El viernes se estrenó la película Inch’ Allah,
una cinta valiente en la que su directora Anaïs Barbeau-Lavalette pone
el foco sobre la realidad árabe de los Territorios Ocupados palestinos. Su
mirada trata de hacer un retrato veraz de las razones morales que se
esconden tras la violencia generada por la opresión israelí. Sin lugar a
dudas, levantará ampollas.
CARLOS PÉREZ CRUZ 10-6-2013 eldiario.es
Dice Anaïs Barbeau-Lavalette que “el mundo árabe se describe a menudo
de forma muy superficial, como una cultura monolítica. Los árabes nos asustan”. Cuánta
razón tiene y qué importante es mostrar sus mundos sin caer en tentaciones
paternalistas ni en estereotipos deformadores. Pero la barrera que los medios y
el ocio más frívolo han creado es quizá más alta que el muro con el que Israel
construye la cárcel palestina en Gaza y Cisjordania. Si los rusos hablaban como
Tarzán en el doblaje de las películas USAmericanas con trasfondo de la Guerra
Fría, los árabes no sólo hablan de forma incomprensible sino que parecen
sacados directamente del Medievo. Y desde el 11-S, terroristas por naturaleza.
Desconozco cómo serán los árabes en otras regiones
del mundo, pero conozco algo de cómo son los que viven en Territorios Ocupados.
En general, son personas. Incluso te invitan a té. Y sí, fanáticos del fútbol,
tal y como muestra Barbeau-Lavalette en una de las escenas más conmovedoras de Inch’
Allah. Personas, con sus bondades y sus miserias, con sus aspiraciones y
sus decepciones. Hace falta, casi tanto como el aire, que los artistas
occidentales (ni qué decir tiene, los medios de comunicación) compensen el daño
hecho, tanta simplificación simiesca de quienes ni siquiera nos hemos
preocupado por conocer ni estrechar la mano: “No les entendemos y tampoco nos
esforzamos en hacerlo”, reflexiona la directora de Quebec.
Inch’ Allah dibuja el descenso a los infiernos emocionales de Chloe, médico cooperante
en Palestina con base de residencia en Israel. “Con el tiempo, el personaje de
Chloe se convierte en un campo de batalla, la guerra la devora. Quería expresar
que no puede permanecer como una simple testigo. En un marco como ese, todas
las protecciones se derrumban”, dice Barbeau-Lavalatte. La vivencia sobre el
terreno de la devastadora realidad cotidiana derrumba, en efecto, las defensas
de Chloe, cuya deriva final me ahorraré en este texto para no desvelárselo a
posibles espectadores. Sin embargo, con todo el interés que tiene su personaje,
omnipresente y zarandeado como un muñeco de trapo en un conflicto que en origen
no fue suyo, lo interesante de la película está en el trasfondo, en el marco en
el que se desarrolla y en qué y en cómo lo cuenta.
La película abre y cierra con una inmolación en
Jerusalén. “Atentado” palestino. Elipsis que sirve a la cineasta para
desarrollar, entre estallido y estallido, la teoría por la cual, “aunque sin
justificar sus decisiones, he querido poner cara a un acto inhumano. Es
inquietante, pero creo que puede contribuir al proceso de construcción de la
paz y de apertura hacia el otro. Al menos, eso espero”. Y sí, no resulta difícil
llegar a comprender las razones por las que ese “atentado” (las comillas que a
muchos indignarán, las sustenta la historia de la “cara” de ese “acto
inhumano”) tiene lugar, con todas sus terribles consecuencias. En ese sentido
Barbeau-Lavalette es ciertamente valiente. Pocas veces se ha visto en el cine
de ficción un retrato tan veraz de las razones que dan sustento ideológico (y
sobre todo humano) a la violencia generada por la opresión como el que ella
propone en su película. Máxime teniendo en cuenta que su narrativa se enfrenta
a la de la todopoderosa Israel.
La película da muestra de la degradación y
humillación de los checkpoints, del asfixiante muro de ‘apartheid’, de
las consecuencias fatales que para una mujer en parto puede tener la
arbitrariedad con la que los imberbes militares israelíes pueden decidir sobre
su paso o no a un hospital (una de las cotidianidades más nefastas y menos
conocidas de la esquizofrénica situación en la zona), de la tierra de la que un
día se fue expulsado, de la imposibilidad de libertad de movimientos, de la
impunidad del agresor que asesina y de un largo etcétera de pequeños detalles
asociados que Barbeau-Lavalette retrata con nervio y acierto. Claro que todo
ello tiene un ‘pero’ de advertencia al espectador neófito o apenas informado.
Los sucesos discurren en el contexto de una tensión máxima motivada por el
ataque palestino a un poblado de colonos israelíes en Territorios Ocupados, que
deja dos heridos de gravedad (léanse con atención las palabras anteriores:
poblado de colonos israelíes en Territorios Ocupados). Lo cual no deja de
resultar desconcertante, dado que, además de ser casi imposible acceder a
ellos, la cotidianidad es la inversa: colonos atacando a palestinos en Territorios
Ocupados (¿dónde guardarán todos los olivos que arrancan?). Las estadísticas
dicen que cada semana se producen ocho ataques de colonos a palestinos y sólo
uno a la inversa, y los últimos tienen lugar en la periferia de
los asentamientos, cuya área de seguridad es una de las razones de la ruptura
de la continuidad territorial de Palestina. De esta forma, ese espectador
neutro podría deducir que el bélico control militar que muestra la película
corresponde a la tensión puntual del momento que describe. Y no, es cotidiano.
No sólo por la actividad de los checkpoints, también por las incursiones
nocturnas en poblaciones palestinas con la detención arbitraria de hombres y
niños. Con o sin violencia, el día a día.
Dado que la teoría que maneja
Barbeau-Lavalette es la comprensión de los motivos que llevan a cometer el
“acto inhumano” de la inmolación, la película se aleja en cierto modo del
tiempo presente, en el que, por fortuna, nadie se inmola en Palestina. Buen
momento, por tanto, para tratar de entender el “acto humano” de la resignación
de los árabes en Cisjordania (Gaza es un mundo aparte). Y sobre todo, para
entender aquello en lo que casi nadie se ha atrevido a contar o indagar:
Israel. ¿Por qué Israel es como es? ¿Por qué su juventud acepta vivir armada y
participar de un checkpoint aunque lo “odie” (como la amiga israelí de
Chloe)? ¿Qué les lleva a justificarse con un “yo no lo he elegido”? ¿Qué tiene
de democrático el país que se autoproclama la única democracia de la región?
Israel no sólo es la fiesta nocturna de Tel Aviv ni los cafés al sol de
Jerusalén. Es un país cuya deriva y alucinatoria psicología harían bien en
retratar artistas y periodistas. ¿Podríamos llegar a entender sus “actos
inhumanos”?
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