Kakenya Ntaiya evitó un matrimonio forzado y se convirtió en la primera
masai de su comunidad que estudió en Estados Unidos.
Esta galardonada joven de 36 años creó en 2009 la primera escuela para niñas
en Enoosaen (Kenia).
Finalista en los CNN Heroes, lucha contra el matrimonio infantil forzado y
la mutilación genital femenina.
Maribel Hernández 04/11/2013 – eldiario.es
Ntaiya compartindo a comida con nenas da súa escola |
En su país, Kenia, el 25% de las niñas menores de 15 años están casadas.
Entre su pueblo, los Maasai, nueve de cada diez se convierten en esposas en
cuanto alcanzan la pubertad. Pero Kakenya Ntaiya dijo “no quiero”. Ella tenía
un sueño que cumplir. Prometida cuando tan solo contaba con cinco años de edad,
tras su primera menstruación, la tradición dictaba que Kakenya fuera mutilada
genitalmente para posteriormente casarse y abandonar la escuela. “Le dije a mi
padre que sólo pasaría por la mutilación si me dejaba seguir estudiando”.
Fue por la mañana, sin anestesia, a los 14 años. A cambio, ella prometió
que sería la mejor estudiante y que la educación que recibiría contribuiría en
el futuro de algún modo al bien de Enoosaen, su comunidad. Aquella niña era
incapaz entonces de imaginar la vida que vendría y el grado en que, años después,
cumpliría con su promesa.
Kakenya Ktaiya, que creció en un lugar sin agua corriente ni electricidad,
tiene hoy 36 años, un doctorado en Educación en la Universidad de Pittsburg y
dirige Kakenya’s Dream (el Sueño
de Kakenya), la primera escuela para niñas de Enoosaen que, en realidad, es
mucho más que un colegio. Desde allí, en una conversación por Skype, esta mujer
cuyo compromiso y trabajo ha sido reconocido y premiado en múltiples ocasiones,
cuenta por primera vez a un medio de comunicación español su historia y su
trabajo por la educación y el empoderamiento de las niñas.
“Donde yo nací lo que se espera de las chicas es que se casen justo tras la
mutilación genital y que tengan hijos. La vida para las niñas es generalmente
difícil porque son ellas las que se hacen cargo de todo, cocinar, ordeñar las
vacas, limpiar la casa, traer el agua desde el río, cuidar a los familiares,
lavar la ropa… no tienen mucho tiempo para leer y estudiar por eso suele ser
habitual que no les vayan bien los estudios y suspendan. Entonces, los
padres tienen tendencia a pensar que las niñas son menos inteligentes y que
no tienen por qué ir a la escuela. En cuanto tienen su primera menstruación, a
los 13, 14 o incluso 10 años las casan y siguen haciendo las mismas tareas
pero, además, con hijos, los tienen casi de manera ininterrumpida, cada dos años
uno”, explica. “Yo tenía muy claro que no quería esa vida”.
A Kakenya le gustaba estudiar y convenció a su padre y a los mayores de su
comunidad para continuar su formación tras la primaria, incluso consiguió que
hicieran una colecta en el pueblo para ayudarla con los costes. “Mi madre no
tuvo una vida fácil, siempre me decía que a ella le hubiera gustado estudiar
pero no se lo permitieron. Yo deseaba una vida mejor a la que ella tuvo, marcar
la diferencia, cambiar”, recuerda.
Gracias una beca pudo marcharse a los Estados Unidos, convirtiéndose así en
la primera universitaria de Enoosaen. El cambio, reconoce, “fue un auténtico
shock, todo era muy diferente”, pero tenía claro su objetivo. “Estaba teniendo
una oportunidad que muchos querrían así que no había tiempo para pensar en el
frío del clima, o en si no entendía muy bien el inglés, me concentré en los
estudios”, relata. Las relaciones internacionales, la ciencia política, el
desarrollo, los derechos humanos… “me absorbieron, descubrí cuál era mi pasión,
lo que mi corazón quería hacer”.
Siendo todavía una estudiante, a los 24 años, fue nombrada la primera
Joven Consejera del Fondo de las Naciones Unidas para la Población (UNFPA) y
trabajó con ellos por todo el mundo llamando la atención sobre la importancia
de la educación y de poner fin a prácticas como el matrimonio infantil forzado
o la mutilación genital femenina. “Aquella experiencia me abrió verdaderamente
los ojos, me convertí en una activista”. Y el sueño comenzó a gestarse.
En 2009, estando todavía en Estados Unidos y gracias a la ayuda de un
equipo de colaboradores que había ido formando y para el que solo tiene
palabras de gratitud, abrió su escuela para niñas, el Centro de Excelencia
Kakenya. “No sabíamos qué iba a pasar pero la experiencia está siendo muy
positiva”, confirma Kakenya quien, desde 2011 y una vez finalizado su
doctorado, regresó definitivamente a Kenia para impulsar este centro que hoy
cuenta con 155 niñas. Todas ellas son agentes de un cambio que, poco a poco, va
calando en el entorno más inmediato.
“La educación es una herramienta muy poderosa porque a través de ella le
das a la gente información, y facilitas a las personas que puedan tomar
decisiones correctas cuando tienen acceso a esa información. Eso es lo que
estamos haciendo nosotros. Las niñas aprenden, sus padres aprenden, la
comunidad entera aprende", afirma. En el centro no solo se estudian los
contenidos formales clásicos, sino que hay espacio también para temas de salud
sexual y reproductiva, derechos humanos, habilidades para la vida, etc.
"Cuando los padres de verdad comprenden que el matrimonio infantil o la
mutilación genital son prácticas dañinas no normal es que se abandonen. Estas
niñas ya no se están casando a los 12 años, no son mutiladas genitalmente, las
cosas están cambiando”, destaca la principal impulsora de esta pequeña y
particular revolución llena de entusiasmo y consciente de la pequeñez de su
impacto, en términos cuantitativos, así como de la necesidad de expandirlo. El
sueño sigue creciendo.
“Queremos lograr un modelo aplicable, que pueda implementarse en otros
lugares. Para ello es fundamental encontrar fórmulas para trabajar con los
gobiernos y en conexión con otras organizaciones y plataformas, y con la
comunidad internacional”, proyecta esta keniana. “Además, queremos abrir nuevas
escuelas y que las niñas comiencen antes. Ahora entran en nuestro centro a los
ocho años pero es importante que empecemos cuando son más pequeñas”,
puntualiza.
Tal vez, esté un poco más cerca de lograrlo. Kakenya Ntaiya ha sido
seleccionada como una de las diez finalistas en los premios CNN Heroes,
una iniciativa de esta cadena norteamericana que reconoce y apoya económicamente
proyectos particulares para el cambio social. Éste es solo el último de un
larga lista de reconocimientos, como el Vital Voices Leadership Award
en 2008, su nombramiento por parte de National
Geographic como Emerging Explorer en 2010, su inclusión en la lista
de “150 mujeres que agitan el mundo” de la revista Newsweek en 2011, entre
otros. “Me siento realmente bendecida por todo esto, pero los premios no
cambian en nada quien soy, lo que hago. Los agradezco porque me ayudan a tener
un mayor impacto en lo que realmente me importa, las niñas, sirven para
respaldar nuestro trabajo, la idea de que el matrimonio infantil o la mutilación
genital no deberían suceder, lo realmente importante es la causa”, sostiene con
convicción.
“Es mi trabajo, las niñas, lo que me hace levantarme cada
mañana”, asegura. Y recuerda especialmente a una de ellas. Una niña que
participó en uno de los campamentos de verano sobre Salud y Liderazgo que
organiza su escuela y que al finalizar se acercó a darle las gracias. “Me dijo
que nunca en su vida había aprendido tanto como lo había hecho esa semana y que
iba a difundirlo, que se lo contaría a sus hermanas, a sus compañeras del
colegio, a cualquier persona con quien se encontrara. Esa niña me tocó el corazón
porque nosotros no les pedimos que hagan eso, pero saber que niñas como ella
van a tener impacto en otras niñas es lo que me hace seguir. Ellas son mi
inspiración”. El sueño de Kakenya es ahora también el sueño de
Angie, de Nasieku, Naanyu, Shura, Nampayio, Juliet, Yiamat, Sikukuu, Tasmi…
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