xoves, 10 de maio de 2012

Diez en conducta


El histórico sindicalista Rafael Pillado inicia la publicación de sus “memorias colectivas”
Los grises retrocedían y los trabajadores arañaban metros. Iba casi en cabeza de la multitud. Había 4.000 personas, volaban balas y piedras. Sin saber por qué, pensó en gorriones chocando entre sí sobre el cielo de China. Por delante solo corría Daniel, con el buzo de Bazán envuelto bajo el brazo derecho. A la altura de lo que hoy es el instituto de FP, de repente, le vio caer. Daniel se quedó tendido en el suelo, doblado sobre sí mismo, en una posición que le pareció extraña. “Por un instante, pensé que había tropezado”, recuerda ahora, 40 años y algunos días más tarde. “Al acercarme e intentar levantarlo, vi como desde el centro de la frente manaba una fuente de sangre”.
Estaba allí, a unos pasos, cuando la policía abatió de un disparo a Daniel Niebla. Rafael ni siquiera había cumplido los 30, pero conserva intacta esa imagen. Esa y las otras de aquel marzo de 1972 en Ferrol, cuando la policía se ensañó con los trabajadores. Se negociaba el convenio colectivo del astillero y la represión del Estado, aún impune, se cobró también el cadáver de Amador Rey. Hubo más de cien heridos. Para Rafael la revuelta terminó unos días después. Un jeep se le cruzó en la carretera y dos grises se abalanzaron sobre su coche. Uno de ellos le puso una pistola bajo la axila y le advirtió que por la patria estaba dispuesto a todo. Probablemente era una redundancia.
“Me llamo Rafael Pillado Lista. Nací en San Cibrao, provincia de Lugo, en 1942. Mi madre se llama María y mi padre, Manuel. Resido en Ferrol desde los dos años”, dijo al llegar al cuartelillo. “Ahora, si quieren, mátenme”. Lo cuenta así en O latexo da vida e da conciencia, el primer tomo de las memorias que publica la asociación Fuco Buxán. Unas 500 páginas llenas de interrogatorios —el primero, a los nueve años—, cárceles —de niño para ver a su padre, también comunista, y luego por méritos propios— y una vocación: organizar la primera persona del plural en la clandestinidad. Fue impulsor de las Comisiones Obreras en Bazán y cofundador del Partido Comunista de Galicia.
La tirada inicial de mil ejemplares, en gallego y prologados por Manuel Rivas y Santiago Carrillo, está casi agotada. Pronto saldrá en castellano, también de su puño. Pillado prefiere que no le atribuyan la gesta. Por eso las llama “memorias colectivas”. Porque le han ayudado a recordar y poner en orden los trabajos y los días y porque no son solo suyas. “Lo que pasó en Bazán”, dice, “no me pasó solo a mí, y esto tampoco es únicamente una mirada al pasado, sino al futuro. Cuento cómo nos enfrentamos nosotros a aquella situación por si sirve de algo ahora que la democracia, limitada por los poderes financieros, está otra vez en cuestión. Para los jóvenes y para nosotros”.
Entre la niñez secuestrada por la miseria y la caída del régimen, Pillado desgrana “una sucesión de pequeñas victorias y pequeñas derrotas”. A veces con instinto documental, como al reconstruir el proceso de los 23, en el que se enfrentaba a 17 años de cárcel por asociación ilícita, manifestación no pacífica y terrorismo, y a veces con la mirada benévola con la que recuerda sus pinitos como propagandista a bordo del crucero Canarias, en plena mili. Menos mal que las botellas de cerveza que lanzó al mar por un ojo de buey se hundieron de inmediato con los panfletos dentro.
Un relato de vida marcado por su incorporación como aprendiz a los astilleros Bazán en 1957, su entrada al PCE y las Juventudes Comunistas de la mano de su padre y la progresiva organización de las Comisiones Obreras junto a las organizaciones católicas. Hay dos puntos y aparte “cruciales”: el rocambolesco viaje a la RDA en 1964, los 22 recién cumplidos, para formarse durante tres meses con el partido, y la tragedia de Ferrol. “Nos dio la medida exacta de lo que era la dictadura: probaba que Franco seguía dispuesto a matar, pero también que era posible derrotarlo en su propia cuna”.
La ficha policial de Rafael Pillado dice que en 1972 se paseó “descaradamente” por Ferrol, junto a su familia, con coronas de claveles rojos en recuerdo de Amador Rey y Daniel Niebla, y que en el momento de su enésima detención llevaba encima mil esquelas rogando, no la gloria ni otra vida ni lujo parecido, sino un lugar en la memoria colectiva para los obreros asesinados. A quien lea O latexo da vida e da conciencia desde el principio no le extrañará el episodio. Cuando era aprendiz en Bazán, Pillado llegó a acariciar el suspenso en Higiene por no saber explicar con precisión cómo debía uno lavarse los dientes. En Conducta, sin embargo, siempre sacaba un diez.

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