luns, 22 de marzo de 2010

El vino según los gallegos



DIANA MANDIÁ - Santiago
EL PAÍS - 17-03-2010

Neruda le dedicó una oda y Baudelaire invitaba a emborracharse con él "sin tregua". Intelectuales gallegos como Castelao o Bóveda, además de a los consabidos usos lúdicos, aludieron incluso al poder del vino para "construir una patria". Fue en A Nosa Terra, en 1934, donde las dos figuras del nacionalismo gallego se cebaron con los desleigados que sucumbían a modas externas. "Quen en Galicia toma aperitivos alleos, auga pintada con nomes pomposos en vez do noso insuperable branco Ribeiro, é un inimigo da patria", decían.

A rosa do viño. A cultura do viño en Galicia (Galaxia) repasa los usos sociales del vino, las formas de consumo y la pertenencia de clase que implicó su consumo a lo largo de los siglos. "El blanco era para los ricos y se sacaba para las visitas", explica Castro, profesor de Historia Contemporánea en la Universidade de Santiago. El prestigio lo tenía el blanco, pero el vino del pueblo fue siempre el tinto, "espeso y con mucho color", que favorecía el crecimiento de los niños y el restablecimiento de las mujeres después del parto. Un buen caldo debía pintar la taza y dejar una rosa dibujada en la porcelana. El tinto calentaba más -"la historia de Galicia, y probablemente la de la mayor parte de la humanidad, se hizo temblando de frío", asegura Castro en el libro- y tradicionalmente este tipo de cepas era más numeroso.

A lo largo de la historia, el vino sirvió para casi todo, refresco, estimulante, medicamento para el cuerpo y el alma, sello de acuerdos o recreación más o menos enfermiza. En todos los casos se aconsejaba la moderación, el "saber beber" y estaba mal visto incitar al vecino a la borrachera. "¡Ojo con la vuelta de las fiestas, que las cabezas van calientes, y cuando el vino se empeña...es tan loco!", aconsejaba Emilia Pardo Bazán a las chicas que querían conservar su buen nombre. "El consumo del hombre era público, en la taberna, pero el de la mujer se limitaba a la casa, a veces a escondidas", cuenta Castro. También bebían a escondidas los niños, aunque el alcohol no solía estarles vetado. Como ejemplo, Castro evoca al niño Perucho de Los pazos de Ulloa, que se emborracha con el beneplácito de sus mayores, que miden con vino su fortaleza. En la actualidad, el inicio en el consumo de alcohol se sitúa en los 13,5 años, pero hasta bien andado el siglo XX los pequeños empezaron a beber mucho antes. La escasez limitó las adicciones: muchas familias sólo probaban el fruto de la vid en Navidad o en la fiesta del patrón; el resto del año bebían agua, o sidra en el mejor de los casos. "El alcoholismo es un invento sueco de finales del siglo XIX. Antes había simplemente viciosos", explica.

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