Hace justo diez años una embarcación neumática naufragó en el corazón de la
Bahía de Cádiz y dejó 37 personas fallecidas en sus aguas y sus playas. Era la
primera vez que la sociedad gaditana se enfrentaba con tanta crudeza a la
tragedia de la inmigración.
El dispositivo de seguridad fue un desastre sin
precedentes, aunque nadie asumió jamás ninguna responsabilidad.
Éstas son
historias de aquellos días y aquellos personajes.
Jorge Garret 25/10/2013 – eldiario.es
No había barcos de Salvamento disponibles ni ayuda de la Guardia Civil ni
auxilio de la Base de Rota. Así que aquella barca neumática con 53 personas a
bordo se adentró hasta el mismo saco de la Bahía de Cádiz en una tarde infausta
de octubre y zozobró a apenas 200 metros de la costa. Unos pocos llegaron a
tierra, pero la mar se tragó a la mayor parte de aquellos hombres y mujeres, y
durante días escupió sus cadáveres descompuestos a las playas de Rota y El
Puerto, entre familias, bañistas y paseantes. El caso de la patera de Rota, que
cumple hoy su décimo aniversario, llevó por primera vez hasta la misma puerta
de casa de los gaditanos y de los españoles la tragedia de la inmigración
clandestina. Fue la primera vez en la que no se pudo mirar hacia otro lado.
Los dos fotógrafos.
(I) Un guardia civil apura un cigarrillo con la vista fija
en el puerto pesquero de Rota. Aguarda a que su radio emita alguna noticia
sobre el naufragio de una patera con medio centenar de personas a bordo en la víspera.
El mar se tragó la embarcación en la Bahía de Cádiz pero sólo ha devuelto
restos de goma. Y el agente, un guardia civil "de los antiguos", sólo
espera lo inevitable. "En el Estrecho de Gibraltar los cadáveres se
pierden, pero aquí estos van a aparecer todos, uno a uno. Tú escúchame:
todos". Le escucha un hombre menudo de 40 años, el fotógrafo portuense
Fito Carreto, que siente un frío metálico en el interior. El recuerdo de
aquella advertencia no se borrará ni diez años después.
(II) Un coche fúnebre ha llegado al escenario antes que el
grupo de periodistas que rastrea la noticia. Está aparcado en un paraje costero
dentro de la Base Naval de Rota. El día es gris y sopla el mismo levante
incómodo de la jornada previa, el viento que cabrea a las aguas de la Bahía. En
una zona de rocas de difícil acceso, allá abajo, flotan restos de hombres o de
mujeres. Restos hinchados, descoloridos, desmembrados e irreconocibles de los
africanos ahogados al naufragar su patera. Fito Carreto, que un día quiso ser
reportero de guerra como lo quieren ser todos los jóvenes reporteros, se
encuentra en aquella cala lo más parecido a un campo de batalla que ha visto en
su vida, pero "sin tiros ni balas". La muerte. Vuelve a casa con su
familia pero no come. Unas horas más tarde, borra de su cámara toda aquella
serie de fotografías. Ya sólo las guardaría en su cabeza.
(III) El mar de la Bahía, como un monstruo titánico, escupe
cadáveres a las playas durante días. A Las Redes, a Vistahermosa, a las playas
en las que se bañan las familias de El Puerto de Santa María. Junto a Fito
Carreto está Jaro Muñoz, fotógrafo de la agencia EFE y El País. Ambos iban a
mostrar a la opinión pública qué había ocurrido. Jaro baja a la arena y se
queda bloqueado ante aquella "macabra performance" en la que hay
cuerpos blanquecinos esparcidos por el suelo, hombres de piel negra que han
perdido completamente su pigmentación junto a otras personas que hacen deporte
en la orilla e incluso un tipo que hace windsurf. Quizás, como Jaro, pensaron
que "aquello era otra cosa". Fito fotografía a un cadáver con los
brazos extendidos que ha formado una cruz sobre la arena. Jaro dispara
intentando disimular un poco el estado de aquellos cuerpos y aquellas caras que
ya no existen.
(IV) "Cuando el trabajo estuvo hecho fue cuando todo
aquello que vi se hizo real y desde entonces no lo olvido. Personas que
buscaban una vida mejor esparcidas en una playa donde la gente corría",
escribirá Jaro.
El marinero de cubierta.
(I) La Salvamar Gadir está en varadero en labores de
mantenimiento. Sólo está al sol una semana cada año y es justo ésta. En Puerto
América, junto al puerto deportivo de Cádiz, el marinero de cubierta Manuel
Martín Luna, de 37 años, y sus compañeros de tripulación se afanan en las
reparaciones de la embarcación durante toda la jornada. Mientras pintan fondos,
revisan equipos y arreglan tuberas son completamente ajenos a lo que ocurre en
la torre de control de Salvamento a partir de las siete de la tarde de ese 25
de octubre. El carguero Focs Tenerife ha informado del avistamiento de
una patera a unos seis kilómetros al noroeste de la Bahía. El patrón de la
misma ha rechazado el ofrecimiento de auxilio y ha continuado su ruta hacia el
norte con medio centenar de personas a su cargo.
Salvamento llama a la Guardia Civil, que no dispone de barcos. Antes ha
contactado con sus efectivos más cercanos: un helicóptero y otra embarcación de
rescate, que están a 100 kilómetros al oeste de Tánger y tardarán en llegar. El
descontrol es total durante una hora. El carguero Sagarzos, de una
empresa privada, acaba haciéndose a la mar 52 minutos después de la primera señal
de alarma para no encontrar nada. Se ha retrasado porque ni Autoridad Portuaria
ni Capitanía Marítima se ponen de acuerdo en qué agentes de seguridad deben
acompañar a los tripulantes de la Sagarzos. ¿Agentes de seguridad para
una misión de salvamento? Y mientras tanto, Manuel Martín Luna realiza labores
de mantenimiento en la Gadir, la única salvamar destinada en la Bahía de
Cádiz.
(II) Dos días después del naufragio del 25 de octubre de
2003, la Gadir está en el agua buscando cadáveres en una Bahía dividida
en calles imaginarias de 50 o 60 metros. Se buscan objetos flotantes a ojo, no
hay calor que rastrear. La salvamar despliega su red diseñada de forma específica
para recoger cuerpos. En ese día y en los sucesivos se hallarían 37 cadáveres
flotando en el mar o en las playas de Rota y El Puerto.
(III) Manuel Martín Luna, hoy patrón de la Salvamar Suhail,
todo un experto en auxiliar a pateras en alta mar, recuerda al teléfono que
todo el mundo desconocía la magnitud de lo que estaba pasando aquella tarde
ventosa de octubre en Rota, que cada vez que aparecía un muerto el horror se
incrementaba. "Quizás si hubiera ocurrido dos días después nosotros podríamos
haber estado allí, quizás no hubiésemos podido salvar a esas personas, pero
quizás sí". Los medios de salvamento se han reforzado de forma
sobresaliente, admite. Hay embarcaciones de Salvamento con base en Cádiz, en
Barbate, en Tarifa y en Ceuta. Cuando una de ellas entra en varadero, sólo una
semana al año, hay unidades polivalentes que se encargan de cubrir su guardia.
La vecina de El Puerto.
(I) Hansala no existe. Es un no lugar perdido entre las
montañas del Atlas Medio marroquí. Para llegar hasta allí, los portuenses
Violeta Cuesta y Rafael Quirós y varios acompañantes preguntan a un contacto en
la ciudad más próxima, Beni-Mellal, un tipo que les remite a un taxista que
conduce durante unas horas desde la ciudad por carreteras desiertas y que se
detiene al pie de una pista forestal. Hay que ascenderla caminando, ladera
arriba, hasta que un anciano bereber que trabaja con un arado romano confirma,
con gestos, que esa aldea es Hansala. De allí partieron hace sólo unos meses
once personas, hombres, mujeres, mayores y jóvenes, hacia el norte para cruzar
el Estrecho de Gibraltar y llegar a Europa. Huir de la miseria total y del
abandono, saltar hacia la prosperidad a razón de 1.500 euros el pasaje
clandestino, los ahorros de media vida africana. Pero aquella patera se desvió
en una mala noche de levante hasta las aguas de la Bahía de Cádiz y todos los
vecinos de Hansala se ahogaron a unos metros de tierra, tan solos como cuando
iniciaron su periplo. Fito Carreto y Jaro Muñoz quizás fotografiaron a algunos
de aquellos hombres de Hansala, blancos como bacalaos sin piel, tendidos sobre
la arena.
(II) La maestra de Infantil Violeta Cuesta, madre de una
hija, cree que no es suficiente con lanzar al mar algunas flores y algunas lágrimas,
que es lo que se hizo en aquel homenaje improvisado en la playa de El Buzo unas
semanas después del naufragio de la patera de Rota. Ha llegado hasta uno de los
orígenes de todo: está en Hansala. Incluso ha conseguido conocer a los padres,
esposas e hijos de aquellos desgraciados. Les pregunta qué puede hacer por
ellos. No es un comunicado de prensa ni una declaración ante micrófonos. Ella
está allí y les pregunta mirándoles a los ojos. Y ellos le responden que lo único
que quieren es poder velar los cuerpos de sus familiares. La mayoría retornará
a su tierra.
(III) Hoy, diez años después del primer viaje a Hansala,
Violeta, Rafael y las más de 200 personas implicadas de alguna forma en el
proyecto de Solidaridad Directa han finalizado su labor en el pueblo, que se ha
convertido en un referente para el desarrollo en el norte de África. Hay un
dispensario médico y una ambulancia, acequias para los regadíos, un depósito de
agua, un puente y algunas carreteras transitables; en las casas hay cocinas y
placas solares; también hay un sustento para cada familia, una vaca, un pequeño
huerto, o una tienda. Un sustento. "Cada proyecto ha sido un compromiso
personal. El que lo proponía, se encargaba de cómo financiarlo y gestionarlo, y
se encargaba de implicar a la población local en sus objetivos. Buscamos la
autonomía de estas gentes, no darles caridad", relata Cuesta. En Hansala
ya no hay inmigración clandestina.
El Guardia Civil.
(I) El teléfono de Juan Antonio Delgado, secretario
provincial de la Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC), no para de
sonar durante la jornada del naufragio de Rota, tanto como lo hará en las
sucesivas. Compañeros del Cuerpo y de otros organismos le llaman para relatarle
las condiciones del suceso y el desastre del dispositivo de seguridad puesto en
marcha por la Guardia Civil y la Sociedad Estatal de Salvamento Marítimo
(Sasemar). También le llaman los medios de comunicación cuando las imágenes de
los muertos descompuestos en las playas dieron la vuelta al mundo. Saben que
Juan Antonio Delgado no tiene miedo a represalias y ofrece información veraz
sobre una Institución opaca, de disciplina militar. Delgado declara públicamente
que los protocolos han fallado todos, en cadena, y que la catástrofe se podía
haber evitado de no ser por la precariedad de los medios disponibles. La
Guardia Civil tenía sus dos embarcaciones estropeadas, por lo que no pudo
atender la llamada de Salvamento Marítimo, que a su vez tenía a los tripulantes
de su Salvamar Gadir haciendo labores de mantenimiento en varadero. Además,
los dos agentes del retén del Servicio Marítimo de la Benemérita habían
recibido la orden de patrullar aquel 25 de octubre a 40 kilómetros de la mar,
en la comarca de la Sierra.
(II) El Guardia Civil que denunció públicamente el desastre
del dispositivo de seguridad en el caso de la patera de Rota respira tras
recibir de Madrid la notificación del archivo del expediente que le había sido
interpuesto por falta muy grave. Sus mandos censuraban aquellas
"manifestaciones contrarias a la disciplina o aseveraciones contrarias a
la verdad", pero el informe sobre el caso demuestra que no dijo una sola
mentira. Es septiembre de 2004, ha transcurrido casi un año del suceso.
Movimientos políticos han evitado que Juan Antonio Delgado se convierta en la única
persona sancionada por este caso.
(III) El hoy portavoz nacional de la AUGC, Juan
Antonio Delgado, recuerda que nunca nadie ha asumido ningún tipo de
responsabilidad por el dispositivo fracasado en el caso de las 37 muertes de
Rota. Un fallo judicial de la Audiencia Provincial de Cádiz señaló meses después
del suceso la imposibilidad de entrar a juzgar "materias colaterales
aunque no insignificantes" sobre las "cuestionadas responsabilidades
públicas o privadas" por la forma en la que se atendió aquella llamada de
socorro previa al desastre. El caso se dejó pasar, sin rumbo alguno, como un
cadáver a merced de la corriente.
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