Su película ‘La bicicleta verde’ fue el primer filme
rodado en Arabia Saudí, donde las salas de cine están prohibidas
ROCÍO AYUSO
Los Ángeles 22 JUN 2013 - 18:22 CET
Haifaa Al Mansour se considera tímida y, pese a ello, se ha convertido una
rompedora: es directora y guionista de La bicicleta
verde,el primer filme rodado en su totalidad en Arabia Saudí. La
película, con la que se abrió el pasado viernes la 28ª edición del Festival
Internacional de Valencia, Cinema Jove, nació de la necesidad de encontrar su
voz.
Poca timidez se aprecia al conversar con ella. Al Mansour, 37 años, es de
las que no callan. Mentir no miente y la mejor muestra es su película, una
historia honesta, personal y optimista centrada en una niña de 11 años, Wadjda
(título original de la cinta), que vive en una barriada del Riad actual y lucha
por conseguir una bicicleta para echar carreras con su amigo Abdullah en una
sociedad donde este medio está prohibido a las mujeres. “Es un fragmento de
vida, de mi vida, intimista y dulce que celebra mi cultura a la vez que muestra
con honestidad y sin ofender lo difícil que es el día a día de ser mujer en
Arabia Saudí”, resume la realizadora de su ópera prima.
Lo de “sin ofender” lo repite innumerables veces. Quizá porque Haifaa Al Mansour quiere
atraer a los suyos a un diálogo sobre la situación de la mujer en su país de
origen. Es un diálogo difícil para una mujer y para una cineasta. Para empezar,
los cines están prohibidos en Arabia Saudí y la industria del cine no existe.
La televisión es un buen campo de cultivo, donde abundan las telenovelas y los
musicales. Pero nada más. El cine no existe más allá de las producciones de
aficionados. “Por eso quise escribir una historia donde se escuchase mi voz,
las voces de todas las mujeres que como yo quieren hacerse oír, pero sin
necesidad de confrontación. Estoy cansada de oír discusiones que no llevan a
nada”.
Ella describe a la heroína de su película como la niña que le habría
gustado ser, inspirada en una de sus sobrinas. Todos los personajes forman o
han formado parte de un modo u otro de su vida. Pero también es fácil ver en
Wadjda, y sobre todo en sus intentos de conseguir su bicicleta jugando dentro
del sistema, a esta cineasta que incluso dentro de una sociedad segregada y
sexista como en la que nació logra conseguir lo que quiere: hacer la película.
Porque Al Mansour, la octava de 12 hermanos (todos ellos de los mismos
padres), se crió en un hogar “tradicional”, donde su madre hubiera preferido
que fuera médica a cineasta pero donde siempre quisieron que fuera feliz.
“Claro que hubo presión, sobre todo de esa otra familia que le decía a mi padre
eso de: ‘usted es un hombre de honor ¿cómo consiente que su hija salga en la
televisión?’, recuerda. En aquellos años su familia le pedía que no diera su
apellido en público para evitar la vergüenza.
El cine no fue un acto de rebeldía. Con tanto hijo, su padre les organizaba
maratones de vídeos en casa para entretenerlos con películas populares de Bruce
Lee, Jackie Chan o Disney. Como tantos otros niños recuerda esas proyecciones
como algunos de los momentos más felices de su vida. Apoyada por una familia
que quería que Haifaa abriera sus horizontes en el extranjero, se fue a
estudiar Literatura comparada a El Cairo. Lo malo fue la vuelta, cuando se vio
arrinconada en un trabajo de oficina y se convirtió en una presencia invisible,
sin voz propia y constreñida en una sociedad que no permite a los hombres y a
las mujeres convivir en público.
De ahí nació la necesidad de encontrar un hobby y lo que comenzó como un
juego de niña, rodando cortos con la ayuda de sus hermanos, se convirtió en un
largometraje coproducido entre un príncipe saudí y una productora alemana e
inspirado en otro tipo de cine, como el neorrealista italiano (El ladrón de
bicicletas), el del director
iraní Jafar Panahi o del afgano Atiq Rahimi. Pero con más optimismo.
“Porque siempre ocurren cosas terribles en todo lo que vemos en el cine de
Oriente Próximo. Y no digo que no sea cierto pero no es lo normal. No todos los
días una mujer es apedreada. Incluso en Arabia Saudí es noticia cuando algo así
ocurre. Pero todos los días una mujer no puede ir al trabajo porque no la dejan
conducir. Y es el día a día lo que hay que empezar a cambiar”.
El cambio es lento pero Al Mansour cree que existe. Ella tuvo que rodar
desde una camioneta oscura, sin poder ser vista en la calle detrás de la cámara
por ser mujer y hablando con walkie-talkies con sus operadores y sus
actores para conseguir lo que quería. Un rodaje de siete semanas y un
presupuesto que rondó los dos millones de euros, que se complicó al filmar en
un barrio conservador de Riad donde le resultó imposible trabajar en la calle
pese a tener los permisos necesarios.
Se parecía a esos años de su infancia cuando tuvo una bicicleta (por
cierto, verde) pero solo podía montar en el patio de su casa, nunca en la
calle. Esta vez no se detuvo y, “sin ofender”, los inconvenientes con los que
se topó durante la producción la hicieron trabajar más duro.
Encontrar a su protagonista tampoco fue fácil, porque no es posible
convocar un casting, pero en la joven Waad Mohammed encontró a su Wadjda,
una niña que no habla una palabra de inglés pero que llegó al rodaje escuchando
a Justin Bieber. “Esos son los contrastes de Arabia Saudí, un país rico y
conservador, donde debajo de todas las tradiciones la gente lleva gafas de sol,
iPad, vaqueros”, subraya divertida con esos elementos que ha incluido en la
cinta y con un aspecto mucho más cercano a una punk que a la imagen de
una mujer árabe tradicional.
Sus hijos vienen a su rescate. Casada con un diplomático estadounidense y
madre de dos renacuajos, Al Mansour vive en la actualidad en el emirato de
Bahrein porque le gusta estar cerca de su familia y de su cultura. Ahora sus
padres están orgullosos de que sea la primera mujer árabe cineasta y su
optimismo con su país es grande. “Arabia Saudí está cambiando. No es un cambio
radical como en otros países pero se abre camino. No es una sociedad tan
monolítica como lo ha sido. Va evolucionando, lento pero evoluciona”, dice.
Quiere que sus hijos aprendan árabe de la misma forma que
quiere acercar el día a día de su país al resto del mundo. Por eso la andadura
de La bicicleta verde comenzó en la última edición del Festival de
Venecia y luego pasó por el Festival de Toronto hasta estrenarla con éxito en
Francia y ahora en España de camino, espera, a los Oscar. ¿Por qué no? Pero su
verdadero deseo es mostrarla en su país. Quizá no en cines, que siguen sin ser
legales, pero al menos por televisión o en DVD. “¿Mi sueño? Que un hombre
alquile La bicicleta verde en un videoclub”, sonríe.
Ningún comentario:
Publicar un comentario