Al menos 2.500 personas han sufrido los ataques de las minas antipersonas
colocadas en los alrededores del muro de 2.700 kilómetros que separa los
territorios ocupados por Marruecos de los liberados.
Diversos colectivos realizan acciones para llamar la atención sobre esta
problemática, mientras que el trabajo de desactivar los artefactos corre a
cargo de organizaciones independientes.
Gabriela Sánchez- Tindouf (Argelia) 12/10/2013 – eldiario.es
Aquel artefacto era diferente. Daha había desenterrado otros muchos a lo
largo del mes y medio de voluntariado en la zona de Tifariti, pero este no era
como los anteriores. "Salía líquido de su interior. Sabía que no estaba
seguro, aunque tardé en lanzarlo para atrás". El tiempo, su consciencia y
su memoria se frenaron por unos segundos. Y despertó: estaba de pie al lado de
un arbol, su mano sangraba. Después de años de trabajo junto a las víctimas
mutiladas por minas antipersonas, le habían convertido en una de ellas.
Daha Bulahe es una de las 2.500 personas que, según la Organización Acción
contra la Violencia Armada, han sufrido los ataques de los millones de minas
antipersonas desperdigadas en los alrededores del segundo muro más grande del
mundo. "Solo sé que la lancé antes de su explosión. Si no, las heridas
hubiesen alcanzado el resto de mi cuerpo", relata en una conversación
mantenida con eldiario.es frente a una de las jaimas de sensibilización
levantadas con motivo del Festival de Cine del Sáhara (FiSahara).
Además de trabajar como administrativo en el centro para heridos de guerra
Mártir El Sheriff de Rabuni, Daha participaba en un grupo de voluntarios de los
campamentos formados para desactivar estos pequeños asesinos materiales de
saharauis. Aquel día perdió todos los dedos de su mano derecha. "El coche
se averió por el camino y tardamos tres días en llegar al Hospital de Argel.
Perdí mucha sangre".
En sus cinco meses de ingreso las complicaciones se acumulaban en su cuerpo
y en su mente. "Al principio no quería relacionarme con gente, tenía mucho
miedo. Pensé que no podría trabajar más, me daba vergüenza. Pensé muchas cosas
que en realidad no eran", dice Daha. Con el tiempo le ofrecieron un empleo
y se dedicó por completo a la lucha contra las bombas escondidas en el
desierto. Hoy trabaja en la Asociación Saharaui de las Víctimas de Minas
Antipersonas (ASAVIM).
Tiene 53 años, pero sus cinco décadas han dado para demasiado. Su
estropeado rostro lo desvela. Nació en El Aiún. "En El Aiúnn, El Aiún. En
el de verdad, en el nuestro, en el Sáhara Occidental", se apresura a
matizar, como suelen hacerlo muchos saharauis cuando hablan de las ciudades
cuyo nombre coincide con el de alguno de los campamentos de refugiados situados
en el desierto argelino. Aquellas ciudades que no pisan desde hace casi
cuarenta años.
Tenía 15 años cuando empezó a luchar con el ejército del Frente Polisario
contra la ocupación marroquí. "Vi muchas cosas que nunca hubiese querido
ver", rememora Daha, mientras trata de olvidar. "Todo cambió de
manera radical. Mi familia y yo vivíamos en el Sáhara Occidental de forma
acomodada pero con la llegada de los marroquíes se acabó todo", explica
Daha quien en la actualidad vive en el campo de refugiados de Auserd (Tindouf,
Argelia). En Auserd, Auserd, no. En el de "mentira". A la espera del
referéndum de autodeterminación prometido por la ONU en 1991.
Hoy en día varias organizaciones trabajan en la desactivación de las minas,
entre ellas la Acción contra la Violencia Armada que desde 2006 identifica los
campos de minas que representan un peligro potencial para el pueblo saharaui,
proceden a su eliminación gracias a equipos especializados sobre el terreno y
aportan formación sobre la remoción de los artefactos.
Daha Bulahe arriesgó su vida en 1994 por intentar despejar de minas los
alrededores del muro de 2.700 kilómetros que separa los territorios ocupados
por Marruecos de los liberados. Recientemente han surgido otros grupos de
activistas que se acercan cada vez más al "muro de la vergüenza".
El colectivo juvenil "Grito contra el muro" busca alzar la voz
contra una de las barreras más silenciadas. Con este objetivo nacieron en enero
de 2013 cuando realizaron la primera manifestación frente al muro. La idea es
hacer una protesta cada mes y, por el momento, la cumplen. "Al principio
no teníamos experiencia y hacíamos la concentración muy alejados, pero vimos
que nuestros gritos no llegaban a los soldados marroquíes ni a la Minurso -la
misión de la ONU para el Sáhara Occidental- y cada día nos acercamos más",
explica Alimajtan, uno de los activistas.
Su intención es instalar en el muro una bandera saharaui. Conocen los
riesgos. "¿Qué vamos a temer? ¿Qué podemos hacer? Tenemos que romper el
silencio. Todo el mundo menciona todos los muros menos el nuestro. Si morimos,
morimos por nuestra causa", continúa. Denuncian agresiones por parte de la
policía marroquí y la "indiferencia de la Minurso". "Están siempre
a su lado, ven que disparan hacia la gente que se manifiesta pacíficamente y no
hacen nada para evitarlo", asegura. "Nosotros por ahora seguimos en
la línea de la lucha pacífica pero ellos también lo deben ser".
Gritan, pero también siembran. Otra de las ideas surgidas para visibilizar
el muro y las minas que lo rodean viene de la mano de Mould Yeslem, pintor
saharaui que tiene como objetivo plantar una flor en cada mina. Las flores son
de madera y están hechas por diferentes personas que han querido colaborar de
forma altruista en la creación de una rosa personalizada. "Es otra forma
de decir 'basta ya'. Con esas flores exigimos nuestros derechos", dice el
creador de la idea, Moulud Yeslem.
Gritan, siembran, cuentan su historia. Buscan llamar la atención, hacerlo
como sea. Se sienten ignorados y muchos de los miembros de organizaciones de
derechos humanos saharauis ruegan ser escuchados. "Aprovechamos el
FiSahara como ventana al mundo, acordaros de nosotros. Tenemos muchas ideas
pero no podemos hacerlas para nada, necesitamos repercusión", decía al
despedirse uno de los activistas saharauis que claman la eliminación del muro
de la vergüenza.
Nota: Esta cobertura de eldiario.es en el Sáhara es
posible por la invitación de FiSahara. La organización del festival corre con
los gastos del viaje.
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