'Testigos de un tiempo maldito' recoge en un documental y una exposición de
retratos las consecuencias de la persecución padecida por personas gays durante
la dictadura
PATRICIA CAMPELO Madrid 25/07/2012 11:01 Actualizado: 25/07/2012 12:33
Las
hemerotecas dan fe de cómo el término homosexual estuvo ligado durante
muchos años a dos tipos de crónicas: la negra y la rosa. Un hombre gay solo
ocupaba la atención mediática por ser el presunto autor o cómplice de un delito
o bien por su presencia sobre el escenario y justificada su orientación por la
sensibilidad artística. Crímenes o folletín acabaron siendo los clichés que la
prensa les otorgaba. Tal era así que había quien se veía en la necesidad de
salir al paso de los rumores que ponían en duda heterosexualidades: "No
soy homosexual", rezaba un titular de ABC de diciembre de 1978.
El autor de esta aseveración era el cantante Rafael, que argumentaba:
"Tal vez fui un chico muy mimado, delicado, muy apegado a las faldas de mi
madre; pero todo esto en contra de mi voluntad".
En el
apartado de crónica negra, con frecuencia figuraba el dato sobre la
orientación del presunto delincuente: "Alguien apunta que pudiera tratarse
de un homosexual, aunque parece que este extremo podría ser descartado",
elucubraba una crónica de julio de 1966 sobre el presunto autor del asesinato
de tres jóvenes en Benidorm. Al margen del tratamiento informativo, el mero
hecho de tener la condición de homosexual bastaba para acabar en la cárcel o en
campos de concentración para gays, como el de Tefía (Fuerteventura). Las
mujeres lesbianas, en cambio, estaban invisibilizadas.
La
arquitectura jurídica del franquismo favorecía un clima de miedo que impedía
moverse con libertad. La ley permitía medidas preventivas contra este colectivo
y tratamientos como la lobotomía y los electroshocks para erradicar lo considerado
como una enfermedad. Los suicidios y las violaciones en prisión eran
frecuentes. Había cárceles específicas en Huelva y Badajoz, y en la
Modelo de Barcelona, Valencia y Carabanchel se habilitaban módulos para recluir
a este tipo de presos. Desde el Palomar, en la tercera planta de la
prisión madrileña, se arrojaron varios reclusos para quitarse la vida. Ese fue
el caso de Esmeralda La francesa, a mediados de los 70.
En 1954
se criminalizó al homosexual incluyéndole en la ley de vagos y maleantes, una norma que fue
sustituida en 1970 por la de peligrosidad social, en vigor hasta bien entrada
la democracia. En el verano de 1979 aún se podía detener a gente por
"travestismo" y "prostitución homosexual". Paulatinamente,
los artículos referidos a las personas gays se fueron dejando de aplicar
gracias a las luchas de grupos como el Movimiento Homosexual de Acción
Revolucionaria (MHAR) o el Movimiento Español de Liberación Homosexual.
Testigos
vivos
A pesar del
tiempo transcurrido y de las recientes conquistas de derechos civiles como el
matrimonio gay, el estigma permanece, según denuncian activistas en
defensa de derechos del colectivo lesbianas, gays, transexuales y bisexuales
(LGTB).
El artista
plástico Javi Larrauri (Madrid, 1971) hace su denuncia a través de su último
trabajo, Testigos de un tiempo maldito, sobre el ostracismo imperante
aún en este colectivo. En una serie de cuadros ha retratado a personas que
padecieron persecución y cárcel por tener una opción sexual distinta a la que
imponía la moral franquista. Este proyecto lo completa un documental con
testimonios directos de los protagonistas y que ya ha sido expuesto en
Madrid y en varias ciudades de Latinoamérica.
"Algunas
personas con las que hablé se mostraron con miedo a que episodios del pasado
pudieran volver a pasar y, si lo piensas, están sucediendo cosas graves, como
las declaraciones del obispo de Alcalá de Henares contra los gays en directo en
la televisión pública sin consecuencias; o casos como la homofobia del Partido
Popular, que tiene recurrido el matrimonio igualitario", sostiene
Larrauri. "Queda mucho trabajo por hacer".
Historias de
represión
Llegar a los
testigos de ese tiempo maldito que han prestado su rostro e historia para el
trabajo de Larrauri no fue tarea fácil. El artista halló desconfianza.
"Aquí no había cuestiones políticas, encontré a un hombre falangista que me
contó su caso; incluso en el PCE echaban a la gente por ser homosexual; no era
posible que hubiera unión entre gente tan dispar." "Hasta que no
llegaron las luchas colectivas de los 70, vivían en la completa marginación y
oscuridad", aclara Larrauri.
En este
contexto, destaca el caso de Andrés García (1939), hijo de republicanos
exiliados, que vivió su homosexualidad con plena consciencia y libertad desde
muy pequeño. Unas vacaciones de Franco en San Sebastián, donde Andrés vivía con
su novio en los 60, conllevaron varias redadas contra los sospechosos de tener
vínculos antifranquistas, y le costaron a Andrés mes y medio de cárcel. Los
antecedentes penales que le generó aquello le impidieron recuperar su trabajo
en la radio, y se marchó a vivir a Suecia. "Allí sentí lo que era vivir en
un país libre", narra a cámara en el documental.
Candela
García (1941) vivía siempre "corriendo", "asustada y con miedo a
la [policía] secreta", confiesa. Pasó cinco meses y medio en prisión, los
primeros 15 días en celdas de castigo. En los años 70, en Francia, comenzó el
tratamiento hormonal y a su regreso a España se inició en el mundo del
espectáculo, trabajo que tuvo que alternar con la prostitución para salir
adelante.
Según ha
documentado el periodista Fernando Olmeda en El látigo y la pluma (2004)
cerca de un millar de gays pasaron por prisión entre 1970 y 1979 en virtud
de la ley de peligrosidad social.
"Hoy
no nos meten en la cárcel pero, ¿puede un adolescente gay, lesbiana o
transexual desarrollarse con libertad en cualquier pueblo o ciudad de
España?", se pregunta Larrauri. Su respuesta está en este trabajo con el
que pretende sacar a la luz esta parte de la memoria histórica que lleva
implícita la lucha por la igualdad plena de derechos
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