Nueve japoneses que sobrevivieron a las bombas de Hiroshima y Nagasaki
recorren el mundo en el Barco de la Paz
Visitan en Barcelona la Escola Sadako, llamada así en memoria de la niña
que hizo 644 grullas de papel
Maribel
Hernández el diario.es 29/08/2013 - 21:55h
El 6 de agosto de 1945, Sadako Sasaki tenía dos años de edad. Esa mañana, a
las 8:15, el Enola Gay lanzaba sobre Hiroshima la bomba atómica. Little Boy explotaría
a tan sólo 1,5 kilómetros de la casa de Sadako, transformándose en una gran
bola de fuego de más de 250 metros de diámetro, capaz de elevar la temperatura
en más de un millón de grados y de acabar fulminantemente con la vida de unas
80.000 personas. La pequeña logró sobrevivir a ese escenario de horror que
aceleraría el fin de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, nueve años después
enfermó de leucemia como consecuencia de la radiación. Se cuenta que fue su
mejor amiga, Chizuko Hamamoto, quien le recordó una antigua leyenda según la
cual si lograba realizar mil grullas de papel los dioses le concederían un
deseo. Sadako murió el 25 de octubre de 1955. Había hecho 644 grullas.
Esta japonesa da nombre hoy a una escuela de
Barcelona que, el pasado lunes, recibió, seguramente, una de las
visitas más especiales en sus 45 años de historia: los nueve hibakushas
(literalmente “persona bombardeada”) que viajan a bordo del Barco de la Paz.
“Cuando supe que en Barcelona había una escuela llamada Sadako sentí mucha
curiosidad y comencé a investigar”, explica Mioko Tokiwa, miembro de Peace Boat, una ONG fundada en 1983 por
cuatro universitarios japoneses. Estos jóvenes decidieron viajar a través de
los países asiáticos vecinos para entender mejor el papel que Japón había
jugado durante la guerra. Treinta años más tarde, el Barco de la Paz sigue
surcando los mares transmitiendo mensajes antinucleares y contra la violencia
en los países que visita y, al mismo tiempo, educando en la convivencia y la
sostenibilidad al millar de pasajeros que deciden embarcarse en una aventura de
tres meses de duración.
La visita a la Escola Sadako se engloba en las actividades del Viaje Global
por un Mundo Libre de Armas Nucleares-Proyecto Hibakusha del Barco de la Paz.
Esta iniciativa es uno de los múltiples proyectos que se llevan a cabo a bordo.
Su objetivo principal es difundir los testimonios de quienes sobrevivieron a
los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, una suerte de ejercicio de memoria
colectiva que a veces no resulta tan fácil. No siempre se encuentran las
palabras adecuadas para narrar lo inefable, por eso muchos de los hibakushas
optaron por el silencio. “El año pasado, mientras estábamos en Chipre, una pasajera
del barco sintió la necesidad de abrirse y compartió con todos su historia por
primera vez en su vida”, recuerda desde el muelle de Barcelona Laure Norest,
trabajadora de la organización.
Sobrevivir para contar
Otros, como Tadashi Okamoto, han reconstruido sus recuerdos para poder
contarlos a pesar de que cuando sucedieron los hechos tenían solamente 1 ó 2
años de edad. “El 6 de agosto de 1945, en el momento en que lanzaron la bomba,
mi madre y yo estábamos durmiendo en casa, a dos kilómetros del lugar donde
cayó. No nos dimos cuenta de que la casa se había venido abajo y habíamos
quedado enterrados hasta que recuperamos la conciencia. Cuando nos despertamos
todo estaba oscuro y no entendíamos qué pasaba, sentimos pánico. De repente, en
medio de la oscuridad mi madre me escuchó llorar, me buscó desesperada, me
cogió en brazos y, gateando, siguió la luz hasta que consiguió salir. Los
edificios de alrededor estaban totalmente destruidos, era imposible reconocer
el vecindario, no había caminos, la gente iba caminando en fila, con la ropa
destrozada, las caras infladas, el cuerpo rojo y negro y no sabíamos por qué,
todos íbamos así, haciendo cola hacia el mismo sitio”.
Pese a sobrevivir, los padres de Okamoto casi nunca hablaron de lo
sucedido. Este japonés, voluntario del Museo del Memorial de la Paz de
Hiroshima y guía del recorrido de lápidas del Parque Memorial, desde hace años
cuenta su experiencia para que ésta sirva como herramienta “para reflexionar
sobre la paz”. Reconoce haber sentido vergüenza durante mucho tiempo de sus
heridas, unas cicatrices sobre el brazo izquierdo y la cabeza que fueron
aumentando de tamaño a medida que se hacía mayor. “Esto me supuso mucho estrés
a lo largo de los años pero hasta ahora no he sufrido ninguna enfermedad grave
aunque de vez en cuando tengo una sensación inquietante que me hace sentir muy
inseguro en mi propio cuerpo”, confiesa.
El miedo a enfermar y las consecuencias sobre la salud han afectado a
varias generaciones. Muchos no reciben la asistencia adecuada. “El estado
japonés ha puesto en marcha algunas acciones para ayudar a los hibakushas pero
eso no basta, sobre todo a nivel emocional, no ha habido un reconocimiento
suficiente”, constata Takashi Miyata, testigo de la bomba de Nagasaki a
los cinco años de edad y entregado tras su jubilación a la tarea de compartir
su testimonio especialmente en las escuelas de Primaria y Secundaria. “En estos
68 años he aprendido que lo más importante es la vida y que se tiene que hacer
todo lo posible para que continúe. Las guerras rompen con esto y espero que
tanto en Europa como en cualquier otro sitio se siga entendiendo la importancia
de la vida y se trabaje por ello”, remata.
Los hibakushas tienen una edad media de 78 años, razón por la
cual los miembros del Barco de la Paz son conscientes del reto y la progresiva
dificultad de recuperar sus historias. Por ello, tratan de involucrar a los
jóvenes para que ellos mismos se conviertan también en transmisores de esta
memoria. En este sentido, un grupo de “Comunicadores Especiales Juveniles”
acompaña a los mayores en el viaje. Muchos de ellos, como Mayu Seto, pertenecen
a la tercera generación de hibakushas. Mayu, que nunca pudo escuchar el
testimonio de su abuela, se ha propuesto concienciar a otros jóvenes sobre el
problema de las armas y la energía nuclear.
Unos pasajeros muy especiales
La mayoría de los pasajeros del Barco de la Paz son japoneses, generalmente
estudiantes o personas mayores, ya que son estos los rangos de edad que pueden
permitirse un viaje de 85 días de duración a través de una veintena de países
distintos. De entre los 800 ocupantes que han desembarcado en Barcelona llama
especialmente la atención un joven americano. Es Ari Beser, nieto del
lugarteniente Jacob Beser, el único estadounidense que estuvo dentro de los
dos aviones que lanzaron las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki.
A los 25 años, Ari es un convencido activista por la paz, sumergido con
pasión en la tarea de escribir su propio libro sobre lo sucedido, de honrar a
los hibakusha. Tal vez en su caso, las palabras sean la única forma de
reconciliarle con su pasado. “En 2011 viajé a Japón y tuve la oportunidad de
conocer a un sobrino de Sadako, había leído su libro de pequeño y jamás pensé
que lo conocería a él o a su hermano. Cuando supo mi historia me propuso
colaborar juntos y me regaló una de las últimas grullas que hizo Sadako. Me
parecieron gente extraordinaria y muy inspiradora y me dieron fuerzas para
seguir adelante”, cuenta el joven, que también ha podido conocer en persona al
nieto del presidente Harry Truman, Daniel Cliffton. “Los tres, el nieto de
Truman, el sobrino de Sadako y yo, fuimos juntos a Hiroshima y estuvimos allí
el 6 de agosto visitando el Memorial. Juntos hemos llegado a la conclusión de
la importancia de transmitir todo lo que nos ha pasado”.
Ari volverá a compartir espacio con el nieto de Truman en
las próximas semanas, pues está previsto que éste se sume al pasaje del barco.
Su ejemplo, junto con el de los hibakushas, refuerzan el trabajo de esta
comunidad flotante por la paz de más de 35.000 toneladas de peso. Son ellos
quienes provocan, como dice Mioko Tokika, que "prácticamente todo el que
sube al Barco de la Paz se baje transformado de alguna manera".
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