venres, 31 de agosto de 2012

El mundo escrito en las paredes


“Las Vegas es como lo haría Dios si tuviera dinero”, dijo su promotor. La ciudad del juego forma parte de un repaso apasionante por la historia de 13 lugares icónicos
La vida secreta de los edificios. Del Partenón a Las Vegas en trece historias. Edward Hollis. Traducción de María Cóndor. Siruela. Madrid, 2012. 393 páginas. 24,95 euros
“La gente daba por sentado que las ruinas romanas habían sido construidas por gigantes o demonios o de forma milagrosa, pero Brunelleschi se mofaba de semejantes cuentos de viejas y se aplicó a medir los edificios. De vuelta en Florencia, se valió de las cosas que había aprendido para superar los edificios de los que las había aprendido”. Los edificios se transforman en la misma medida en que se conservan. En Europa occidental han devenido piezas estáticas de un museo monumental, pero en otros lugares se sigue robando, copiando y restaurando inmuebles antiguos. Contrariando a Goethe, Edward Hollis no cree que la arquitectura sea música congelada. Está convencido de que es cambio y que eso le permite sobrevivir. Así, sostiene que la ruina de los monumentos ha sido siempre un primer paso para su posterior resurrección y reconversión. Por eso, el relato que traza sobre la vida de 13 obras demuestra que la mejor arquitectura puede leerse y releerse muchas veces. La Alhambra, por ejemplo, revelaba su significado a aquellos que querían leerlo, “pero el emperador Carlos V no sabía y se sentaba solo en su estrado real del harén, satisfecho con que el palacio fuera patrimonio suyo”.
Las sucesivas destrucciones del Partenón de Atenas a manos de una liga santa de cristianos, de un terremoto, de los hurtos de los campesinos de la acrópolis o de los del bienintencionado Lord Elgin —que pidió a Canova que restaurara las estatuas de Fidias al tiempo que llenaba el cobertizo de su jardín de Park Lane de mármoles decapitados— conviven en este libro con la cantera de reliquias que es hoy lo que un día fuera el fin del mundo: el muro de Berlín. Por su parte, la historia de la ubicua Santa Casa, como la historia de la Virgen, se ha convertido en un cuento de reproducción milagrosa: casi un centenar de lugares del planeta reclamando como propia la supuesta vivienda de la madre de Dios. Hollis sostiene que, como una devoción o una oración, la casa debe repetirse una y otra vez. Pero también Notre Dame de París podría juzgarse ruina y milagro, ya que fue restaurada en el siglo XIX no de acuerdo al templo original —iniciado más de tres siglos antes—, sino conforme a cómo Victor Hugo lo describió en aquella novela en la que la catedral era morada del jorobado Quasimodo.
Cuentos contados con ladrillos, edificios que —como la basílica de San Marcos, en Venecia, o el Muro de las Lamentaciones, en Jerusalén— son más campo de batalla que escenario de la civilización, la contrahistoria de la arquitectura explicada a partir de sus dificultades es lo que encierra este libro erudito y fascinante. Poco importa que el lector crea conocer los monumentos de los que habla Hollis, otras verdades afloran en páginas para las que el autor se ha convertido en un radar capaz de viajar por el espacio y el tiempo de los monumentos y, lo que es lo mismo, de las ruinas del mundo. El cuidado con el que narra este arquitecto y profesor del College of Art de Edimburgo personifica la arquitectura. Los mejores edificios no desafían el paso del tiempo, invitan a gozarlo.
Así, las 13 obras (dos de ellas muros) que incluye el libro solo encuentran explicación en la historia de la humanidad. Los papas y los monarcas van de la mano de albañiles que no son ignorantes artesanos, sino hombres cultivados y libres, y Sheldon G. Adelson se reinventa a sí mismo al tiempo que reinventa Venecia en un desierto de Las Vegas mientras la ciudadanía de la Serenísima protesta en la Piazza San Marco bajo una pancarta que reza “Venecia no es un hotel”. “Las Vegas es más o menos como lo haría Dios si tuviera dinero”, declaró Adelson, sabedor de que el miedo y la ambición de poder que encierran las religiones están detrás de las grandes obras.
Admitiendo que tras Hiroshima la manera de crear ruinas ya no puede ser la misma —“los relojes se pararon en el momento de la explosión”—, Hollis recuerda que, como Venecia, que decidió robar un pasado para construirse un futuro, “Las Vegas es una ciudad fabricada a partir de las imágenes robadas a otras”. También Notre Dame es una ficción romántica, que destruyó tanto como conservó, salida de la mano de Viollet-le-Duc. Al final, restaurar un edificio “no es conservarlo o repararlo, sino restablecerlo a un estado de integridad que tal vez nunca existió”. Por eso, este libro enciende una luz para quien no se haya parado a pensar en la historia como en un cuento. El libro le mira al mundo a los ojos. Siendo crítico, documentado e inmisericorde, muestra también la embriagadora pasión que ha llevado a su autor a indagar en edificios que explican la paradójica historia de la humanidad. Si la ceguera del tiempo y la estupidez del hombre ocultan los secretos de muchos inmuebles, Hollis desvela magistralmente el camino de salida de esos laberintos verticales.

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