Celebración de los 150 años de la batalla de Camerone,
con los ex legionarios de la asociación catalana de veteranos
JACINTO ANTÓN
Barcelona 2 MAY 2013 - 01:16 CET
Comida con antiguos legionarios en Barcelona. Beau repas. No podría
haber compañía mejor que esos types pas ordinaires para celebrar el gran
día de la Legión Extranjera francesa, el pasado lunes, aniversario de la
legendaria batalla de Camerone, del que además se cumplía la redonda fecha de
150 años.
El 30 de abril de 1863, un puñado de legionarios, a la sazón en México como
parte de la fuerza de intervención francesa que ocupó el país, se atrincheraron
en la hacienda de Camarón de Tejada (Camerone), en Veracruz, e hicieron frente
heroica y suicidamente, diez horas, al ataque del ejército mexicano. Dado que
los legionarios, bajo las órdenes del capitán Danjou, eran 65, y los mexicanos
1.200 de infantería y 800 de caballería, la cosa se saldó como era previsible y
como suelen saldarse esas situaciones de un contre quarante. Pero la
batalla, en la que los legionarios prodigaron actos de valentía y se negaron
repetidamente a rendirse, ha empapado desde entonces la memoria de la Legión
Extranjera y nutrido su ideario y su imaginario.
El aniversario de ese Álamo de la Legión se celebra con gran sentimiento en
los acuartelamientos. Y de igual forma lo conmemoró el lunes en el restaurante
Wok Chao de Barcelona —que, convengamos, no es la vieja Maison mère de
Sidi Bel Abbés pero tiene un aire indochino y ecos de Tonkin—, la Asociación de
los Antiguos de la Legión Extranjera Francesa en Catalunya (AALEF), integrada
por veteranos de la unidad, catalanes y del resto de España.
Gracias a los oficios de Joaquin Mañes, autor de varios libros de
referencia sobre la legión, entre ellos, precisamente, El mito de Camerone
(Magasé, 2012), pude colarme en la celebración de esos valientes, con el único
atributo de ser lector conspicuo de Beau Geste y saberme alguna estrofa
de Le boudin, la marcha de la Legión Extranjera. Eran media docena,
mayores, impecables, trajeados, con la corbata verde y pasadores con el emblema
de la Legión —la granada de seis llamas—, varios con sus medallas, y con la
boina verde en el bolsillo (el quepis blanco con cogotera no cabe).
La conmemoración barcelonesa siguió la pauta tradicional, a excepción
naturalmente del paseo de la célebre mano del capitán Danjou (la prótesis de
madera del oficial), que fue recuperada entre las ruinas de Camerone y,
conservada ahora en el cuartel Vienot en Aubagne, sede del 1er Régiment
Étranger, es la reliquia principal de la Legión. Hubo el viejo brindis africano
con los vasos a medio llenar (“Attention pour la poussière!”), la lectura en
francés del Récit de Camerone, relato épico de la jornada, y se cantó,
bajito pero con mucho sentimiento, Le boudin. Durante la comida, que no
fue nada sobria e incluyó marisco, fui hablando con los viejos soldados y
sonsacándoles sus recuerdos. Suman tantas aventuras que te mareas. El
restaurante se llenó con sus memorias de pólvora, arena, jungla y exotismo. De
coraje y de horror. No todos los días te sientas a la mesa con tantas personas
que han protagonizado arduos hechos de guerra. Y matado.
Alejandro Rodríguez Díaz (Toledo, 1946), hermano del sindicalista Apolinar,
pasó a Francia en 1972, escapando del Tribunal de Orden Público franquista. Los
gendarmes le dieron a elegir entre regresar a España o alistarse en la Legión
Extranjera (“que yo ni sabía lo que era”). Entre otras muchas acciones,
participó en 1976 en la misión para liberar a los niños del autobús escolar
secuestrado en Djibouti por rebeldes prosomalíes. Le pregunté al enjuto ex
legionario si él abatió a alguno de los terroristas. “Sí, a más de uno”. No lo
lamenta: “Aquellos tipos degollaron a un niño y arrojaron la cabeza por la
ventanilla”. Rodríguez recibió la Legión de Honor y la medalla al mérito
militar.
José Luis Sancho, de 82 años, también ganó condecoraciones. Me las enseña
en la pequeña cajita en que las lleva. La del valor militar la logró sacando a
su teniente de la línea de fuego cuando los fellaghas atacaron a su patrulla en
la guerra de Argelia. “¿El valor? Eso lo decides en el acto. Ahora no lo
haría”, me dijo. Le miré a los ojos, y no le creí. Sancho se apuntó a la legión
tras una riña en un lupanar en el Raval, en el que arrebató el revólver a un
policía. Estuvo en el Fezzan libio y luego por todo el África francesa. Vivió
grandes peripecias y combatió mucho. Le pregunté por las heridas de su cara. La
de la frente, me sorprendió, es de cuando tenía siete años y resultó alcanzado
por la explosión frente al Coliseum en el bombardeo italiano de Barcelona en
1938. La de la nariz es efecto de un cáncer del que se trató. En la Legión, en
cambio, no sufrió ni un rasguño.
Rodrigo Hernández (Puig-Reig, 1935), estuvo en Madagascar y le pareció un
paraíso, pero luego en Argelia “las pasé canutas”. Silbaban las balas sobre su
cabeza. Una vez que resultó herido perdió el camión en que debía ir y los
fellaghas lo atacaron y mataron a 21 de los 22 que viajaban en él; el otro
enloqueció. De la Legión conserva la exigente pulcritud. “No puedo salir de
casa sin afeitarme y con los zapatos relucientes”. Alberto Catasus, de
Barcelona (1936), parece afectado por el cafard. “Me fui en el 59 a
Francia por la miseria y me tocaba los cojones que me pidieran siempre 'les
papiers'. Así que a la Legión. Soldado de segunda, porque no había de tercera.
Argelia, el islam, de aquellos polvos estos lodos. ¿Que se han meado sobre los
talibanes muertos? Te explicaría cosas mucho peores”.
José Hernández (Barcelona, 1929) se alistó en 1953. Estuvo en Dien Bien
Phu. “Fui de escolta de un convoy de suministros, nos marchamos antes de que se
cerrara el cerco, la artillería machacaba contínuamente, los caminos estaban
muy minados”.
El ex adjudant (brigada) Fernando Segovia (Lleida, 1949) tiene el
raro privilegio de haber servido en las dos legiones, la española y la
francesa. “Ambas muy duras. En instrucción iguales. En combate mejor la
francesa”. Me dijo que cualquiera puede ser legionnaire, que no depende
del físico. Él mismo mide 1,63. “Es cuestión de voluntad”. Tomé nota por si las
cosas empeoran.
Segovia formó parte como franc-tireur del 2º Rep (Régiment étranger
de parachutistes) en el famoso combate de Kolwezi de 1978 en Zaire. “Saltamos
para rescatar a la gente de los guerrilleros katangueños. Tuvimos cinco muertos
y 19 heridos. ¿Ellos dices? Centenares”. Tampoco le quita el sueño haber
matado. “No me causó ningún trastorno. Estás ahí para eso, la Legión es una
tropa de choque”.
Tras el café, los viejos legionarios se fueron marchando
uno a uno. Ninguno marcaba el pas Légion (88 pasos por minuto), pero
todos llevaban la cabeza alta y tatuado en la figura “Legio Patria Nostra”. No
hubieran desentonado en Camerone. Ni en Zinderneuf. Braves types.
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