Los casos de maltrato entre adolescentes crecen un 30% en
un año
Las relaciones perpetúan patrones sexistas. “Creía que la
violencia de género era solo cosa de adultos”
“¿Si me acuerdo de la primera vez?”. Cristina entorna los ojos. Aún medio
cerrados siguen siendo grandes, marrones y brillantes. “No sé... Empezó poco a
poco. Tirones de pelo alguna vez, empujones... Una tarde que estábamos en un
parque se enfadó y empezó a pegarme puñetazos en los brazos y en la tripa.
Luego se puso a llorar. Me asusté tanto... Y me sentí tan mal por verle así
que...”, relata. El día de esa agresión Cristina, que hoy acaba de cumplir la
mayoría de edad, tenía 15 años y llevaba seis meses saliendo con ese chico, de
16. Cuenta que al principio todo era “mágico”. Que el resto del mundo no
existía para ellos. Pero gesto a gesto él la absorbió. Y la anuló mucho antes
de levantarle la mano. Poco después, en una fiesta, una amiga vio como él le
agarraba del pelo y le gritaba. “Estaba histérico y mi amiga se asustó. Me dijo
que el tío era un bestia y que tenía que dejarle. En verdad no era nada
comparado con otras veces y algo le conté; pero nunca hablamos de maltrato.
Para mí, lo mío era otra cosa. Violencia de género es lo que les pasa a las
mujeres mayores, casadas, adultas. Así pensaba yo”, dice con una sonrisa
cansada.
Le costó entender que no. Que había muchas historias similares a la suya.
En un año, de 2011 a 2012, los procesos judiciales por violencia machista en
adolescentes se han incrementado un 30%. Han pasado de 473 a 632, según la
Memoria de la Fiscalía General del Estado de 2013. Son los primeros datos
claros y tangibles de este delito en menores —antes de esas fechas se recogían
como violencia intrafamiliar—. Aunque los expertos avisan de que la cifra es
solo una migaja de realidad, la que llega a los tribunales. Muchas familias no
denuncian lo que les ocurre a las chicas. Otras no llegan a identificar la
situación de maltrato.
Como A., de 14 años, que hace diez días fue asesinada a puñaladas por su
exnovio, de 18 años, en su casa de Tàrrega (Cataluña). Ni la adolescente ni su
familia habían denunciado al joven que terminó con su vida. La chica, que había
roto con él hacía dos semanas, es la víctima mortal más joven de la violencia
de género de este año, en el que los asesinos machistas han segado la vida de
39 mujeres. Desde que se empezaron a contabilizar las víctimas mortales del
sexismo, en 2004, se han registrado dos casos en menores. El de A. y el de Almudena, que
murió hace justo un año en El Salobral (Albacete) asesinada a tiros
por el hombre de 40 con el que mantuvo una relación.
Son dos muestras extremas. Pero psicólogos, educadores y juristas resaltan
que se están detectando, y produciendo, comportamientos y agresiones machistas
a edades cada vez más tempranas. “En los jóvenes se reproducen roles que
creíamos superados. Patrones en los que el chico es el dominante y ejerce esa
dominación a través del control, y la chica adopta una actitud sumisa o
complaciente”, describe Susana Martínez, presidenta de la Comisión de Estudio
de Malos Tratos a Mujeres. Muchas de esas relaciones siguen basándose en el
esquema tradicional del amor romántico en el que el hombre es fuerte y la mujer
débil, dependiente, necesitada de protección. “Como en el cuento de la princesa
que necesita que el príncipe la salve. Esas pautas, llevadas al extremo, pueden derivar
en conductas violentas; pero aunque no lleguen a ello, esas
relaciones están impidiendo que las chicas se desarrollen como agentes activos
de la sociedad”, apunta Ana Bella Hernández, que preside una fundación de
mujeres supervivientes a la violencia de género que lleva su nombre.
Alicia se adentró en ese cuento de princesas cuando tenía 14 años y empezó
a salir con su primer novio, de 16. Recuerda que se sentía enamorada hasta el
tuétano y que, aunque casi desde el principio él tenía enormes arrebatos de
celos no lo vio mal. “Me sentía incluso halagada. Lo tomaba como si fuera mi
caballero andante que estaba celoso porque me quería mucho”, cuenta. Esta joven
rubia, de ojos ambarinos y gesto risueño prefiere no dar su nombre real. Cuenta
que por aquel entonces su vida era él. Se escapaba de casa para verle, faltaba
a clase. Con las semanas y los meses esos arrebatos de celos que acababan en
discusiones e insultos dieron paso a los empujones, los escupitajos. También a
la violencia sexual, muchas veces invisible en las estadísticas o en los
estudios.
Estuvieron juntos hasta que ella cumplió 19. Ahora tiene 24. “Los episodios
de violencia se sucedían. Pero ocurría, él me pedía perdón y yo le
disculpaba... Incluso me llegaba a sentir culpable por haberle provocado, por
haber hecho que se alterara de esa forma... Yo le amaba... O al menos eso
creía”, cuenta Alicia. Una noche, a la salida de una discoteca, él le dio una
paliza. La emprendió a patadas con la chica, le rompió una pierna y le provocó
una lesión en el cuello. “Una amiga me llevó al hospital, me escayolaron y me
tuvieron que poner un collarín”, relata. Cuando llegó a casa y le contó a su
madre la verdad, la mujer sufrió una conmoción. No sabía nada.
La espiral de violencia había ido devorando a Alicia, poco a poco, sin que
se diera cuenta. El entorno social y los propios jóvenes aún justifican
determinadas actitudes sexistas. Como que los celos son una expresión del amor.
Una afirmación con la que están de acuerdo el 33,5% de los chicos y el 29,3% de
las menores. O que para tener una buena relación de pareja es deseable que la
mujer evite llevar la contraria al hombre, como piensan el 12,2% de ellos y el
5,8% de ellas, según un estudio de 2010 sobre violencia de género en
adolescentes encargado por el anterior Gobierno socialista.
Ese documento, elaborado por investigadores de la Universidad Complutense
se podrá comparar con el estudio que publicará en las próximas semanas el
Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. El nuevo informe, que se
basa en las conclusiones de las entrevistas a 8.000 jóvenes, y que aún está en
proceso de análisis, confirma que los adolescentes inician las relaciones
sentimentales cada vez antes —la edad media está en 13 años— y que son muy
permeables a los estereotipos machistas que ven en casa, pero también a través
del cine, la televisión, la música, la literatura...
Esos noviazgos tempranos no tienen por qué ser nocivos, explica Virginia
Sánchez, profesora de Psicología Evolutiva de la Universidad de Sevilla.
Tampoco conducir a situaciones violentas. Es positivo que los menores amplíen
sus relaciones afectivas a través de esos vínculos, cree. Siempre y cuando la
relación sea equilibrada en edad y basada en el respeto. Sin embargo, reconoce
Sánchez, las relaciones
entre los menores son cada vez más agresivas. “Hay mucha violencia
verbal mutua que, si no se ataja, puede derivar en comportamientos más graves
cuando se establecen los patrones de dominio y sumisión”, abunda. Porque esos
patrones son importantes en una etapa en la que los menores están aprendiendo a
resolver los conflictos.
Expertos como Sánchez y psicólogas como Olga Barroso, de la Fundación Luz
Casanova —que tiene un programa para adolescentes que han sufrido violencia de
género— remarcan que las nuevas tecnologías facilitan el contacto entre los
menores pero también se emplean como mecanismos de control. “El WhatsApp, los
mensajes, las redes sociales se usan para saber en todo momento dónde está el
otro y su actitud. Después, cuando la relación se rompe también se emplean como
instrumento de acoso”, destaca la presidenta de la Comisión de Estudio de Malos
Tratos, que insiste en que bien usadas, esas herramientas pueden ser positivas.
Barroso explica que a esa edad los menores tienen aún difusa la idea de lo
que es control y lo que es interés o preocupación. “La línea es fina y las
situaciones muy sutiles. Por ejemplo, ¿es normal si tu novio te pide que le
llames desde el teléfono fijo de tu casa para saber que has llegado bien y
quedarse tranquilo? ¿O si te dice que le mandes un localizador cada vez que
sales para ver donde estás o te pide que le enseñes el móvil para ver con quien
te escribes?”, dice.
Para ellos eso son “pruebas de amor”, dice la educadora Nieves Salobral. Y,
actualmente, el máximo de esos gestos es dar al otro la contraseña de acceso al
correo electrónico, las redes sociales. Ceder la intimidad. Y eso es símbolo de
amor. Porque, como explica Ana, una de las chicas asistida por Barroso, aman a
su pareja. “Quizá sepas que no está bien, que los insultos o las agresiones no
son lo correcto pero es tu novio, le justificas y no quieres verle mal. Solo
deseas ayudarle para que deje de ocurrir...”, dice.
Pero sigue ocurriendo. Y muchas menores, como al principio hizo Cris, se
niegan a cortar con la relación, y la mantienen a pesar de la oposición de sus
amigos o familias. María B. cuenta con un hilo de voz que ha detectado que su hija,
Gema, sigue en contacto con el chico con el que salía hasta hace unos meses. La
chica, de 16 años, recibe ayuda psicológica desde que su familia detectó que
sufría malos tratos por parte de su novio, el chico que hasta entonces les
parecía modélico y con el que estaba desde los 14. “Al principio, cuando
empezaron a salir me pareció hasta bien. El chico era muy educado, yo conocía a
los padres...”, recuerda. Sin embargo, cuenta que llevaba un tiempo algo
escamada porque percibía que Gema había dejado de salir con sus amigas, que
discutía mucho con su novio. “Casi siempre por celos de él, aunque luego
siempre lo arreglaban”, explica. Una noche, en plenas fiestas del pueblo, notó
al llegar a casa que Gema tenía sangre en la ropa. Estaba muy nerviosa. Parecía
que había discutido con el chico y que él se había ido. “Yo sabía que algo
había pasado pero mi hija solo me repetía que había que localizarle, que tenía
miedo de que le hubiera pasado algo”. Le llamó al móvil. Le preguntó y el
adolescente reconoció que había pegado a Gema.
El mundo de María se derrumbó. No sabía qué hacer ni a quién recurrir.
Habló con los padres del chico y buscó ayuda para su hija. “No lo denuncié
porque los dos son menores y la familia de él se ha involucrado, pero llegué a
plantearme si estaba exagerando. Si no sería solo cosa de chiquillos... Pero
no. Y me alegró de haber actuado”, dice. A pesar de todo, admite entre sollozos
que se siente culpable por no haberlo sabido antes. Por haber acogido al chico
en su casa. Por no haber advertido más a su hija la primera vez que ella le
mencionó el asunto de los celos.
Gema está ahora recibiendo el tratamiento que a Laura (nombre supuesto) le
costó años solicitar. Ayuda y apoyo sin los cuales, aunque la relación de
violencia haya acabado, la pauta puede repetirse con otras parejas. Laura
sufrió malos tratos por parte de su novio a los 15 años, pero hasta los 20 no
fue consciente del lastre que acarreaba. Una mochila de sumisión que, sin
llegar a las agresiones, la llevaba a escoger a chicos autoritarios y
dominantes. También la situación que vivía en casa, donde también sufría
abusos, jugó un importante papel. “Eso me empujó a los brazos de ese chico que
yo veía como mi protector. Al principio me sentía genial, después...”, cuenta.
Después, siguiendo el patrón de la mayoría de casos de violencia de género,
llegaron los golpes.
En el caso de Laura fueron los padres de él quienes abrieron los ojos. “Un
día que había consumido droga me pegó delante de ellos. Se montó una pelea tan
tremenda que él llegó a pegar a sus padres”, relata Laura. La chica les contó
entonces lo que ocurría y ellos la animaron a denunciar. No lo hizo por miedo a
su propia familia. Sin embargo, los padres del chico sí le denunciaron por
agresión hacia ellos. Y eso destapó que el joven tenía otras causas pendientes
de robo con violencia. Fue condenado a dos años de cárcel. Laura no le volvió a
ver. Ahora se dedica a la formación de profesionales sanitarios. Además, como
Alicia, aún acude a los grupos de terapia para jóvenes, a las que explica su
historia. “A esa edad no te identificas como víctima de maltrato”, dice Alicia.
Y si lo haces, cree Ana, cuesta dar el paso y contarlo: “No quieres que a él le
pase nada y tampoco quieres que tu familia sufra. Es complicado”.
Eso fue lo que le ocurrió a ella, hasta que él la agredió
en plena calle. Insiste en que tenía toda la información, la ayuda y la
confianza de sus padres. Alicia y Laura, sin embargo, creen que su historia sí
se hubiera evitado con prevención. Una opinión similar a la de los expertos,
que alertan de que falta educación afectiva y en igualdad en los colegios.
También más implicación social de las familias. En definitiva, conocimiento
para derribar los comportamientos y actitudes sexistas que se perpetúan en el
siglo XXI, para desechar la idea de que los celos son el no va más del amor.
Para aprender a identificar esos primeros signos que conducen a la espiral de
la violencia machista.
Sin principes azules, por favor
Bella, de la saga Crepúsculo, dio hasta su
vida por amor y dejó de ser humana por su Edward, un vampiro. Aurora, la bella
durmiente de Disney, se salvó del sueño eterno con un beso de amor del príncipe
azul. Su salvador. “Hay muchos esquemas de dominación y sumisión por derribar.
Mitos del amor romántico que ofrecen a los jóvenes la idea de que hay que darlo
todo por la otra persona. Eso les lleva a inmolarse y ceder ante la
subjetividad del otro”, explica la educadora Nieves Salobral. Da talleres en
institutos de Madrid en los que analiza películas y canciones para identificar
estereotipos sexistas.
Salobral cuenta que los menores, aunque se saben la
teoría y conocen el fenómeno de la violencia de género, suelen identificarla
solo cuando es física. Para atajar el problema, dicen los expertos, la
prevención es clave. Inmaculada Montalbán, presidenta del Observatorio de
Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial, insiste en que solo
a través de la educación de los más jóvenes se puede interrumpir la asunción de
comportamientos machistas y romper la cadena de violencia.
Jesús Casas, subdirector del Instituto de la Mujer,
asegura que el Gobierno avanza hacia ese modelo. “Es fundamental la educación
en igualdad de toda la sociedad, pero más de las personas que aún se están formando”,
dice. Y en esa línea va el programa Plurales —iniciado recientemente—, que
busca analizar los comportamientos de la comunidad educativa para destacar e
implantar un catálogo de buenas prácticas. También, enumera, el Gobierno ha
aprobado un nuevo título superior, el de técnico Superior en Promoción de
Igualdad de Género. Elementos positivos para Montalbán que, sin embargo, se
muestra preocupada por la desaparición, con la ley Wert, de Educación par la
Ciudadanía, asignatura en la que estos valores tenían un peso específico.
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