La Ciutat de Repòs i Vacances de Tarragona, que
perteneció al sindicato falangista, languidece cerrada a la espera que la
Generalitat decida su futuro
MERCÈ PÉREZ
PONS Tarragona 30 JUN 2013 -
01:01 CET
La Generalitat decidirá en las próximas semanas el futuro de la Ciutat de
Repòs i Vacances de Tarragona, una instalación de origen franquista en la que
durante décadas veranearon miles de trabajadores y jubilados con sus familias a
precios de coste. El Ejecutivo catalán decidió clausurar definitivamente el
centro en diciembre de 2011 tras más de medio siglo en funcionamiento.
El complejo, fruto de la política social franquista, cumple estos días 56
años, ya que se inauguró en julio de 1957 en un entorno privilegiado
típicamente mediterráneo: sus 140.000 metros cuadrados llegan a 200 metros de
la playa Llarga de Tarragona. En su día la Ciutat estuvo formada por alrededor
de dos centenares de apartamentos unifamiliares de dos plantas rodeados por un
mar de pinos y jardines. El complejo incluye un enorme comedor, biblioteca,
zona deportiva con pista de tenis y bolera, lavandería, restaurante, una
capilla, un puente para sortear la transitada carretera N-340 y acceder al mar
directamente y un pequeño club de vela con su correspondiente zona en la arena.
La Generalitat clausuró el centro a argumentando que su mantenimiento
causaba pérdidas de un millón de euros al año. Sus empleados fijos, 65 de los
80 trabajadores, fueron recolocados. Desde entonces la Ciutat ha ido
languideciendo, pero se ha convertido en una golosina apetecible para empresas
y entidades. Tanto es así que en los últimos meses el Ejecutivo catalán han
recibido al menos seis ofertas para volver a poner en marcha alguna de las
zonas del enclave. Las peticiones han llegado desde el sector del ocio, la
restauración, el hotelero, o los servicios sociales.
El delegado de la Generalitat en Tarragona, Joaquim Nin (CiU), explica que
su intención es poner pronto hilo a la aguja. Esta semana se ha programado una
reunión decisiva entre Patrimonio de la Generalitat y los Servicios
Territoriales del Gobierno catalán para estudiar todas el tema. Una posibilidad
es un “convenio multibanda” que integrase la iniciativa privada junto a
funciones de índole social. De hecho, el Ayuntamiento de Tarragona se ha
mostrado partidario de ubicar allí el centro cívico de Llevant.
Pero si se incluyen otras actividades, podría haber un problema: El Plan de
Ordenación Urbanística Municipal contempla la Ciutat como de uso de ocio
residencial para trabajadores, con lo que probablemente el Consistorio debería
hacer modificaciones en el texto para incluir las nuevas actividades.
La Ciutat fue diseñada por los arquitectos Antoni Pujol y José María
Monravà dentro de la Obra de Educación y Descanso de los sindicatos verticales
de la dictadura. En cierto modo, guarda un paralelismo con los enormes
complejos en el mar del norte de Alemania que Hitler hizo construir también
para solaz del obrero nacionalsocialista. La de Tarragona fue la primera Ciudad
Residencial de Educación y Descanso inaugurada en España, tal y como recogió el
No-Do del 15 de julio de 1957. “Tiene una capacidad para 1.200 residentes en
cada turno de 15 días. Las comidas se realizarán en comunidad y en mesas
familiares, pero los residentes podrán hacer vida autónoma, ya que vivirán en
chalets aislados. El precio de estancia será de 25 pesetas diarias por persona
con un gran descuento para los niños, y los menores de dos años no abonarán
cantidad alguna”, recitaba la engolada voz oficial del No-Do, mientras se
mostraban imágenes de la inauguración, a la que asistió la plana mayor de la
curia eclesiástica de la provincia para agasajar al ministro-secretario general
del Movimiento y delegado nacional de Sindicatos, José Solís Ruiz, conocido
como la sonrisa del franquismo. “En esta y en otras ciudades residenciales, los
trabajadores serán alojados en igualdad de condiciones que cualquier otro
español y con toda su integridad familiar”, concluía la impostada voz del
anónimo locutor.
El éxito definitivo del complejo llegó en 1962, cuando fue el escenario
natural de escenas de la película La Gran Familia , protagonizada por Alberto
Closas. Con la llegada de la democracia, el equipamiento pasó a manos de la
Generalitat en diciembre de 1980.
Tras acumular historias y cobijar a miles de veraneantes, algunos de los
que fueron sus trabajadores durante décadas se muestran sorprendidos por el
silencio que ha rodeado la clausura. “Nadie ha tenido interés en remover
demasiado las cosas y la zona está degradándose. ¿No sabían qué futuro tendría
antes de cerrarla? Quizás es que no sabían que no se podía privatizar tan
fácilmente”, argumenta un exempleado. “Aportó mucho turismo a Tarragona durante
unos años en los que no se viajaba, fue pionera y es muy triste que caiga en el
olvido sin más”, continúa explicando.
El PP ha cargado duramente contra el cierre y pide que el complejo se
traspase al Ayuntamiento. “No podemos continuar con un equipamiento en la mejor
zona de Tarragona cerrado, olvidado y degradado”, explica Alejandro Fernández,
portavoz del grupo municipal del PP. “Las pérdidas de un millón de euros
anuales son una excusa, ya que es casi lo mismo que cuesta tenerla cerrada”,
remacha Fernández.
De momento el silencio domina el lugar en el que hacen
sus unos guardas de seguridad. En sus aledaños permanece abierta una farmacia y
los domingos por la mañana en la capilla se oficia misa porque así lo solicitó
el Arzobispado a la Generalitat.
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