La investigación de un periodista italiano da cuenta de que el fascismo desarrolló un letal y ambicioso programa de armas cargadas con virus y que lo ensayó contra los republicanos
MIGUEL MORA, El País 13/12/2009
El libro se titula Veleni di Stato (Venenos de Estado), ha sido escrito por el periodista Gianluca de Feo, redactor jefe de la revista italiana L'Espresso, y reconstruye una historia terrible y sistemáticamente silenciada por varias generaciones de políticos, historiadores y militares de las grandes potencias. Entre 1935 y 1945, el laboratorio microbiológico de Celio, situado en un sótano de apariencia inocente a dos pasos del Coliseo, experimentó y produjo a gran escala armas químicas y bacteriológicas de efectos letales. De Feo revela que Benito Mussolini puso en marcha un plan genocida y planeó construir 46 plantas químicas y destilar 30.000 toneladas de gas anuales.
Cotejando decenas de documentos inéditos depositados en el National Archive de Londres -informes de inteligencia, papeles diplomáticos, actas de reuniones de gobierno, intervenciones privadas de Winston Churchill-, el periodista ha calculado que el régimen fascista produjo entre 12.500 y 23.500 toneladas de gas letal cada año durante la II Guerra Mundial.
Venenos de Estado aporta los primeros rastros documentales y testimonios que prueban que el régimen fascista (1922-1942) experimentó y produjo además armas todavía más infames y monstruosas: bacteriológicas. Virus y bacterias transformadas en bombas. Un grupo selecto de científicos, guiado por un veterinario llamado Morselli y apodado El Doctor Germen, incubó decenas de virus raros y de eficacia altísima en el laboratorio militar romano. Un horror concebido con una única misión, explica De Feo: "Diezmar las poblaciones de las ciudades enemigas con pestilencias de todo tipo, ántrax, tifus, peste amarilla, aviaria y otras enfermedades que todavía hoy siguen en el centro de los secretos inconfesables de las grandes potencias".
En sus declaraciones a un grupo de médicos y policías aliados, llegados a Roma en 1944 para intentar conocer los planes finales de Adolf Hitler, Morselli ofrece la lista de los virus y patógenos en los que se había concentrado el laboratorio secreto del Duce: la peste bubónica ("muy letal y aplicable por nebulizador, ratas y pájaros"), la brucelosis humana ("no mortal, pero fácilmente transmisible por los animales ovinos y bovinos"), el bacilo de Whitmore ("elevada virulencia, fácil de cultivar, altísima mortalidad humana"), y varias formas de ultravirus "difíciles de producir en gran cantidad, como la fiebre de los papagallos, el afta epizoótica, o el tifus, que es posible esparcir a través de parásitos lanzándolo con aviones o difundiéndolo con saboteadores".
Entre los documentos hallados por De Feo, hay uno muy novedoso que se refiere a España. Se trata de un escrito a máquina fechado el 3 de agosto de 1944, y muestra de que Mussolini no se conformó con hacer experimentos teóricos, ni con mandar 50.000 soldados en apoyo de Franco junto a cientos de aviones, ametralladoras y morteros, sino que probó sus armas bacteriológicas en la Guerra Civil.
El secreto fue revelado por un célebre médico y científico, Ugo Cassinis, a un pequeño grupo de investigadores estadounidenses enviado a Italia para interrogar a los italianos que colaboraron con el Reich alemán en la invención de las armas finales de Hitler.
En su casa de Roma, Cassinis, máximo responsable del Hospital Militar de Celio y de los laboratorios secretos de Mussolini entre 1939 y 1942, confiesa que el Ejército italiano había llevado a cabo ese ambicioso y macabro programa de armas químicas y bacteriológicas y que había lanzado esporas del virus del tétano contra la población republicana.
En su declaración, el profesor no facilitó detalles ni indicaciones precisas de lugar o fecha. Su mención señala que las bacterias se "extendieron sobre el terreno para intentar contagiar el tétano al enemigo", y añade que cree que "los resultados no fueron alentadores -encouraging-, pero admite que no tuvo "un conocimiento definitivo" sobre eso. Además, afirma que las tropas italianas habían sido "inmunizadas contra el tétano".
Aparte de citar el bacilo utilizado, Cassinis aportó otros datos. Habló de "esporas mezcladas con glass particle, partículas de cristal: un método utilizado todavía hoy, señala De Feo, "para alargar la vida de gérmenes y vacunas, que es la aproximación ideal para construir una bomba bacteriológica experimental".
El testimonio de Cassinis confirmaría el único acto de guerra bacteriológica registrado nunca en Europa, y sumaría puntos tanto a la barbarie insaciable de Mussolini como al carácter de laboratorio y campo de pruebas del conflicto bélico español.
El coronel Morselli negó con rotundidad ante los aliados que hubieran usado el tétano y definió las afirmaciones de Cassinis como "ridículas". Tenía sus razones, explica De Feo: "El Doctor Germen no era ningún ingenuo; se había adherido a la República de Saló y era prisionero de los aliados. Sabía perfectamente que las armas bacteriológicas estaban vetadas por las convenciones internacionales: experimentar con ellas no era un crimen, usarlas para contaminar a los españoles, sí: un motivo más para mentir".
Diversos historiadores italianos y españoles consultados por este diario coinciden en dar verosimilitud tanto al documento inédito como al contexto y la interpretación que traza Gianluca De Feo. "Sería una novedad absoluta, pero no me extrañaría nada que fuese verdad", afirma Lucio Ceva, historiador de la Universidad de Pavía. "Los fascistas eran capaces de cualquier aberración. Era una banda de delincuentes, sólo mitigada por la desorganización, de intenciones muy pérfidas. Ya habían usado antes gases tóxicos, en Etiopía por ejemplo", recuerda. "Los bombardeos de Barcelona fueron los más feroces de la Guerra Civil, y sabemos además que Mussolini envió también a España armamento químico, aunque parece que finalmente no fue usado".
Julián Casanova, catedrático de la Universidad de Zaragoza, piensa que el hallazgo del documento secreto en el archivo londinense es "importante y novedoso, y debe ser completado con investigaciones que analicen, por ejemplo, la incidencia del tétano en los lugares donde hubo tropas italianas".
El autor de Venenos de Estado apunta que "las ojivas llenas de esporas debieron ser lanzadas con artillería ligera". Y recuerda que en la zona republicana el tétano llegó a representar una verdadera emergencia. "Hubo incluso recogidas de fondos para comprar sueros protectores organizadas por los sindicatos en Irlanda y en Francia".
Gabriel Cardona, especialista en historia militar, explica desde Barcelona que el episodio "tendría muchísima relevancia" porque apoyaría "una tesis bien documentada: Mussolini quería acabar la Guerra Civil él mismo y lo antes posible, ya que el coste político era cada vez más alto y veía que Franco no tenía prisa". Tras el desastre de Guadalajara, Franco le gastó "varias jugarretas", recuerda Cardona, y ambos se despreciaban sin disimulo. "De hecho, Mussolini había mandado los primeros aviones a Mola a Marruecos y un enorme contingente de tropas en trasatlántico hasta Cádiz sin que Franco lo supiera". (...)
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