xoves, 17 de maio de 2012

Las jóvenes de las petromonarquías desafían la tradición


Las jóvenes de la península Arábiga quieren tomar las riendas de su destino
Cuestionan las costumbres patriarcales y los matrimonios forzosos
 “Quiero librarme de mi familia y vivir mi vida”, espeta Fadwa en un arranque de sinceridad. La confidencia, que suena a pataleta de adolescente, adquiere un significado diferente cuando la pronuncia una mujer en una de las monarquías de la península Arábiga, donde el petróleo parece haber anestesiado a la población frente a los vientos de cambio que sacuden la zona. El conservadurismo, fruto tanto de los valores tribales y religiosos como de la reacción a la apresurada modernización de estas sociedades, ha sido un lastre para el avance de las mujeres. Ahora el acceso generalizado a la educación, la televisión por satélite, los viajes, Internet y la urbanización están transformando de forma irreversible sus aspiraciones.
Fadwa (nombre supuesto para proteger su identidad) no es una niñata en medio de un arrebato de rebeldía. A sus 23 años tiene detrás una dura historia personal de matrimonio impuesto, maternidad temprana, depresión y divorcio. Detrás de la mesa de su despacho, la joven, cubierta de negro de la cabeza a los pies, transmite una imagen engañosa de conformidad con su destino. Sin embargo, nunca se ha resignado.
“Quería estudiar y mis padres me dejaron claro que si no aceptaba casarme, no podría hacerlo”, relata sin aparente rencor. Que los progenitores elijan a los maridos de sus hijas es todavía habitual entre las familias de la península Arábiga. Fadwa tenía 18 años y el candidato era un primo al que no conocía. Decidida a lograr su objetivo, dio su consentimiento y pudo graduarse en administración de empresas.
 “Lo pasé muy mal, me causó problemas psicológicos, he estado en tratamiento”, admite satisfecha de haber dejado atrás esa etapa oscura. Queda no obstante un hijo de tres años que, tras el divorcio y hasta que cumpla 11 años, permanecerá a su cargo. “Lo cuida mi madre”, confía. Eso es lo que le ha permitido aceptar este trabajo de secretaria en una oficina del Gobierno. “Gano menos de lo que podría con mi título, pero planeo hacer un máster y aquí tengo más tiempo”, explica con determinación.
Es entonces cuando se le escapa el “quiero librarme de mi familia y vivir mi vida”. Enseguida matiza que no desea cortar radicalmente con ellos, pero que necesita más espacio personal, más libertad. Es una aspiración que comparten muchas de las jóvenes universitarias de esta parte del mundo que ven como sus sociedades abrazan las innovaciones tecnológicas a la vez que se aferran a costumbres y tradiciones que frenan la reforma de su estructura patriarcal.
La educación ha sido clave en el avance de las mujeres de las seis monarquías petroleras del golfo Pérsico, donde no tuvieron acceso a la enseñanza hasta los años sesenta del siglo pasado. Han aprovechado bien las oportunidades. Hoy, constituyen entre el 60% de los universitarios (en Arabia Saudí) y el 77% (en Emiratos Árabes Unidos). Incluso descontando que los hombres salen a estudiar fuera con mayor frecuencia, las cifras son significativas. La Universidad les ha permitido salir del núcleo cerrado de la familia al que los sectores más tradicionales aún desean relegarlas. Con sus diplomas bajo el brazo, quieren trabajar y tomar las riendas de su destino.
Dada la escasa población autóctona de estos países, sus gobernantes apoyan (con distinto entusiasmo) esas aspiraciones. En EAU, uno de los más vocales en la promoción de la mujer, las licenciadas han llegado a profesiones habitualmente dominadas por los hombres como ingeniería, ciencia, informática, derecho, comercio o la industria del petróleo. Constituyen el 35% de la población nacional activa y rondan el 60% en la administración pública, incluida alguna ministra y embajadora. También tienen el mayor número de empresarias de la región. Los negocios, junto al funcionariado, son el ámbito favorito de empleo porque da flexibilidad para combinar el trabajo con la responsabilidad en el hogar que les asigna la tradición.
En el terreno social, los cambios van más despacio. Perduran todavía limitaciones legales (como el derecho a trasmitir la nacionalidad, el divorcio en las mismas condiciones que los hombres, y la custodia de los hijos tras la separación), de movimiento (Arabia Saudí es el caso extremo), o simplemente, para elegir la vida qué quieren vivir. Trasnochados códigos de honor o la presión del qué dirán aún pesan como una losa sobre muchas mujeres, en especial de familias beduinas o asentadas en localidades del desierto, lejos del cosmopolitismo de las ciudades costeras.
“Quiero casarme por amor”, espeta Nayma ante la aprobación de su inseparable amiga Alia. Ambas, estudiantes de Filosofía, comparten el mismo sueño romántico que sus madres atribuyen a “demasiadas películas americanas”. Hasta ahora, su edad y sus estudios les han librado del enfrentamiento familiar, pero se acerca el momento de la verdad. “Mi hermana pequeña contrae matrimonio este verano y voy a ser la única de los siete hermanos que queda en casa”, admite Nayma con preocupación. “Mi madre tampoco eligió y no entiende mi empeño”, añade la joven que a los 18 años sigue sometida a la autoridad del padre a pesar de ser mayor de edad.
Hay sin duda un cambio generacional, agrandado además por la globalización de los medios de comunicación. La madre de Nayma apenas aprendió a leer y a escribir en un país que hasta el descubrimiento del petróleo vivía del pastoreo y de la pesca. Ahora Nayma acude a uno de los campus femeninos de la Universidad Nacional, en cuya residencia viven numerosas estudiantes. Aunque la educación es segregada (“no creo que muchas familias enviaran a sus hijas a la universidad si fuera mixta”, apunta una profesora extranjera), el contacto entre las chicas, algunas de países con culturas diferentes, y la relativa independencia que eso supone, abren nuevos horizontes.
Nayma parece no obstante más preocupada por su futuro sentimental que por el profesional. “¿Qué te parece?”, inquiere mientras muestra en el móvil al causante de sus desvelos. A la pregunta de cómo le ha conocido, responde que a través de Internet. Pero también han hablado por teléfono. No dice si han llegado a encontrarse a solas, algo que sus padres no tolerarían.
Es fácil tachar su actitud de inmadura, pero revela que se están produciendo cambios fuera del radar de la generación gobernante. La versión oficial presenta a una juventud moderna en el uso de la tecnología, pero respetuosa con las normas y tradiciones que sostienen el status quo. “Tenemos apego a nuestra religión y nuestra cultura, pero vivimos en el mundo, no estamos aisladas”, explicaba recientemente a un medio local Fatma al Hashemi, una estudiante de 20 años de Dubái, con motivo de una exposición sobre la mujer emiratí. Tampoco Nayma da la impresión de querer saltarse las reglas. Pero Shahla ya lo ha hecho.
Su mera presencia en vaqueros y camiseta escotada, en medio de un mar de abayas negras, es toda una declaración de intenciones. El centro no impone normas de vestido más allá de la modestia aunque una de las vigilantes le ha llamado la atención por llevar al cuello “una prenda masculina”, un pañuelo palestino. “Me cubro cuando voy a casa los fines de semana porque si no a mi madre le da un patatús”, admite con franqueza esta estudiante de urbanismo. “Sospecha que aquí no me pongo la abaya y el pañuelo, pero considera que es una crisis de rebeldía pasajera y que terminaré pasando por el aro”.
La rebeldía vestimentaria es sólo un signo de algo más profundo, un deseo de ser ella misma y decidir lo que hace, a dónde va y con quién. Pero Shahla no espera que le concedan nada. Lo toma por sí misma, incluso corriendo grandes riesgos. Su dominio del inglés le ha dado acceso a un puñado de amigos extranjeros con los que sale muchos fines de semana mientras sus progenitores la creen en la residencia universitaria y los responsables de ésta piensan que se ha ido a su casa. Ir a bailar o a tomar una copa constituye todo un desafío al orden establecido.
A sus 24 años ha tenido varios novios, una tacha inconfesable en su entorno, y sopesa si su actual pareja merece la pena como para romper con su familia y su país. Aunque confiesa haber pensado también en optar, como hizo Fadwa, por la vía del matrimonio y el divorcio con chico de su país, como un medio para obtener la libertad sin tener que abandonar a su familia. Sería una decisión sin vuelta atrás, como el proceso de cambio que se está produciendo a fuego lento en toda la región.

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