctima se pregunte si realmente le han violado y que el agresor no tenga siquiera conciencia de haber hecho algo malo”.
La culpa difumina la responsabilidad de las agresiones, algo que caracteriza, así lo explica Cidoncha, a los casos de agresión o malos tratos.
Así pues, el estereotipo de hombres ‘malos’ o ‘enfermos’ que solo agrede a cierto tipo de mujeres actúa como salvoconducto mental para librarse de las violaciones. Dibujamos una línea en el suelo entre agresores y agredidas y el resto de la sociedad. “Aceptar que en las agresiones sexuales interviene gente normal es aceptar que uno mismo puede verse envuelto en una”, remata Elisa Fernández.
¿Un gen ‘macho’?
En el relato que hace la escritora y activista francesa Virginie Despentes en su libro Teoría King Kong de la violación que sufrió siendo adolescente, la autora reflexiona sobre esa naturaleza incontrolable que parecen poseer algunos hombres, “que no pueden contenerse”, y se autorrealizan a través de la expresión de su incontenible sexualidad. “Creencia política construida y no evidencia natural –pulsional– como nos quieren hacer creer –dice Despentes–. Si la testosterona hiciera de ellos animales de pulsiones indomables, entonces matarían tan fácilmente como violan. Y este no es el caso”.
Daniel Santacruz, psicólogo y sexólogo coordinador de la Asociación de Planificación Familiar de Madrid, explica a Números Rojos que una educación sexual deficitaria puede, efectivamente, fomentar la cultura de la violación. “Es indudable que se siguen transmitiendo roles denigrantes con los derechos de las mujeres, basta con mirar los catálogos de juguetes, la publicidad de coches, perfumes, etc. Pero no hay que olvidar que estos ejemplos denigran a ambos sexos. Un anuncio que presenta a una mujer como un objeto ofrece el mensaje de que todas las mujeres pueden ser tratadas como tales, pero también de que todos (hombres y mujeres) pueden tratarlas así y sabemos que esto es injusto e incorrecto”.
Precisamente a ese sentimiento invocaba la escritora estadounidense Mary Gaitskill –autora de Bad behaviour– cuando hacía hincapié en que “enseñarle a un muchacho que la violación es ‘mala’ no es tan efectivo como hacerle ver que la violación también es una violación a su propia dignidad masculina y no solo una agresión a la mujer” (On not being a victim, 1994). En ese sentido fue creada la campaña canadiense Don’t be that guy, dirigida a los hombres “no para ofenderles”, aclara en su web la asociación contra las agresiones de Calgary (www.savcalgary.ca), “sino para conectar con ellos y pedirles que se involucren y formen parte de la solución”.
De esta manera, el mensaje da media vuelta y del “no vuelvas tarde que te puede pasar algo” y demás consejos que las mujeres –especialmente las más jóvenes– reciben a lo largo de su educación, el énfasis para evitar las violaciones se carga en la actitud del agresor y no de la víctima. Quién es responsable de la agresión comienza, entonces, a quedar más claro.
“La mayoría de consejos antiviolación –nos cuenta el asesor legal de mehanviolado.org–, además de ser ofensivos porque le imponen a la víctima un estándar de protección demasiado alto, no son ni siquiera efectivos”, indica. En cambio, para Dolores Cidoncha, aunque estos ‘consejos’ supongan cargar a la mujer con la responsabilidad de evitar una violación, según su experiencia “es más fácil que te haga caso quien tiene algo que perder”.
Pero, ¿qué pasa con las mujeres? ¿Por qué no se defienden? Para Despentes “una empresa política ancestral, implacable, enseña a las mujeres a no defenderse”. Según la autora francesa, el patriarcado ha hecho de la violencia “una cosa de hombres”. “Es un modo de que se sientan vulnerables –escribe en su Teoría King Kong–.Teme a la violación como a la misma muerte, pero nunca busques una forma de protegerte”.
Pegar no es cosa de chicas
Justo con este objetivo, el de aprender a defenderse, nació en Canadá en la década de los 60 el Wen-Do, un sistema de autodefensa feminista. ¿Por qué feminista? Pues porque el entrenamiento está pensado para que pueda emplearlo cualquier mujer, sin necesidad de poseer especial fuerza o preparación física y trata las causas de la violencia machista en la sociedad.
Como dice Maitena Monroy, activista y profesora de estos cursos: “Las mujeres no nacen con miedo, se les enseña a tenerlo. No se les enseña a defenderse y eso es lo que realmente las hace vulnerables”.
Entonces, ¿qué hacemos para avanzar en la erradicación de las agresiones sexuales y la culpabilización de la mujer? Para Dolores Cidoncha el antídoto esencial es la visibilización. “Visibilizar implica no normalizar”, arguye. En palabras de Daniel Santacruz, una educación sexual formal que contemple la diversidad de sexualidades, que eduque en el reconocimiento, la aceptación y la expresión de emociones y sentimientos, que fomente la comunicación y negociación entre personas, es fundamental para evitar actitudes discriminatorias y agresivas hacia uno u otro sexo que denigran a ambos sexos. “El patriarcado es un arma de doble filo, que muerde la mano de quien le da de comer”, concluye Santacruz.
Así que solo nos queda hacer una pregunta, esta vez personal: ¿tiene usted claro dónde está su línea?
10 consejos para evitar las violaciones
1. No pongas drogas en las bebidas de las mujeres.
2. Cuando veas a una mujer caminando sola, déjala en paz.
3. Si ayudas a una mujer cuyo coche se ha estropeado, recuerda no violarla.
4. Si estás en un ascensor y entra una mujer, no la violes.
5. Nunca te cueles en la casa de una mujer a través de una puerta o ventana abierta, ni te abalances sobre ella entre coches aparcados, ni la violes.
6. ¡Usa a tu amigo! Si no puedes evitar asaltar personas, pídele a un amigo que se quede contigo mientras estés en público.
7. No lo olvides: cuando alguien está dormido o inconsciente no es sexo, ¡es violación!
8. Lleva un silbato. Si temes asaltar a alguien ‘por accidente’ puedes dárselo a la persona con la que estás para que pida ayuda.
9. Recuerda: si tienes intención de tener sexo con una mujer sin importar qué piense ella, dile que existe la posibilidad de que la violes. Si no, puede sentirse segura de manera involuntaria.
10. No violes.

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