La vida sigue en el campamento de refugiados saharauis de Dajda (Argelia)
mientras despega el FiSahara, el único festival de cine del desierto.
Mohamed, Bulah y Salem nos cuentas los trabajos con los que sobreviven en
uno de los campamentos saharuis que subsisten gracias a la ayuda internacional
Gabriela Sánchez - Tindouf
(Argelia) 10/10/2013 – eldiario.es
Ahmed se lava las manos sentado en la entrada del pequeño comercio de su
padre. La diminuta tienda de comida está a rebosar. Jhuta y Anguia pasean
cargadas con bolsas de pan muy cerca del lugar exacto donde ha comenzado una
nueva edición del Festival de Cine de Sahara (Fisahara): una comitiva de cerca
de 200 personas aterrizó en Dajla, el campamento más aislado del desierto
argelino, pero la rutina matinal de la población saharaui se mantiene, calmada
pero ocupada.
Mohamed observa a los extranjeros desde la puerta de su barbería; Bula
reconoce no haberse enterado aún de las proyecciones de esa noche mientras
matiza el 'patio' de una de las casas que ha construido; sale una decena de niños
del lugar donde trabaja Salem con dirección a los talleres infantiles, pero él
escuchará las películas desde el supermercado. Son algunos de los oficios
esparcidos por el desierto.
Esperar cortando barbas
Aparece inscrito en la fachada exterior junto a su nombre en árabe:
“Barbero”. Primera pista para descubrir la fuerte influencia de este idioma en
la persona que ha sacado el pequeño negocio adelante. Mohamed es cubaraui.
Así se llaman entre ellos, con una sonrisa irónica, los muchos saharauis que
cursaron su educación secundaria y universitaria en Cuba.Pasó once de sus 25 años
en ese país pero, una vez diplomado en Electrónica, regresó a su lugar natal,
uno de los cinco trozos con vida del desierto argelino: el campo de refugiados
de Dajda. ¿Qué hace un electricista cortando barbas? “Yo espero aquí. Quiero
vivir en mi país natal, pero sobre todo me gustaría regresar a mi tierra. Nunca
perderé la esperanza, pero creo que moriré en este desierto”, dice el saharui.
El discurso de Mohamed sobre el futuro del Sáhara Occidental refleja su
desconexión política sobre la paralización de un pueblo que espera. Él solo
espera, sin plantearse mucho qué ocurre mientras.
El aspecto decadente de la entrada de esta peluquería masculina rompe con
el detallismo de su interior. Una pequeña sala impoluta con todo lo necesario
para desempeñar este viejo oficio. “Cuando vivía en Cuba cortaba el pelo a
algunos de mis compañeros y así aprendí”, dice. Ahora es el barbero de un campo
de refugiados. “Cuesta sacar esto adelante, me llevo lo justo para poder
sobrevivir”. Los horarios, como los de otras de las personas que trabajan en el
sector servicios saharaui, son sacrificados: de ocho de la mañana a 12 de la
noche. “Hay gente a la que le gusta cortarse el pelo a esas horas”, matiza el
cubaraui. Un descanso intermedio de cuatro horas le permiten comer “tranquilo y
disfrutar de la familia”.
Construir casas no permamentes
“Contruyo casas”, dice Bulah manteniendo una media sonrisa constante.
“Aprendí mi oficio de la experiencia, de la necesidad de crear un sitio donde
vivir”, recuerda el albañil. Después de hacer la suya y la de algunos de sus
familiares, comenzó a cobrar por ello. Por casa 100 ladrillos ecreados, 1000
linares, lo que equivale a 10 euros.
Las casas saharauis que no son jaimas (construidas con telas), están
elaboradas con ladrillos de adobe, una mezcla de arena y arcilla. ¿Por qué
adobe? Sus viviendas son temporales, como supuestamente lo es su estancia en el
desierto. El campamento de Dajda existe desde 1975, desde el inicio del exilio
saharaui, desde el comienzo de los bombardeos que dejaron las marcas que aún
muestra la madre de Bula y que mataron a dos hermanos que nunca llegó a
conocer. 38 años de casas de adobe.
El 'Carrefour' Saharaui
Entre dunas y nada, se eleva una estructura, también de adobe, con una
inscripción pintada junto al dibulo de un brick de leche Puleva:
'Carrefour'. “Cuando hicimos más grande la tienda, unos amigos y yo buscamos en
internet algunos productos para adornar la fachada y que quedase más bonita.
Encontramos estos y así quedó”, dice uno de sus empleados entre risas. “El
Baraka” es el nombre real de la tienda de comida más grande del campo de
refugiados.
Aquí trabaja Salem como vendedor. Es otro de los cubarauis de Dajda.
También regresó. “Aquí está mi familia. Es difícil vivir aquí y encontrar
trabajo pero yo quiero estar con los saharauis”, confiesa el joven. Su horario
se extiende desde las siete de la mañana hasta las 12 de la noche, con un
descanso intermedio. En sus 24 años de vida ya ha trabajado como electricista
particular y profesor de español en la escuela del campamento. El sueldo de
todos estos trabajos es bajo, 100 dinares como máximo, cuenta Salem, matizando
que como reparador de aparatos electrónicos “no sacaba nada”.
“Es duro pero entre todos nos ayudamos. Quiero vivir con mi Sahara con
nuestra cultura, nuestro estilo de vida... Hasta que volvamos a nuestra
tierra”, añade. Su testimonio intuye de nuevo cierta desconexión política.
“Nosotros nos encargamos de sobrevivir. Vosotros -los periodistas- tenéis que
llevar el mensaje para que cambien las cosas”.
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Nota: Esta cobertura de eldiario.es en el Sáhara es
posible por la invitación de FiSahara. La organización del festival ha corrido
con los gastos del viaje.
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