Un profesor estadounidense censa los monumentos gallegos
a las víctimas del franquismo para reivindicar su utilidad pedagógica
PAOLA
OBELLEIRO A Coruña 25 JUN 2012 -
20:37 CET
Del busto del galleguista Alexandre Bóveda en Pontevedra, erigido en 1986
al cumplirse medio siglo de su fusilamiento, al memorial en Aranga, inaugurado
hace un año, a desaparecidos enterrados sin nombre en una fosa del cementerio
de esta pequeña localidad. Entre ambos, 25 años y otros tantos los monumentos
en reconocimiento a víctimas del franquismo en plazas y calles de toda Galicia.
Ahí están, de forma silenciosa —la mayoría carecen de placa o explicación de lo
que representa—, casi tan invisibles como las vidas truncadas a los que rinden
homenaje.
Y sin embargo, esos monumentos narran, de forma mucho más efectiva que
cualquier otra, “la historia del fascismo en Galicia”, afirma el profesor
estadounidense John Thompson, de la Universidad de Montana. Por eso se lanzó a
hacer la primera “cartografía de la memoria en Galicia”. Su departamento de
Estudios Hispánicos aprobó y financia un proyecto que tardará dos años en
publicar. Y con el libro, el autor pretende explicar el valor pedagógico de
estos homenajes a víctimas de la brutal represión franquista. “Tienen una
influencia directa, favorecen el aprendizaje del pasado en un presente que
muchos consideran injusto”. Sobre todo, subraya este profesor, en un momento
como el actual en que hay un notable deterioro de lo que supone la democracia.
“Los jóvenes no la aprecian porque padecen un sistema que los excluye de la
toma de decisiones importantes”.
Thompson regresó el lunes a Montana con una nueva tanda de largas
conversaciones grabadas en vídeo con los autores de esos monumentos de la
memoria, además de con testigos directos —o con sus descendientes— de los
hechos y con personas que conmemoran. Al margen de este trabajo quedan placas y
monolitos. Sólo se ciñe a obras artísticas. “Ofrecen otra forma de
contextualizar hechos traumáticos, es una nueva forma de expresar públicamente
el duelo y también el rechazo a las políticas del silencio de la derecha”,
razona Thompson en un perfecto gallego con marcado acento yanqui. No es materia
desconocida para este estadounidense que descubrió Galicia cuando su abuelo se
casó en segundas nupcias con una natural de Bandeira (A Estrada). Tras estudiar
Filoloxía en Santiago, se doctoró en 2000 en Montana con una tesis sobre la
transmisión de la historia de la represión franquista a través de cuatro
novelas de escritores gallegos (Anxo Angueira, Carvalho Calero, María Xosé
Queizán y Manuel Rivas). Un trabajo que culminó en 2009 con un libro, As
novelas da memoria (Galaxia), que analiza cómo más de 40 obras gallegas
abordan, entre 1956 y 2008, la dictadura y sus consecuencias.
Los monumentos de la memoria tienen, para Thompson, una fuerza distinta a
la literatura, al ser objetos físicos anclados en espacios públicos. “Permiten
que la gente acuda a ellos y que haya un intercambio de la memoria”, añade al
precisar que muchas obras conmemorativas dieron pie, una vez erigidas, a que
los historiadores investigaran episodios de la represión franquista de los que
poco o nada se sabía. Ocurrió, por ejemplo, con el conjunto escultórico de Pepe
Galán que desde 2008 rinde homenaje a los fusilados de la huida frustrada por O
Portiño, en A Coruña. Fue después de la inauguración cuando se fue reconstruyeron
los hechos —aún quedan lagunas— y apareciendo nuevas víctimas.
A John Thompson le preocupa que “el conocimiento de la
historia se está perdiendo con las últimas generaciones”. Hizo mella, lamenta,
“el pacto de olvido de la Transición que justificó el fascismo en España y lo
dejó sin condenar, al contrario de en el resto de Europa”. De ahí el interés de
sacarle partido pedagógico a los monumentos a las víctimas de la dictadura.
Muchos pasan desapercibidos, “son invisibles para la gente” porque carecen de
una placa que explique los hechos a los que rinde homenaje. Ocurre con la
mayoría de los 25 con los que cuenta Galicia, entre los que abundan creaciones
abstractas. Demasiado, quizás. Muchos ignoran el significado de la obra de
Acisclo Manzano dedicada en el campus de Santiago a los profesores expulsados.
Lleva por única inscripción Vae victis 1936 [¡Ay, de los vencidos!].
Otro ejemplo es el conjunto de acero Xosé Loureiro en el puerto de San Valentín
de Fene. Es una conmemoración al año de la memoria, 2006. A Thompson, tras oír
la interpretación del autor, le gusta mucho. Pero critica que nada explique lo
que representa. Una asignatura pendiente para dotar de utilidad a ese
patrimonio.
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