La minería informal, ejercida en condiciones durísimas,
ha devastado miles de hectáreas en la Amazonia peruana
FRANCESC
RELEA Madre de Dios 21 JUL 2012 - 19:56 CET
El oro es fuente de riqueza y de conflictos en Perú. El mayor proyecto
minero actual, llamado Conga, con una inversión de 4.800 millones de dólares
(3.909 millones de euros) del gigante estadounidense Newmont Mining Co., ha
desatado una guerra en la región de Cajamarca por la férrea oposición de grupos
ambientalistas y comunidades indígenas. Pero el aumento del precio del oro (de
220 a 1.303 euros la onza en la última década) alimenta a escala menor una
fiebre del oro, que tiene su principal exponente en la minería ilegal o
informal en regiones como Madre Dios (Amazonia peruana), con un tremendo
impacto ambiental y social.
La canoa cruza el río Inambari desde la localidad de Mazuko. Al otro lado,
espera una camioneta 4x4, que inicia un trayecto por una pista infernal. Lo que
un día fue selva hoy es un territorio desordenado y contaminado de cerros
pelados. Una hora después, llegamos a Huepetuhe, localidad sin ley de 8.000
habitantes, que parece salida del lejano Oeste de las películas. “Es el peor
pueblo que existe”, dice sin titubear Mario Llana, médico gerente del centro de
salud. Los carteles publicitarios dicen: “Huepetuhe, capital peruana del oro”.
Desde el aire, en medio de la espesura verde de la selva sobresalen
inmensos agujeros de color tierra-cobre. Son gigantescas huellas de la
depredación humana, que empezó a finales del siglo XIX con el boom del
caucho, siguió con la tala de árboles y prosigue ahora con los buscadores de
oro. La escena tétrica se repite en las selvas de Perú, Bolivia, Brasil,
Venezuela, Colombia y Ecuador.
La minería ilegal o informal ha devastado decenas de miles de hectáreas y
ha cambiado el paisaje de Madre de Dios, advierte Dolores Cortés, de la
Organización Internacional de Migraciones (OIM). Esta es la cuarta región más
extensa de Perú, con la menor densidad de población (1,3 habitantes por
kilómetro cuadrado) y el 54% del territorio protegido. Aquí viven cinco grupos
indígenas y 32 comunidades nativas, algunas no contactadas.
Unas 40.000 personas originarias de las regiones andinas peruanas y de
países como Brasil, Bolivia, Rusia, China y Corea, trabajan directamente en actividades
mineras en Madre de Dios. La cifra total llega al medio millón en todo el país.
Un estudio de la firma Macroconsult concluye que la minería ilegal en Perú
extrajo en 2011 más de 1,6 millones de onzas de oro que dieron 1.221 millones
de euros de beneficios.
Los mineros trabajan 24 horas seguidas y descansan 12, en duras
condiciones, sin contrato ni protección social, en zonas sin agua potable y
acosados por enfermedades respiratorias agudas, diarreicas y de la piel. Todo
por un salario deslumbrante en Perú. “En una semana un minero gana unos 7.000
soles (2.180 euros), cuando el salario medio es de 2.000 soles al mes (625
euros)”, explica Enrique Muñoz, comisionado de la Defensoría del Pueblo.
Solo en Huepetuhe se comercializan 450 kilogramos de oro al mes, que
representan unos ingresos de 21,9 millones de euros (49.270 euros el kilo). “La
minería ilegal o informal no aporta nada a la población y solo ocasiona gastos
al Estado”, dice el doctor Llana. Si los mineros de Madre de Dios pagaran
impuestos por los 1.600 millones de soles (500 millones de euros) que se
comercializan al año, la región obtendría unos 50 millones de soles (15,6
millones de euros) para obras públicas, según cálculos del Instituto de
Investigaciones de la Amazonia Peruana y el Ministerio del Ambiente. Pero la
contribución fiscal de la minería ilegal es ridícula: 42.000 soles (13.125
euros).
Sin recursos y sin noticias del Estado, la vida no es fácil en Huepetuhe.
“Este pueblo no tiene un buen desagüe, no hay agua potable, Internet apenas
funciona, no hay ni un lugar de diversión, el centro de salud no tiene personal
de noche…”. Las quejas de Llana son interminables. “Un estudio hecho con el
Instituto Nacional de Salud demuestra que la gente tiene niveles no permisibles
de mercurio en el organismo”, añade.
Leber, de 27 años y jefe de una explotación semiartesanal en Sarayaku,
niega que la extracción de oro sea contaminante y asegura que el mercurio solo
se utiliza en bidones para fijar (“clarificar”) el oro, y que no hay vertidos
al río. “Es mentira”, replica el doctor Llana. “Está supercomprobado, hasta los
peces tienen mercurio”.
Los campamentos mineros más visibles, con chamizos de plástico azul y
cuatro palos, están junto a la ruta transoceánica. Hay zonas de difícil acceso,
a las que se llega después de largas caminatas. En lo alto de una montaña
horadada, la familia Apaza Gayoso busca oro desde hace 20 años. Trabajaban a
pico y pala cuando era bosque preselvático, explica Percy Apaza, el hijo mayor.
La madre, Valentina Gayoso, habla en quechua y no sabe leer, pero explica
con claridad el litigio que tienen con el propietario del terreno, a quien
pagan en oro 10.000 soles anuales (3.125 euros) por la concesión. “Está
negociando a nuestras espaldas la venta de la propiedad a otro socio”, dice
airada la señora Gayoso.
Ante la proliferación de conflictos y situaciones irregulares en la minería
de Madre de Dios, el Gobierno de Ollanta Humala, en el poder desde julio de
2011, ha decidido poner orden y promete regularizar en un año a todos los
mineros ilegales. El 20 de febrero pasado, el Ejecutivo emitió un decreto que
prohíbe la actividad minera en zonas inundables cerca de los ríos. Fuerzas de
la Fiscalía, Policía y Marina de Guerra empezaron a intervenir en los ríos
Madre de Dios, Tambopata, Inambari, Malinowski y Colorado.
Según detalla Roberto Castillo, fiscal superior provisional, el objetivo de
los operativos es la destrucción de las barcazas móviles que dragan los ríos
para la extracción y lavado de material que contiene oro, y la incautación de
los equipos usados en la minería ilegal. En la práctica solo quedó inutilizada
una pequeña parte de la maquinaria. “Hay centenares de motores ocultos en la
espesura de la selva”, asegura Enrique Muñoz, de la Defensoría del Pueblo. Los
mineros se levantaron, rodearon la ciudad, hubo huelgas, enfrentamientos y tres
muertos.
“Todas las autoridades en esta región estaban
involucradas directa o indirectamente en la actividad ilegal”, dice César
Ipenza, especialista en derecho ambiental y autor de una investigación sobre la
pequeña minería. El diputado Amado Romero, conocido con el apodo Comeoro,
tiene cinco concesiones mineras y se opuso a la formalización en 2010. Antes
fue denunciado por tráfico de madera. Es miembro de la comisión parlamentaria
de Ecología y Ambiente, a pesar de que fue suspendido de sus funciones por tres
meses. “Los mineros
tienen cada día más poder en los espacios públicos”, subraya Ipenza.
Ningún comentario:
Publicar un comentario