En el 50º aniversario de la muerte de la actriz, se recuerda a una mujer
diferente, culta, que necesitaba escribir y que buscaba siempre saber más y más
BEGOÑA PIÑA Madrid 31/07/2012 14:21 Actualizado: 31/07/2012 17:28
Gay
Langland, el personaje que interpretaba Clark Gable en Vidas rebeldes (The
Misfits), fue uno de los tipos que mejor describió el desamparo, la soledad, el
miedo y la tristeza con que vivía Marilyn Monroe. "¿Puede un hombre
sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?" le dice a
Roslyn Taber, último papel de la actriz. "Pues todo el mundo piensa que soy
muy alegre", responde ella. "Eso es porque cualquier hombre se siente
feliz al mirarte". Era, no solo el final de una emocionante historia, el
broche de oro a las carreras de ambos actores, sino además y, sobre todo, la
explicación pública de por qué nadie percibía la desesperanza y el cansancio
que acompañaban a Marilyn Monroe, una declaración del que fue su marido, el
dramaturgo Arthur Miller, que era el guionista de la película de Huston.
El gran
público no podía imaginar en aquel 1961 que 19 meses más tarde, la rubia
platino, la mujer que deslumbraba a hombres de todo el mundo, iba a poner fin a
su vida. La fama y la fascinación crearon a su alrededor una coraza densa,
opaca y oscura, tras la que se agazapaba una mujer completa y radicalmente
diferente a la que todos veían. Marilyn Monroe, en realidad, Norma Jeane
Mortenson, no era una inconsciente feliz. Era una mujer culta, con centenares
de libros en su biblioteca, enamorada de los clásicos, sacudida por un
irresistible impulso por escribir y sedienta siempre de nuevos conocimientos.
Ni rubia ni tonta. "Ay maldita sea, me gustaría estar muerta"
Con sus
poemas, cartas y apuntes íntimos editados -en España los publicó Seix Barral en
2010 con el título Fragmentos- la imagen del mito de Hollywood se ha
transformado. Ahora, cuando se cumple medio siglo de su muerte, el retrato de
Marilyn se ha completado. En la madrugada del 4 al 5 de agosto, en 1962,
Marilyn Monroe se suicidó en su casa de Brantwood, en Los Ángeles, al ingerir
un bote entero de Nembutal. Si la placa que adornaba allí la puerta de entrada,
con la inscripción "Cursus perficio" (aquí acaba el viaje), podía
parecer profética, mucho más lo eran los versos de uno de sus poemas: "Ay maldita
sea me gustaría estar / muerta -absolutamente no existente- /-ausente de aquí
-de / todas partes pero cómo lo haría" .
La actriz
más famosa de todos los tiempos encontró -premeditada o involuntariamente- la
manera de concluir una vida triste, cargada de alcohol y pastillas, amenazada
por un insomnio constante, descontrolada por la inseguridad, el miedo y la
necesidad de ser querida y no sentirse abandonada. Marilyn Monroe estaba muy
cansada. Y hasta ese último día, los libros fueron su mejor refugio. A
su muerte, Anna Strasberg, heredera de sus pertenencias, subastó su biblioteca
-400 libros de Historia del Arte, Poesía, Psicología, Literatura, Filosofía,
Jardinería...- y donó el dinero a la institución benéfica Literary Partners.
James Joyce, Dostoyevsky, Milton, Hemingway, Kerouac, Whitman, Flaubert,
Steinbeck... eran algunos de los preferidos de la actriz, que leía
compulsivamente, en su casa, en los hoteles, en las pausas de rodaje. Parte de
las posesiones de la herencia quedaron en manos de Stanley Buchtal y Bernard
Comment, que descubrieron los poemas, las notas y cartas que había escrito
Marilyn, y las reunieron en un libro.
"¡Estaba en la escuela!"
Todo está en
esos escritos, el temor, el desasosiego, la inseguridad, el desequilibrio, la
aflicción profunda, el abandono, el aislamiento. No son palabras exquisitamente
elaboradas, pero no hay simpleza en ellas, al contrario, contienen un bello
lirismo. Son confesiones íntimas en las que pedía amparo, ayuda, socorro.
Escritas a mano en cuadernos o en folios de hoteles, con bolígrafo o con lápiz,
con una descuidada caligrafía, en esas notas intentaba explicarse a sí misma la
dualidad que sufría, las dos personas que era al mismo tiempo.
"Nunca
me veían en los estrenos, ni en las conferencias de prensa, ni en las fiestas.
Era muy sencillo: ¡estaba en la escuela! No había podido completar mi
formación, de modo que asistía a clases nocturnas en la Universidad de UCLA, en
Los Ángeles. De día me ganaba la vida haciendo papelitos en el cine. De
noche asistía a clases de Historia y Literatura e Historia de Estados Unidos.
Leía mucho a los grandes", le confesó en una ocasión al periodista francés
Georges Belmont. El desaparecido Antonio Tabucci, que firmó el prólogo de la
edición del libro en España, escribió: "La imagen que Marilyn Monroe ha
dejado de sí misma en el mundo de las imágenes esconde un alma que pocos
sospechaban. De gran belleza, es un alma que la psicología barata calificaría
de neurótica, como se puede calificar de neurótico a todo el que piensa
demasiado, a todo el que ama demasiado, a todo el que siente demasiado".
Uno de sus
primeros textos en prosa es de 1943. Marilyn se había casada con James
Dougherty (su primera boda), un obrero que quería ser policía y que la engañó.
Tras el abandono de su madre en la infancia y la ausencia de su padre, aquella
jovencísima chica se sintió otra vez traicionada y sola. Muchos años después,
en 1956, la inseguridad, la sensación de no ser amada, se repitió y su
fragilidad reapareció colosal y poderosa. Estaba rodando en Londres El
príncipe y la corista, a las órdenes de Laurence Olivier. Allí le buscaron
una residencia en Parkside House, a las afueras de la ciudad, donde aprovechó
para escribir, para poner en el papel sus pensamientos y emociones.
Allí también
leyó los diarios íntimos de su marido, el dramaturgo Arthur Miller y
descubrió las dudas que él tenía de su amor. Un duro golpe para su autoestima
dañada."Mi amor duerme junto a mí.../ en la débil luz -veo su viril
mentón.../ aflojarse- y la boca.../ de su adolescencia regresa.../ con una
blandura más blanda.../ su sensibilidad temblando.../ en la quietud.../ sus
ojos tienen que haber escrutado el exterior.../ maravillosamente desde la gruta
de su adolescencia -cuando las cosas que no entendía.../ las olvidaba.../ pero
tendrá este mismo aspecto cuando esté muerto.../ ! oh hecho insoportable e
inevitable!.../ pero ¿preferiría que llegase la muerte... de su amor antes que
la suya propia?".
Cincuenta
años después de su muerte, no solo se volverán a subastar decenas de miles de
objetos de Marilyn Monroe o se aprovechará el aniversario para alguna promoción
-en España, por ejemplo, llegará el mismo 5 de agosto a la televisión en
abierto Smash, la serie musical de Spielberg, donde resucita la imagen
de la actriz-, sino que se rendirá justicia a una mujer a la que quisieron
enterrar en la memoria como a una rubia, simple, boba y sexy. Ahora, gracias a
las palabras que escribió, tal y como señaló Bernard Comment, uno de los
editores, a la BBC, "nos tropezamos con una Marilyn intelectual,
con una mirada amplia y muy literaria sobre el mundo que la rodeaba,
destruyéndose así la imagen de la dama rubia-tonta que Hollywood creó. Cuando
leí sus escritos por primera vez me sentí muy impresionado, y al igual que
Strasberg, aquellos textos nos alejaron totalmente del recuerdo de unas piernas
descubiertas sobre una ventilación de metro, porque estábamos ante una cierta
dimensión del psicoanálisis".
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