Las relaciones entre el ministro de Guerra John Profumo y
la corista Christine Keller tumbaron a un gobierno conservador del Reino Unido
en plena Guerra Fría.
El escándalo, que saltó cuando se supo que ella también
se acostaba con un espía soviético, convirtió a Keller en una celebridad del
pop británico.
La exposición "Scandal '63" reúne los productos
artísticos nacidos al pairo del asunto y permite redescubrir a la gran pintora
Pauline Boty, prematuramente muerta.
"Pauline Boty: artista pop y mujer".
Pauline Boty co seu cadro Scandal '63, inspirado no caso Profumo |
ÁNXEL GROVE. 05.05.2013 – 20minutos.es
Una corista convertida en sensación nacional —la
foto en la que posa desnuda tras la silla con un mohín pícaro es
una de las grandes imágenes de la segunda mitad del siglo XX—; un ministro de Guerra, casado, conservador y con
título nobiliario, pillado en peligrosas aventuras de cama y contando
mentiras a la Cámara de los Comunes; un agregado
naval de la Embajade de la URSS que en realidad era espía y que
también estaba liado con la misma chica, a su vez amante de un vendedor de
heroína al menudeo...
¿Más pimienta? Añadan el año, 1963, en plena cúspide
paranoide la Guerra Fría, y el lugar, Londres, capital del
artificio, la doble moral y la prensa amarilla, y ya tienen montada la trama de
uno de los grandes escándalos políticos de la segunda mitad del siglo
XX, el caso Profumo.
Dimisión por "problemas de salud"
El 50º aniversario del tremendo lío de sexo,
mentiras y secretos militares que llevó a la renuncia al entonces primer
ministro tory Harold McMillan (que no fue muy original a la
hora de justificar la dimisión: "problemas de salud") es recordado
ahora en varias exposiciones en el Reino Unido, donde el escándalo se integró
en la cultura popular, fue explotado por los medios de comunicación y utilizado
por los artistas de la emergente generación del pop de los años sesenta del Swinging London.
Scandal '63: The
Fiftieth Anniversary of the Profumo Affair (El escándalo del
63, el 50º aniversario del caso Profumo), en la National Portrait
Gallery de la capital británica hasta el 15 de septiembre, demuestra
que, pensemos lo que pensemos, los ingleses tienen una envidiable capacidad
para exhibir los trapos sucios cuando todavía las manchas no han sido
lavadas por el tiempo.
El museo público nacional saca de sus almacenes
todas las obras de arte generadas por el asunto, entre ellas una colección de
fotos de la gran protagonista, Christine Keeler, la showgirl de
familia obrera que trabajaba en clubes nocturnos y era amante en días
alternos del ministro John Profumo, el espía rezident de la
URSS en Londres Yevgeny Ivanov y el camello de drogas
en el submundo londinense y promotor de jazz Johnny Edgecombe.
La sesión de la silla
Entre las obras que se exhiben están, por supuesto,
las fotos que Lewis Morley hizo a Keeler en la famosa sesión
de la silla, aunque no se exponen otras mucho más explícitas de la muchacha, que
entonces tenía 21 años y no llegó a ser acusada de ningún delito. Las
imágenes, tomadas en pleno apogeo del escándalo, eran, en teoría, para
promocionar la película The Keeler Affair, un documental para el que
ella había firmado un contrato que la obligaba a posar desnuda, aunque en el
último momento se echó para atrás y logró que las imágenes no revelasen nada.
La silla se convirtió en una de las más vendidas
Una de las fotos, la que abre esta pieza, fue
filtrada por alguien —nunca se supo quién— al tabloide sensacionalista Sunday
Mirror, que la publicó a toda página en portada. Buena parte del público
del Reino Unido se enamoró de Keller, sensual y atrevida, y, de paso,
convirtió en un éxito de ventas la silla del diseñador danés Arne Jacobsen, el modelo conocido como 3107 chair,
uno de los muebles más copiados de la historia. Para evitar pagar copyright
al diseñador, el fotógrafo Morley utilizó una copia pirata para sentar a Keller.
Pauline Boty, menospreciada por Hockney y Blake
La exposición de la National Portrait Gallery
permite el redescubrimiento de una artista injustamente olvidada, Pauline Boty, de la que se expone una foto —la
pintura original desapareció— en la que posa con un cuadro basado en la imagen de Keller en la silla.
Muy dotada y de gran producción, Boty fue menospreciada por la crítica y por
algunos de sus contemporáneos del movimiento pop inglés (era amiga de los muy
admirados David
Hockney y Peter Blake), que siempre la consideraron poco más que una muchacha agraciada. Tiene
cierto sentido que Boty se haya interesado por la figura de Keller, también
manipulada y uitilizada por su condición femenina.
No es la única exposición con obras de Boty que se
va a celebrar en el Reino Unido. La antología Pauline Boty:
Pop Artist and Woman (Pauline Boty: artista pop y mujer)
está anunciada, entre el uno de junio y el 16 de noviembre, en la Wolverhampton
Art Gallery, la primera muestra en un museo de una artista
"largamente ensombrecida por sus compañeros masculinos", apuntan los
organizadores. Entre los 40 cuadros que se mostrarán al público, muchos nunca
antes exhibidos, hay collages con gran carga política.
El interés por la obra de Boty no
repara las heridas de una vida de práctico olvido y una trágica muerte
prematura, en 1966, a los 28 años, tras padecer un cáncer inoperable
mientras estaba embarazada y negarse al tratamiento por temor a perder el
feto. Solamente fumaba marihuana para mitigar los dolores y dibujó hasta el día
antes de morir.
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