"Yo lloraba y les pedía que me mataran. Ellos se
reían. Eran los dueños de nuestras vidas y de nuestras muertes”, cuenta una
víctima
JUAN ARIAS
Río de Janeiro 29 MAY 2013 - 21:42 CET
Las mujeres que fueron torturadas durante la dictadura militar brasileña, en algunos casos por militares
aún vivos, están desfilando ante la Comisión de la Verdad, instituida por
la presidenta Dilma Rousseff para sacar a la luz las sombras aún ocultas de
aquel período.
Días atrás, Amnistía Internacional
había pedido a la presidenta que contase en público cómo había sido torturada
por los militares durante los tres años que estuvo presa. No sabemos si acabará
haciéndolo antes de que la Comisión concluya sus trabajos, a finales del año
que viene.
Mientras tanto, los relatos de las mujeres están impresionando a la opinión
pública brasileña que, con motivo de la ley de Amnistía sellada por ambos
bandos acabada la dictadura militar para facilitar el paso a la vuelta de la
democracia, ha vivido una especie de silencio sobre los horrores de aquellos
años de terror.
“Yo lloraba y les pedía que me mataran. Ellos se reían. Eran los dueños de
nuestras vidas y de nuestras muertes”, ha contado la cineasta, Lucía Murat, que
estuvo presa durante tres años y medio. Tentó dos veces el suicidio mientras
estuvo presa. “Sufrí la peor sensación de mi vida, la de no poder morir”.
Su cuerpo quedó parcialmente paralizado a consecuencias de las torturas.
Además de los choques eléctricos mientras estaba colgada, colocaban cucarachas
sobre su cuerpo (los agresores llegaron a poner una en su vagina). Lucía sufrió
también lo que ha calificado de “tortura sexual científica”.
“Me colocaban desnuda con un capuchón en la cabeza, una cuerda enrollada en
el cuello pasando por la espalda hasta las manos, que estaban atadas detrás de
la cintura”. Mientras el torturador la violentaba ella no podía defenderse. “Si
intentaba mover mis brazos para protegerme yo misma me ahorcaba”.
La cineasta ha querido señalar que aceptó relatar su experiencia no por
venganza o masoquismo, sino porque considera “fundamental contar estas cosas y
dejar de manifiesto que durante la dictadura en Brasil fueron practicados
crímenes contra la humanidad”.
Otra de las mujeres que ha hecho su confesión ante los miembros de la
Comisión de la Verdad ha sido la historiadora Dulce Pandolfi, que era
estudiante de Ciencias Sociales en la Universidad Federal de Pernambuco cuando
fue apresada. Ese mismo año, 1968, había ingresado en el grupo de Acción
Libertadora Nacional (ALN), organización de la izquierda armada.
Fue detenida el 20 de agosto de 1970. Recuerda la frase que le dijo un
militar en el momento en que entró en el cuartel de la Policía del Ejército:
“Aquí no existe Dios, ni Patria, ni familia. Sólo nosotros”.
Además de todo el ritual de torturas a las que eran sometidas las mujeres,
Dulce sufrió el miedo de sentir un cocodrilo vivo sobre cuerpo. Durante una de
las sesiones de tortura se desmayó. Llamaron al médico que la examinó y este
les dijo a los torturadores: “Aún aguanta. Pueden continuar”.
En una ocasión la usaron como conejo de indias en una clase para aprendices
de torturadores. Oyó decir, mientras la colgaban: “esa es la técnica más
eficaz”. Al final de la clase le dijeron que la iban a ejecutar: “Me levantaron
el capuchón, me mostraron un revólver con una sola bala y estuvieron jugando a
la ruleta rusa”.
La entonces estudiante universitaria pasó por varios presidios. En total
estuvo presa y fue sistemáticamente torturada durante un año y cuatro meses.
“Es muy duro recordar aquella situación, pero es fundamental para que podamos
construir un país más justo y más humano”, dijo al retirarse, visiblemente
emocionada, ante el pleno de la Comisión de la Verdad.
Por haber sido sancionada constitucionalmente la ley de
Amnistía de la dictadura, en Brasil no podrán ya ser condenados los
torturadores aún vivos. La Comisión tiene como finalidad arrojar luz únicamente
sobre aquellos acontecimientos, muchos de ellos desconocidos hasta hoy.
Ningún comentario:
Publicar un comentario