20minutos.es 10 mayo 2013
Casi todos los expertos suelen coincidir en incluir a Carros
de fuego entre una de las mejores películas inspiradas en el
deporte. Como sabréis, este filme, que se llevó cuatro Oscars, narra las
peripecias de dos atletas británicos en el contexto de los Juegos Olímpicos de
1924. Hoy os voy a hablar de uno de ellos: Eric Liddell.
Nos vamos a trasladar a China, a la ciudad de Tianjin, donde el 16 de enero
de 1902, el matrimonio de misioneros escoceses formado por el reverendo
James Dunlop Liddell y su esposa tuvo a su segundo hijo, al que bautizaron como
Eric Henry. Cuando tenía seis años, sus padres le enviaron a él y a su hermano
Robert al Eltham College, una escuela en Inglaterra para hijos de misioneros.
Sus padres y una hermana menor permanecieron en China, si bien regresaron años
después a Escocia.
En Eltham, Eric empezó a destacar como un excelente deportista. Llegó a ser
capitán de los equipos de cricket y rugby del colegio, y empezó a hacerse
famoso porque se empezó a decir que era el joven más rápido de Escocia.
En 1921, Rob y Eric Liddell ingresaron en la Universidad de Edimburgo para
estudiar Ciencias Exactas. Eric ingresó en el equipo de rugby de la institución
y llegó a ser internacional por Escocia. De hecho, jugó dos torneos del V
Naciones. Al mismo tiempo, empezó su carrera como velocista. De hecho, en
1923 batió los récords británicos de las 100 y las 220 yardas. Al mismo tiempo
y por evidente influencia de sus padres, Eric Liddell se convirtió en una
especie de predicador de la palabra de Dios allá por donde iba.
Con el paso del tiempo, Eric decidió dedicarse al atletismo en exclusiva y
marcó un evento en su mente: los Juegos Olímpicos de París en 1924. Liddell era
especialista en los 100 metros, pero cuando se enteró de que la final de la
prueba se disputaría un domingo, renunció a disputarla (por motivos
religiosos; el domingo es el Día del Señor). Así las cosas, Liddell decidió que
competiría en otras dos distancias, los 200 y los 400 metros. Como no era su
especialidad, nuestro protagonista entrenó duro para llegar lo mejor preparado
posible.
Y llegó el día de la carrera de los 400, en los que Liddell no era ni mucho
menos el favorito. Al parecer, un masajista estadounidense le entregó al escocés,
poco antes de empezar la carrera, una nota con el texto del libro de Samuel:
“Aquel que me honra será honrado por mí”. En efecto, Liddell ganó la carrera,
llevándose el oro, y batiendo el récord del mundo, con una marca de 47,6
segundos (más de cuatro segundos que el récord actual, que ostenta Michael Johnson). Además, consiguió el bronce
en los 200 metros. Liddell llamó la atención del público y los medios por su
forma de correr: con la cabeza hacia atrás y con la boca muy abierta.
En el equipo olímpico británico que estuvo en París ’24 coincidió con otro
mítico atleta, el velocista de origen judío Harold Abrahams, que como
sabéis, es el otro protagonista de Carros de Fuego y que fue el que
ganó el oro en los 100 metros lisos.
Gracias a su victoria, y a su récord (que estuvo vigente cuatro años), Eric
Liddell se convirtió en un héroe en toda Gran Bretaña y más en Escocia.
Se ganó un apelativo: The Flying Scotsman (el Escocés Volador). En
la foto, junto a estas líneas, sus compañeros de la Universidad de Edimburgo lo
pasean por el campus a su regreso de París.
Pero tras acabar los Juegos, en vez de dedicarse a saborear las mieles del
deporte, Liddell decidió seguir los pasos de sus padres y convertirse en
misionero. Volvió a su Tianjin natal, donde se convirtió en profesor en un
colegio anglo-chino. Además de valores cristianos, Liddell, que seguía
corriendo para su propio deleite, también intentaba inculcar a los niños chinos
su pasión por el deporte. En 1934 se casó con la canadiense Florence
McKenzie, que como él, era hija de misioneros. Con ella tuvo tres hijos.
Pero las cosas se torcieron. En 1941, el Gobierno Británico recomendó a sus
súbditos que abandonaran China: había estallado una cruenta guerra civil.
Florence decidió irse a Canadá con sus hijos, pero Eric se quedó en China. En
concreto, en una misión en una paupérrima comarca en la que ya trabajaba su
hermano Rob como médico. El trabajo era ingente y todo se complicó cuando en
1943, la misión fue desmontada y Liddell ingresó en un campo de prisioneros.
Allí se convirtió en un líder, ayudando a los mayores, entreteniendo a los jóvenes
y leyendo la Biblia para los demás.
El 21 de febrero de 1945 escribió una carta a su mujer, en la que le decía
que estaba cerca de sufrir un ataque de nervios. Precisamente, ese mismo día,
Liddell murió repentinamente. Al parecer, sufría un tumor cerebral que
empeoró por las malas condiciones del campo de prisioneros. Su muerte fue muy
llorada en Reino Unido.
Un héroe
Hace poco, con motivo de los Juegos de Pekín en 2008, el Gobierno chino
reveló que Eric Liddell tuvo ocasión de salir del campo de prisioneros, merced
a un acuerdo entre los chinos comunistas y el gobierno británico. Pero no
ocurrió nunca, ya que Liddell renunció a salir para que en su lugar,
pudiera ser liberada una mujer que estaba embarazada.
A pesar de su muerte, la leyenda de Eric Liddell permaneció siempre. La
Universidad de Edimburgo tiene una placa en su honor, y la iglesia
episcopaliana americana lo considera casi como un santo. En 1980, cuando el
escocés Alan Wells ganó el oro en los 100 metros lisos de Moscú 80, sus
primeras palabras fueron de recuerdo para Eric Liddell.
Su figura se hizo mundialmente famosa cuando en 1981, la película Carros
de Fuego recogió la historia de Liddell y Abrahams y ganó cuatro oscars,
uno de ellos el de mejor película. Su personaje, por cierto, fue interpretado
por otro escocés y ex alumno de la Universidad de Edimburgo, Ian Charleson,
que falleció de sida en 1990.
Sea como fuere, Eric Liddell siempre estará en el cielo
de los héroes olímpicos.
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