Fátima Fernández - Santiago de Compostela 10-08-2012
En un desván donde los recuerdos se cuentan por decenas de miles, una
película de 16 milímetros con imágenes del NO-DO fue suficiente para que Antón
Caeiro (Gondomar, 1960) insistiese en su empeño de fisgar en la historia. Una
crónica en blanco y negro sobre el reflote de un buque de la compañía Ybarra a
las orillas de Vilagarcía, le hizo remover cajones para componer el viaje más
corto del Cabo Razo. Hace un par de años, el proyecto Desde dentro do corazón
zarpó de las hemerotecas en busca de los protagonistas de la noche del verano
de 1958 en que aquel barco de mercancía y pasajeros llenó el mar de náufragos
asidos a listones de madera.
Los testimonios afloraron a cuentagotas hasta que la crisis se llevó la
financiación institucional y el proyecto amenazó con irse a pique. Curtido en
el arte de mendigar, Caeiro se echó a la Red y atrapó 55 mecenas. Bajo su
auspicio, intenta encorsetar en casi dos horas cinco relatos enhebrados en un
documental que un día quiso resolver en 50 minutos y que en apenas un mes
promete ver la luz. A cambio, ellos aparecerán en los títulos de crédito, entre
otras recompensas.
Un mediodía cualquiera, a la mesa de dos hermanos marineros se sienta la
noticia del accidente del Costa Concordia. Con la ligereza de un resorte, las
imágenes los devuelven a mediados de un siglo XX que cuenta la tragedia vivida
a orillas del mar que lo trae todo a Vilagarcía y que se lleva a cambio lo que
él dispone. De ese primer recuerdo parten memorias de mar que se desentienden
de localismos y dejan claro que Vilagarcía es solo el telón de fondo de una
historia universal, porque, más que datos, desentierra impresiones. El poso de
los acontecimientos, que hablan en las voces y se revelan en las miradas de sus
protagonistas, despoja de sentido a la voz en off. Que los muertos fuesen 13 y
39 los supervivientes apenas importa en el relato. Tampoco que el Cabo Razo
fuese un viejo león de mar a cuyos lomos se exilió Alfonso XIII en 1931 y se
trasladaron tropas durante la Guerra Civil. Lo relevante es que los ecos de un
aciago 4 de agosto resuenan en los supervivientes cuando el mar bate contra las
rocas. Unos abandonaron el mar porque el ruido de otros barcos les atormentaba
los sueños. Otros se tragaron el miedo para embarcarse de nuevo tras su tercer
naufragio. Y algunos, aún hoy, rehúsan mentar el suceso porque no han
conseguido curarse las llagas.
El rastro del Cabo Razo va más allá de las rocas de A Barxa (Cabo de Cruz),
en las que el buque colisionó minutos después de abandonar Vilagarcía. Los
retales de la historia se pierden por la costa gallega y pasan por Santander
para recalar en Bilbao. Incluso en Francia, una pasajera del Cabo Razo lleva al
descubierto la impronta de aquella noche. Apenas volvió a mantener contacto con
los vecinos que la salvaron de la lista negra, pero en 2002, cuando la tragedia
se llamó Prestige, envió ayuda económica a la costa en la que nació por segunda
vez.
Una niebla que nadie atestigua haber visto figura en los documentos de la
investigación como causante de aquel suceso para el que no se encontraron
explicaciones convincentes. El timonel, natural del pueblo que se interpuso
entre el barco y el mar, lo llevó en línea recta hacia el acantilado. Dicen
algunos que ya estaba muerto cuando el buque se fue contra las rocas. Dicen,
pero nadie sabe.
Con esta y otras cuatro raciones de memoria ultima Caeiro la primera entrega
de Desde dentro do corazón. Tras ella, la salitre dejará paso a historias de
tierra, pero ese ya es otro cuento. Por ahora, el documentalista se afana en
dar forma a su compromiso con la multitud que lo financió bajo el techo de un
anglicismo. También el crowdfunding, en su caso, tuvo sus particularidades.
Nuestro público se mueve en un rango de edad desde los 40 años hasta infinito,
explica Caeiro, y la confianza en el pago por Internet merma según aumenta la
cifra. Por eso, algunos prefirieron entregarle su confianza por la calle y en
billetes de papel. De uno y otro modo, reunió más de 4.000 euros que le sirven
para pagar posproducción, música, edición y sonido. Todo lo que no podía hacer
sin dinero.
Al frente de un botín de más de 70.000 documentos gráficos
que componen O Faiado da Memoria, una asociación que recopila en soporte
fotográfico y audiovisual un tropel de momentos de los años veinte a los
setenta, Caeiro se resiste a dejar de coleccionar recuerdos a pesar de las
circunstancias. Consciente de que no son buenos tiempos para la memoria, sigue
el protocolo del francotirador. Crea sus productos para la venta directa,
dispuesto a comerse un amplio marrón en caso de que no lo consiga. Las
subvenciones, cuando las hay, suelen escurrírsele entre los dedos antes de
cumplir su cometido. En ocasiones, porque expiran los plazos, que no entienden
de inspiración. Otras, la letra pequeña se burla de sus argumentos. Esta vez,
de los 33.000 euros que le concedió la Xunta, ha recibido solo 11.000 y teme
que tendrá que devolverlos. Nos piden cosas que no han pedido jamás, lamenta.
De todos modos, el dinero no le quita el sueño. La memoria no cabe en un
bolsillo.
E agora, os días 1, 8, 9 e 10 de narzo estrearemos o documental en Vilagarcía de Arousa. E, un mes antes, xa están esgotadas as entradas.
ResponderEliminar