domingo, 17 de xaneiro de 2010

Sabaté, guerrillero de película


PEDRO COSTA- El País- 17/01/2010

Francisco Sabaté Llopart, alias 'Quico', vivía exiliado en Francia y hacía incursiones a Cataluña para demostrar que la lucha armada tenía sentido. Su leyenda de guerrillero antifranquista llegó hasta Hollywood. Murió a tiros hace justo medio siglo.

Tal era su fama que le bastaba con decir "¡Quietos, soy el Quico!" para que en aquella reprimida Barcelona de los años cincuenta todos le obedecieran: civiles, militares, policías, serenos. Nadie osaba enfrentarse a Sabaté. Sabían del aplomo y decisión con que acometía sus acciones. Desde su primera incursión en 1945, cada vez que llegaba desde Francia a la capital catalana se extendía de inmediato el rumor en esa sociedad que se informaba sólo con rumores: "¡El Sabaté está en Barcelona, le han visto!".

Francisco, Quico, Sabaté Llopart, máximo exponente de la guerrilla urbana anarquista, emprendió su última incursión en España veinte años después del fin de la Guerra Civil, el mismo día en que Eisenhower aterrizaba en Madrid para bendecir, a los ojos del mundo, el régimen dictatorial del general Franco: el 21 de diciembre de 1959. Poco le importaban a Sabaté los cambios que, cabía esperar, se iban a producir en España tras la visita del presidente norteamericano, él seguía empeñado en la acción armada, fiel al principio de no dar tregua al franquismo. Sabaté nunca se dejó regir por las leyes que, generalmente, acata la colectividad y siempre luchó por su cuenta y con sus medios. Sufrió persecución (y cárcel) en la II República, en la dictadura franquista, en la Francia ocupada, en la liberada, e incluso fue repudiado por algunos compañeros de la CNT: "Desaprensivos que intentan difamar nuestra conducta llamándonos atracadores y malhechores, lo mismo que hace el enemigo franquista", denunció él mismo ante la CNT-FAI.

Tan míticas fueron su vida y muerte que en Hollywood se interesaron por él y la Columbia produjo en 1964 un filme de Fred Zinnemann, Behold a pale horse, en el que Gregory Peck era el guerrillero catalán, y Anthony Quinn, su perseguidor, el teniente Viñolas, que personificaba al comisario Quintela. Éste, jefe de la Brigada Político-Social de Barcelona, era experto en la lucha contra los anarquistas, y Sabaté decidió acabar con él. Fue en su tercer viaje a España, a principios de 1949. Su presencia en Barcelona se hizo notar enseguida: ocupó los diarios del país al dar muerte, en la puerta del cine Condal, al inspector Oswaldo Blanco, quien le sorprendió en una cita. Fue el 26 de febrero de ese año, y cuatro días después planeaba el atentado contra Quintela, que estaría lleno de sorpresas.

Sabaté y su hermano José vigilaron el recorrido que Quintela hacía a diario para ir a comer a casa: salía de la Jefatura, en la Vía Layetana, y subía por la calle de Marina hasta su domicilio, cerca de la Sagrada Familia. Los Sabaté escogieron como ideal el tramo entre Mallorca y Provenza, por el que el comisario pasaba en coche oficial entre las 13.50 y las 14.10. Y uno de los días en que se hallaban estudiando el terreno, Quico le dijo a su hermano que los habían descubierto: "Es la tercera vez que veo a aquel tipo de la esquina; espérame aquí". Apretó su pistola en el bolsillo de la gabardina y se dirigió hacia el intruso dispuesto a todo. Pero resultó ser Wenceslao Giménez Orive, anarquista aragonés del grupo Los Maños que vigilaba a Quintela con igual fin. Decidieron unir fuerzas. Así, el 2 de marzo, a las 13.45, todo estaba listo: Sabaté, con mono azul, fingía reparar una camioneta pendiente de José que, con sombrero marrón, paseaba 50 metros más abajo para indicar la llegada del coche oficial. Más arriba, tres de Los Maños aguardaban en un Fiat con la metralleta Stein lista. A las 13.55, José se quitó el sombrero y el coche se perfiló en la calle de Marina. Sabaté agarró un fusil ametrallador que escondía en el motor y se plantó en el centro de la calle abriendo fuego contra el vehículo matrícula PMM. Pero Quintela no iba en ese coche. Sus ocupantes eran el jefe del Sindicato Universitario falangista, Manuel Piñol, y el delegado de Deportes de tal organismo. Éste resultó herido, y Piñol y el chófer, muertos. Nunca se aclaró por qué no iba Quintela. La prensa trató el suceso: "Criminal agresión de asesinos venidos de fuera", pistoleros profesionales [sin paliativos ni trampantojos: pistoleros]" (La Vanguardia, 4 de marzo de 1949). (...)

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