mércores, 23 de maio de 2012

La mirada de un asesino


Los tres principales responsables de la guerra en Bosnia (Slobodan Milosevic, Radovan Karadzic y Ratko Mladic) se han sentado en el banquillo del Tribunal de La Haya
Ha envejecido y a los 70 años sus todavía espesos cabellos se han blanqueado; viste un traje de chaqueta elegante y una corbata vistosa; podría pasar por un apacible jubilado centroeuropeo con un desahogado retiro que emplea sus horas en el parque o en tertulias con los amigos. Pero las apariencias engañan cuando uno lo mira a sus ojos porque esas pupilas frías y claras desafían a sus interlocutores con un aire desafiante, chulesco e intimidante. La vejez no ha dulcificado ni atenuado esa mirada de asesino que el general serbobosnio Ratko Mladic paseó por Bosnia-Hercegovina entre los años 1992 y 1995. El Tribunal de La Haya, que ha comenzado a juzgarlo por genocidio y crímenes de guerra y contra la Humanidad, ha podido comprobar de nuevo esa mirada de Mladic que aterrorizó a las poblaciones musulmanas y croatas de Bosnia que, en los años de la contienda, sufrieron los asedios implacables de las tropas serbobosnias.
A pesar de las imperdonables tardanzas de Occidente en su búsqueda y captura, los tres principales responsables de la guerra en Bosnia, que causó más de 100.000 muertos y cientos de miles de damnificados de uno u otro tipo, se han sentado en el banquillo del Tribunal de La Haya: Slobodan Milosevic, Radovan Karadzic y Ratko Mladic. El expresidente de Serbia e instigador de los conflictos balcánicos, Milosevic, murió en el año 2006 antes de escuchar su sentencia; mientras el ideólogo-psiquiatra Karadzic, está también a disposición del alto tribunal. No cabe duda de que pocas de las víctimas y de aquellos que asistimos de cerca a los horrores yugoslavos confiábamos en que, algún día, estos tres siniestros personajes se sentaran en un banquillo ante la Justicia internacional. Un motivo de alegría en tiempos de penurias. Ahora cabe que el juicio sirva para aclarar las claves de la mayor carnicería en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Con su gorro de oficial serbio y sus ademanes autoritarios, Mladic dirigió con mano de hierro todas las operaciones militares en Bosnia y ahora invita al sarcasmo, si no fuera una tragedia, que el antiguo general, en sus declaraciones ante los jueces, haya atribuido a sus tropas los crímenes cometidos.
Capturado el año pasado en Lazarevo, una localidad cercana a Belgrado, los mercadillos de la capital serbia acogían por aquellas fechas tenderetes donde podían comprarse camisetas con las efigies de Karadzic y Mladic. Se trata de un detalle más, cotidiano y callejero, del apoyo brindado por buena parte de la sociedad y de las autoridades serbias hacia unos personajes que todavía mantienen la vitola de héroes entre los sectores más nacionalistas. Para cualquier observador está claro que Mladic vivió protegido por la cúpula del Ejército serbio y por sus paisanos y vecinos durante los 16 años en los que consiguió escapar de la Justicia internacional. Su entrega por el Gobierno reformista y europeísta de Boris Tadic fue el gesto más importante de Serbia para entreabrir las puertas de su futuro ingreso en la Unión Europea. Días antes de la apertura del proceso en La Haya, el fiscal Brammertz preguntó en voz alta acerca de un interrogante que está en la mente de todos los demócratas y defensores de los derechos humanos: “¿Cómo es posible que Mladic pudiera esconderse durante 16 años y quién le ayudó?”
El brutal cerco de Sarajevo ha sido uno de los más largos de la historia contemporánea de Europa y la matanza de Srebrenica, donde fueron asesinados unos 8.000 varones musulmanes, desde adolescentes hasta ancianos, el episodio más cruel en el continente desde la II Guerra Mundial. En ambos casos, Ratko Mladic se hallaba al frente de las tropas serbias. Ha sido una sensación escalofriante que, en la apertura del juicio en La Haya, se hayan proyectado imágenes del bombardeo de un mercado de Sarajevo con 30 muertos y cerca de un centenar de heridos y de un adolescente de Srebrenica que murió tiroteado por la espalda cuando escapaba de aquel infierno. Los testimonios de los familiares de las víctimas van a inundar en las próximas semanas y meses las asépticas salas del Tribunal de La Haya en un país que todavía arrastra su vergüenza porque los cascos azules holandeses no impidieron la carnicería de Srebrenica. Esta pequeña ciudad bosnia, encajada entre montañas en un paraje idílico y conocida hasta la guerra por sus bosques, su balneario y sus minas, es desde 1995 un sinónimo de la ignominia como puedan ser Auschwitz o Dachau. Las Madres de Srebrenica acaban de recordar en La Haya su grito desde julio de 1995: “El único perdón es hacer justicia”. El Tribunal de La Haya tiene la palabra.

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