Localidades con topónimos que homenajean a la dictadura
se resisten a cambiar de nombre
JERÓNIMO
ANDREU Ciudad Rodrigo 11 AGO 2012 -
13:21 CET
El 9 de mayo de 1954, el Generalísimo y su esposa se levantaron para
continuar su gira por Salamanca y Badajoz. Un viaje rutinario: inaugurar
colonias, visitar religiosas en batalla contra las “taras morales y físicas”
del campesinado y, por supuesto, bautizar pantanos. A mediodía, la comitiva
partió de Ciudad Rodrigo (Salamanca). La esperaba, a siete kilómetros de allí,
“la masa campesina, agrupada en la flamante plaza del flamante poblado de
Águeda del Caudillo” con el objetivo de “recibir de manos del Generalísimo los
primeros títulos de colonos que los redimen de la servidumbre del secano”. En
respuesta a tanto agradecimiento, el dictador regaló un discurso sobre valores
rurales y el oro de Rusia.
La fundación de Águeda ha quedado retratada en diarios de la época —Ofensiva,
Abc
o La Voz de Miróbriga— que glosan la presencia de insignes falangistas
locales o cómo el obispo al ver aparecer al dictador entonó una salve. Casi 60
años después, en Ciudad Rodrigo siguen llamando a Águeda junto a otras cuatro
pedanías (San Sebastián, Conejera, Ivanrey y Sanjuanejo) “los pueblos que hizo
Franco”. Todos fueron levantados por una misma familia de constructores, los
Mateo, y acumulan hoy una población de alrededor de 200 personas. Estos
detalles y muchos más los da en el Ayuntamiento Tomás Domínguez Cid, encargado
del registro, secretario del alcalde e historiador aficionado. Su abuelo fue
uno de los colonos de Águeda. “Era de Ciudad Rodrigo. Allí trabajaba una huerta
diminuta y alquilaba burros. Imagínese el cambio cuando le dieron a él y a sus
10 hijos una parcela, vacas y una casa enorme a precio muy ventajoso”, cuenta
en su mesa del ayuntamiento sepultado por papeles. Eran días felices, de
matanzas y recogida de leche en el paraíso franquista, lejos de las estrecheces
que se vivían en la ciudad. “Comprenderá por qué no se plantea un referéndum
para cambiarle el nombre a Águeda: la oposición de sus habitantes es total”,
reflexiona Domínguez. “La historia pesa mucho”.
Es en el agradecimiento de los habitantes de estas viejas islas Utopía
donde reside su resistencia a sacar a Franco de su topónimo. Ocho núcleos de
población (la mayoría no llega a municipio) siguen conservando en su nombre un
homenaje al dictador: Llanos del Caudillo, en Ciudad Real; Bembézar del
Caudillo, en Córdoba; Águeda del Caudillo, en Salamanca; Alberche del Caudillo,
en Toledo; Bárdena del Caudillo, en Zaragoza; Guadiana del Caudillo y
Villafranco del Guadiana, en Badajoz, y Villafranco del Guadalhorce, en Málaga.
Casi todos, antiguas colonias.
Aunque el artículo 15 de la Ley de Memoria Histórica es tajante con la
obligación de borrar denominaciones de calles y placas franquistas, resulta
ambiguo respecto a los de poblaciones. Desde el fin de la dictadura, los
cambios llegan con goteo. La mayoría, como en El Ferrol del Caudillo (1982) o Gévora del
Caudillo (el último, en 2011), ha salido de una votación en el pleno
municipal. Otros prefieren hacer antes un referéndum. Y a veces el resultado no
es satisfactorio para los defensores de la ley. Es el caso de Guadiana del
Caudillo, que rechazó el
cambio en marzo apoyándose en lo desagradable de
modificar una costumbre. También hay casos como el de Bembézar, en
donde se ha vuelto a utilizar el Del Caudillo después de quitárselo: la razón
es que se creaban muchas confusiones postales con el cercano embalse de
Bembézar.
Basta con poner un pie en Águeda para percibir que el tema del topónimo no
gusta. El pueblo es muy pequeño: un cuadrado con 12 calles, perfectamente
encalado y con una plaza central llena de flores y setos. Nada más bajar del
coche, un señor mayor se acerca al recién llegado y, al comentarle el objeto de
su visita, se niega a hablar, dice, aunque pasará hilando la hebra 20 minutos.
Al preguntarle su nombre, se resiste a darlo: “Soy el hombre que te encontraste
debajo de un árbol”.
“Yo estoy aquí desde antes de que se creara la colonia”, cuenta. “Vivía en
una finca en estos terrenos y de niños veníamos a ver las obras. No tenemos
nada malo que decir y no nos gusta que vengan a molestarnos con la tontería de
cambiar el nombre. Franco nos dejó las tierras muy baratas a todos, había
trabajo, trajeron vacas suizas…”. El hombre remata la conversación clavando con
furia sus ojos muy azules: “Se vivía bien cuando la gente aún quería trabajar.
Luego vino lo de hacerse rico, el ladrillo, y ya ves. El que venga a molestar
con el tema, no es bienvenido”.
Águeda lo ocuparon 539 personas procedentes de poblaciones de los
alrededores. Hoy son oficialmente 112 habitantes. Según el hombre encontrado
bajo un árbol, antiguo regente del bar, en realidad son 30, y el resto,
visitantes estacionales. Ya no tienen escuela ni ayuntamiento, pero el pueblo
en absoluto parece abandonado. En la calle hay una veintena de coches
aparcados. Un par de mujeres mayores se escurren a sus casas al ver la
conversación con el forastero. Al avanzar por las calles, los postigos se
cierran. Una de las vías se llama del Generalísimo; otra, de José Antonio. El
ambiente es limpio y suena de fondo el murmullo de las acequias sobre las que se
levantó la agricultura de regadío. Ese fue el principal reclamo con el que el
Instituto Nacional de Colonización creó 300 de estas comunidades por toda
España con campesinos de familia numerosa. Su misión era cultivar para
alimentar a la región. En definitiva, se trataba de reductos que debían servir
de vivero no solo alimenticio, también moral: comunidades de rurales devotos,
autosuficientes, antiurbanos y antiobreros. Una buena oportunidad para
documentarse sobre el fenómeno llegará este otoño, cuando se estrene el documental Los
colonos del Caudillo, en el que los directores Lucía Palacios y
Dietmar Post parten de la historia de Llanos del Caudillo para plantear una
reflexión sobre la memoria.
Mientras, la polémica en torno a los homenajes al franquismo no remite.
Esta semana, una sentencia ha obligado a
Valencia a retirarle el título de alcalde honorario al dictador. En
Castellón, la oposición ha pedido despojarlo de la medalla de
oro de la ciudad. Y en otras localidades de los alrededores, la
discusión continúa, como en Algemesí o Tous.
En 1954, Franco terminó su discurso en Águeda con un
sonoro “¡Arriba España!”. Ofensiva recoge que la
respuesta popular al grito fue “una estruendosa salva de aplausos
que dura largo rato”. Casi 60 años después, el eco de aquellos aplausos sigue
resonando.
En nombre del general
Ocho localidades mantienen en su nombre a Franco: Llanos del Caudillo, Bembézar del Caudillo, Águeda del Caudillo, Alberche del Caudillo, Bárdena del Caudillo, Guadiana del Caudillo, Villafranco del Guadalhorce y Villafranco del Guadiana.
También conservan nombre franquista localidades como Alcocero de Mola, donde se estrelló el avión del general; Quintanilla de Onésimo, en honor a Onésimo Redondo, fundador del JONS; San Leonardo de Yagüe, por el capitán Juan Yagüe, cariñosamente El carnicero de Badajoz; o Queipo de Llano,colonia dedicada a cultivar arroz.
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