El documental ‘Escuros, roncos e compasados’ repasa la
historia del ‘death metal’, derivado acelerado y gutural del ‘heavy’, en la
Galicia de los noventa
DANIEL
SALGADO Santiago de Compostela 27 JUN 2012 -
20:52 CET
Existen determinadas genealogías musicales cuya evolución consiste en una
aceleración rítmica constante. La secuencia aproximada pub rock / punk /
hardcore / grindcore es una de ellas. Otra posible arranca en el
hard rock, pasa por el heavy metal y llega, tras dejar atrás el thrash
metal, a un nuevo estadio metálico: el death metal. Velocidad
desaforada, voces de ultratumba, lírica macabra y punteos de ida y vuelta por
el mástil de la guitarra definen un subgénero sintetizado, a mediados de los
ochenta en los Estados Unidos, por músicos de extracción trabajadora. El
documental Escuros, roncos e compasados, que se estrena este viernes a
las nueve de la noche en el Auditorio de Galicia de Santiago, aborda esa
escena. Pero lo hace con una particular óptica geográfica, la que retrata su
trasposición a la comunidad gallega durante la última década del siglo XX.
“Los grupos que empezaron con el death metal en Galicia, a partir de
un thrash metal endurecido, surgieron hacia el año 1989 o 1990”, recuerda Luis
E. Froiz (Santiago, 1985), junto a Carlos Pensado (Camariñas, 1977) codirector
de la película. Con A Coruña y Ourense como vórtices de la colectividad, dos
bandas con base en esas ciudades funcionaron como pioneras, S.O.K. y Detestor.
Casi en tiempo real. Como cualquier otro salto cualitativo en la historia
musical, el death no apareció de la nada. Ni de repente. “No es un estilo que
nazca de pronto”, explica Froiz, “sino que evoluciona directamente desde el
sonido de bandas como Slayer o Possessed. Y eso era lo que escuchaban también
los músicos gallegos en aquella época”.
Cantada en inglés —solo los todavía en activo Wisdom, de A Coruña, han
utilizado el gallego—, la literatura de esta variante de una de las más duras
de entre las músicas duras apela a la violencia, “a veces de tipo gore”, o a la
religión. “Con un punto de vista anticatólico, incluso satanista”, puntualiza
el cineasta. Ya la piedra fundacional de la etiqueta, el disco Scream Bloody
Gore (1987) de los significativamente llamados Death —asentados en
Florida—, lo expresaba en canciones como Baptized in blood, Sacrificial,
Infernal death o Evil dead. Pero igualmente se vale
de una mirada social y crítica con lo existente. Si el heavy metal,
popularísimo en su acepción británica, formaba parte de cierta cultura obrera,
el death metal tampoco se benefició del ascensor social.
“Es un movimiento, también en
Galicia, más cercano a la clase baja que a la alta”, afirma Luis Froiz, “gente
muy sencilla que busca sus propios medios para salir adelante”. Y en los
noventa esos medios no incluían ni la grabación digital, ni el acceso a esa
memoria universal del sonido fonográfico que es Internet, ni la distribución no
física de los discos. Fanzines, oficinas de correos, cassettes duplicadas,
vertebraban una escena, la del death metal galaico, que si se identificó
por algo fue por sus dificultades para exportarse. “Tal vez la movida y sus
grupos consiguieron salir”, dice, “pero la música gallega siempre ha tenido
dificultades para ir fuera. Algo tan underground como el death metal
tuvo, y tiene, el mismo problema”.
Por lo demás, el nivel no difería del de otros lugares. O eso opinan los
autores de Escuros, roncos e compasados al hablar de bandas como los
pontevedreses Absorbed —“tremendamente técnicos”— o Dismal y los ourensanos
Unnatural. Los tres compartieron elepé en 1994, la joya del death gallego: Avowals.
“Aquí, la música ha seguido la misma estela que en otras escenas del mundo,
pero con los obstáculos habituales de hacer música aquí”, expone Froiz, “porque
el death metal es algo que no da dinero, montar bolos resulta
complicado... Prácticamente solo hay grupos profesionales en Estados Unidos”.
Con voluntad de hacer emerger esta corriente subterránea,
el filme de Froiz y Pensado también quiere servir de archivo. “Como piensa
Carlos, es un homenaje a todos esos grupos y, a la vez, una manera de recuperar
toda esa información”, relata. Pero esta oscura casilla de los extremismos
musicales, añade, continúa activa. Como eslabones de una cadena —a veces
literal, con miembros que cambian de formación, a veces figurada—, Vermis
Antecessor, Scent of Death, Defaced, Ephimeral u Osmosis. “Este es un tipo de
música que nunca va a morir”, concluye, con cierta solemnidad, Froiz, “porque
la gente no la hace por razones económicas, sino por amor”.
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