Como acostumbra a pasar siempre que se escribe la
historia a golpe de escuadra y cartabón sobre un mapa lejano, esa partición
respondía a la pura improvisación
Cuando acabó la II Guerra Mundial, Corea llevaba 35 años bajo un férreo
dominio colonial japonés que dejó heridas muy profundas. Aquel 15 de agosto de
1945 en que el Imperio japonés se rendía ante las tropas aliadas, los coreanos
celebraron con alborozo por todos los rincones la liberación del durísimo
periodo de dominación colonial nipona sin saber que llevaban ya cuatro días
partidos en dos. El milenario reino coreano que el rey Silla había unificado el
año 676 se partía por la mitad sin que sus habitantes tuvieran arte ni parte en
ello.
Estados Unidos y la URSS habían acordado repartirse dos áreas de
influencia en la península coreana. Los norteamericanos propusieron el paralelo
38 y los soviéticos aceptaron, pese a que podrían haberse apoderado de toda la
península antes de que llegasen los norteamericanos. Era un acuerdo vinculado a
los previamente logrados en Potsdam sobre la partición germánica. Pero Corea
era un país liberado, no derrotado como Alemania. Aquella partición asiática
derivaba de la lógica de la guerra fría, que se asomaba al umbral de la escena
internacional.
Como acostumbra a pasar siempre que se escribe la historia a golpe de
escuadra y cartabón sobre un mapa lejano, las decisiones respondían a la pura
improvisación: el paralelo 38 dividía Corea de una forma arbitraria, sin
responder a realidad histórica o geográfica alguna. La partición solo venía a
profundizar las heridas de una lacerante herencia postocolonial. En el Norte se
concentraban los recursos energéticos. Quedaban en el Sur la mayoría de tierras
cultivables. La economía de unos y otros quedaba fatalmente herida, con el
agravante del sistemático sabotaje a las infraestructuras que dejaron como
regalo de despedida las tropas japonesas al replegarse.
En septiembre de 1945 desembarcaba de una nave soviética
en un puerto norcoreano un desconocido joven de 33 años llamado Kim Il-sung,
que acabaría fundando la primera dinastía comunista hereditaria. Pese a que
tanto los coreanos del Norte como los del Sur conspiraban para resolver
expeditivamente la partición, soviéticos y norteamericanos retiraron sus tropas
de la península coreana en 1949, dejando apenas algunas decenas de asesores.
Meses más tarde estallaba una guerra de dimensión internacional. El 25 de junio
de 1950 Corea del Norte lanzó un ataque a gran escala. La guerra de Corea se
alargó tres años. Enfrentó a la ONU, encabezada por tropas norteamericanas,
contra las fuerzas norcoreanas, ayudadas por centenares de miles de voluntarios
chinos y por el armamento soviético. No hubo armas nucleares ni un
enfrentamiento abierto chino-norteamericano o soviético-norteamericano, pero en
ella murieron cerca de dos millones de combatientes y civiles, coreanos del
Norte y del Sur, chinos y norteamericanos. La guerra fría empezaba a cobrarse
víctimas. Al final quedaron en tablas. En el armisticio se acordó la vuelta a
la partición de las dos Coreas a través del paralelo 38. El telón de bambú se
alzaba de nuevo en la península coreana, y allí sigue intacto.
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