Hace cincuenta años desaparecía la cantante Edith Piaf
Su voz y sus canciones siguen conmoviendo el corazón de
las nuevas generaciones
Su mito sigue proyectándose sobre la escena musical
CARLES GÁMEZ
Valencia 10 OCT 2013 - 15:13 CET
Sólo tenía 48 años pero su cuerpo era el de una anciana que parecía haber
soportado sobre sus espaldas todo el dolor y el sufrimiento del siglo XX. El 11
de octubre de 1963 en su retiro de Grasse, en la Provenza, donde descansa
alejada de los focos mediáticos junto a su nuevo amor, un joven peluquero
griego llamado Theo - al que ha bautizado Sharapo, en griego “Te quiero”- muere
Edith Piaf. La gran diva de la Chanson cerraba una vida tumultuosa donde la
felicidad y el amor se hermanaban con la tragedia, accidentes, drogas, curas de
desintoxicación, escándalos, y que le había conducido desde las calles de la
pobreza a los grandes escenarios y salones internacionales.
El aniversario de la muerte de la cantante ha generado una copiosa
reedición discográfica y nuevas aproximaciones literarias, de la biografía al
ensayo, a la mujer, mito y artista que mejor ha simbolizado Francia y el
espíritu eterno de la Chanson. Un sencillo vestido negro, una voz conmovedora,
unas manos que arañan o acarician la luz escénica y un pequeño cuerpo que se
balancea componen el perfil que seducirá a los públicos de uno y de otro lado
del océano.
Piaf bebe en esa canción realista que se produce a orillas del Sena y que
ella proyecta con la máscara de la tragedia, el amor o la desesperación. El
público se identifica inmediatamente con su voz y ese universo donde los pobres
y humillados pueden también mostrar orgullosamente su derecho al amor. Piaf es
la voz abanderada- “en mí cantan la voz de muchos” había dicho- de los
marginados, de las prostitutas, de los pobres y desterrados de la felicidad y
el paraíso terrenal a los que hace llegar su mensaje: A pesar del dolor y de la
miseria, el amor sigue siendo nuestro único compromiso. Su propia vida estará
señalada por amores trágicos como el que sostiene con el boxeador Marcel Cerdan
muerto en un accidente de aviación o junto a jóvenes artistas a los que ayuda a
triunfar como un crooner marsellés llamado Yves Montand o un actor de
origen americano de películas de serie B , Eddie Constantine.
Su carrera musical ha dejado algunas de las canciones que componen el canon
musical del siglo XX. Piaf construye con la ayuda de una serie de creadores, ya
sea una compositora como Marguerite Monnot o al final de su carrera, Charles
Dumont, un vibrante y emotivo repertorio ajustado a su personalidad: La vie
en rose, Hymne à l’amour, Padam-Padam, La foule, Les
amants d’un jour, Mon Dieu, Non, je ne regrette rien, etc.
Trabajará con un joven y debutante compositor de origen griego llamado Georges
Moustaki que le ofrece otro de sus himnos inmortales, Milord. También se
cruzara en sus inicios con otro joven compositor e intérprete de aspecto triste
y baja estatura que lucha por encontrar su lugar en el sol y atiende al nombre
artístico de Charles Aznavour.
Artistas como Marlene Dietrich o el poeta Jean Cocteau- que por azares del
destino morirá el mismo día- se encuentran entre su círculo más próximo.
Dietrich recogerá para su repertorio el tema La vie rose prolongando su
aureola mítica. Cocteau escribe: Piaf puede hacer llorar hasta cantando el
listín telefónico. La relación que establece con el público tiene las
características de un oficio religioso. Un auditorio que la recibe con las
largas ovaciones y aplaude a la mujer que sobre el escenario no se diferencia
del personaje. En sus últimas apariciones, una Piaf que no puede esconder su
deterioro físico, el público llena la sala Olympia entre la fidelidad y el placer
morboso de asistir al sacrificio de la diva sobre la escena. Décadas despues,
este mismo ritual se repetirá con otra estrella, Amy Winehouse, aguardando el
momento en que se desplome su “choucroute” capilar sobre el escenario…
A su muerte, promotores y discográficas hablarán cada
temporada del nacimiento de una “nueva Edith Piaf”, unas sucesoras que al final
solo alcanzan la caricatura del original y acabarán desapareciendo. Un
oportunismo que denuncia el cantautor Léo Ferré en una de sus canciones cuando
el sello Barclays lance a la cantante Mireille Mathieu como su heredera. Pero
el mito Piaf a los cincuenta años de su desaparición ha resultado ser
irreemplazable, como irrepetibles las condiciones y el tiempo que le tocó
vivir. Piaf, como Billie Holiday, como Judy Garland, forman parte de ese club
de intérpretes, únicas e imperfectas, que consiguieron hacer de su malvivir o
dolor existencial una forma de exhibicionismo que el público compartió
religiosamente con ellas.
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