El museo de la Fundación Juan March de Palma exhibe el
esplendor del diseño de entreguerras
ANDREU
MANRESA Palma de Mallorca 25 JUN 2012 -
13:54 CET
L'Opinió, 1932 |
En las paredes de la primera casa y oficina bancaria de Juan March, sede
del museo Fundación March en Palma, cuelgan imágenes icónicas y eficaces de las
pioneras composiciones artísticas con fotografías. Son de las décadas en las
que el mecenas estrenó el palacete e hizo crecer su imperio: Fotomontaje de
entreguerras (1918-1939). Está organizada en ámbitos: libros y revistas,
agitación política y propaganda, cine, exposiciones y publicidad. Hay desde los
collages dadá y rastros de la Bauhaus, ediciones de decoración
vanguardista y el diseño de revistas hasta los popurríes cinematográficos. La
cartelería política es dominante.
Una portada de la revista Der Dada de 1919, obra del creador
austriacogermano Raoul Hausmann (1867-1971), que huyó de los nazis y se refugió
en Ibiza, convive con montajes, maquetas con carga ideológica e intención
propagandística, también puramente comercial. Así el cartel de la General
Motors es vecino de los olímpicos basados en fotos que recrean modelos
escultóricos clásicos en prácticas deportivas.
En el discurso simbólico no faltan pósteres solidarios de los republicanos
españoles y sobre la Guerra Civil. El primer comunismo soviético mostró
devoción y culto a sus santos de entonces: los bustos de Lenin y Stalin,
también Marx y Engels. El radical George Grosz lanzó imágenes nítidas en
enjambre y Charles Chaplin baila suelto.
La muestra de Palma, que tiene un esqueleto de un centenar de piezas, con
maquetas y bocetos, estará abierta hasta septiembre. Después será presentada en
la Carleton University, en Ottawa (Canadá). Manuel Fontán, director de
exposiciones de la Fundación March, destaca las incursiones de las nuevas
herramientas de reproducción —fotografía e impresión mecánica— que avanzaron más
allá de las fronteras históricas del "arte puro" y penetraron en
"las artes aplicadas".
El relato no es cronológico sino temático. Hay artistas en el anonimato
industrial y otros que dejaron su firma en la historia de arte. Dominan los
diseñadores. Hasta trece nacionalidades distintas están representadas.
Alemania, la antigua Unión Soviética y los Países Bajos muestran su fuerza y
volumen creativos. De la grandilocuencia al detalle de las postales en la edad
en que la fotografía cobra fuerza autónoma y los fotomontajes evocan
composiciones pictóricas.
Sin ser una presentación dual, las expresiones pivotan en un eje distante y
después enfrentado Berlín-Moscú, con sus periodos de eclosión de la técnica de
la composición. El paréntesis creativo abierto es el periodo de entreguerras,
la primera y la segunda mundiales. La exposición es deudora, casi en su
totalidad la colección Merrill C. Berman de Estados Unidos.
Aleksandr Ródchenko y Gustavs Klucis catalizaron la imaginería de la Rusia
soviética con sus mitos. Los hermanos Sternberg usaron fotogramas del cine de
los pioneros Eisenstein y Vertov. Mientras, en Alemania, Kurt Schwitters hizo
eclosionar el fotocollage junto a John Heartfield o Max Burchartz, en su
crítica al régimen de Hitler en auge, en los años treinta. Otros, como los
holandeses César Domela Niewenhuis o Paul Schuitema entraron en el campo de los
anuncios publicitarios y la preparación de ediciones.
El catálogo y la muestra usan de referencia un cartel
(anónimo) del diario catalán L’Opinió de 1932. Un joven vendedor vocea,
al paso el último número. Se trata de foto superpuesta a la teja, la madre
tipográfica de la portada con letras y sin imágenes. La cultura del plomo casó
con el fotograbado.
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