Las mujeres crecen entre mensajes que les alertan del peligro de ser
violadas por la calle, pese a que la mayor parte de agresiones sexuales las
cometen hombres conocidos. Se enseña a las chicas a tener miedo pero no a defenderse.
June Fernández 13/10/2013 – eldiario.es
'Marcha de las putas' en Lima, celebradas en máis de 60 cidades, en resposta a unha frase dun policía de Toronto: 'As mulleres deben evitar vestirse coma putas para non sufrir violencia sexual' |
“Pídele a algún amigo que te acompañe”. “Hazme una llamada perdida cuando
llegues”. “Voy contigo, que me quedo más tranquila si te veo entrar al portal”.
Estas son algunas de las frases que las mujeres acostumbran a escuchar cuando
salen de fiesta o vuelven a casa de noche en un día cualquiera. La idea que
subyace es que una mujer sola en la calle es una víctima potencial de
agresiones sexuales por parte de hombres y que, por ello, la calle –incluso esa
que recorre a diario– es un territorio hostil.
“Las jóvenes emplean continuamente, de forma normalizada y naturalizada,
consciente o inconsciente, mecanismos de protección frente a este miedo
preprogramado”. Es una de las conclusiones que aporta la investigación Agresiones
sexuales: cómo se viven, cómo se entienden, realizada por la
consultoría Sortzen para el Gobierno vasco, para la que se realizaron grupos de
discusión con chicas jóvenes, mujeres inmigrantes, padres y madres de
adolescentes, profesorado y hombres (incluidos algunos organizados contra el
sexismo). Las chicas reconocieron hábitos como coger un taxi para recorrer una
distancia corta a la hora de volver a casa, hacer una llamada para confirmar
que han llegado bien o pasar por ciertos lugares corriendo. Se trata de un
miedo presente en todas las chicas que se “retroalimenta de otros relatos de
miedo y se transmite generacionalmente”, señalan en el estudio. Las que habían
sufrido una agresión reaccionaron limitando aún más sus movimientos.
El guión del miedo
Una joven camina sola de noche. Un desconocido la persigue. Ella corre,
pero él la alcanza. La viola. A veces, sólo después de forzarla, la asesina.
Esa escena, que hemos visto en infinidad de películas de Hollywood, se ha
quedado anclada en nuestra memoria. La experta en políticas de prevención de
violaciones Sharon Marcus habla de la violación como un guión preescrito que
marca la vida de las mujeres, desde antes de haber sufrido agresiones. Frente
al fantasma de la violación como destino inevitable, ella propone analizar en
detalle qué sucede en los intentos de violación para desarrollar estrategias
efectivas de prevención.
Lohitzune Zuloaga, socióloga experta en políticas de
seguridad, confirma que en las encuestas sobre inseguridad ciudadana la
población femenina “expresa unos porcentajes de inseguridad significativamente
mayores que los varones”, y que se sienten con más probabilidades de sufrir
delitos como tirones de bolso, atracos, estafas y, sobre todo, agresiones
sexuales, pese a que (salvo en el caso de los delitos contra la libertad
sexual) el perfil de víctima de delitos que arrojan las estadísticas policiales
es el de un varón entre 20 y 50 años.
Zuloaga indica que las violaciones y abusos sexuales conocidos en España no
alcanzan el 0,4% del total de las infracciones registradas. Aunque reconoce que
es un tipo de delito que se denuncia poco, debido al “costo social y personal”
que conlleva el proceso, concluye que “el miedo que sentimos las mujeres a ser
víctimas de una agresión sexual grave es muy desproporcionado en comparación
con las probabilidades reales que tenemos de sufrirla”.
¿Se trata entonces de un miedo irracional sin fundamento? En absoluto.
Zuloaga lo atribuye a que “las mujeres hemos sido educadas en la idea de que
tenemos altas probabilidades de ser violadas y de que tenemos que estar alerta
frente a la violencia que puede sufrir nuestro cuerpo y protegerlo. Esta
percepción se consolida en la literatura criminal, las películas y las series
de televisión, donde es habitual que las víctimas femeninas de delitos sean
mujeres violadas”.
Diversas autoras feministas han tratado de explicar por qué la sociedad
educa a las mujeres en ese terror sexual. La periodista y activista Susan
Brownmiller fue pionera en afirmar, en 1981, que la violación no es una
conducta aislada de individuos inadaptados, sino que la amenaza de sufrirla
funciona como un mecanismo patriarcal para condicionar el comportamiento
cotidiano de todas las mujeres, limitando sistemáticamente su autonomía y su
libertad sexual. Cuando sufren una agresión, a menudo se las culpa por haber
roto con el modelo de feminidad tradicional, como hizo el policía de Toronto
cuando pronunció la frase que fue el germen de las Marchas de las putas,
organizadas en más de 60 ciudades: “Las mujeres deben evitar vestirse como
putas para no sufrir violencia sexual”.
“Lo peor que le puede pasar a una mujer”.
La escritora francesa Virginie Despentés argumenta en su visceral ensayo Teoría King Kong
que la constante representación de la violación en las artes ha servido a lo
largo de la historia para sostener el mito de que la sexualidad masculina es
“peligrosa, criminal e incontrolable por naturaleza”.
Uno de los fragmentos más duros de Teoría King Kong es cuando Despentés
relata que ella y su amiga fueron violadas en un coche por unos chicos que las
habían parado cuando hacían autoestop. Despentés llevaba una navaja, pero ni se
le pasó por la cabeza utilizarla. “Estoy furiosa con una sociedad que no me ha
enseñado a golpear a un hombre si me abre las piernas a la fuerza, mientras que
me ha inculcado la idea de que la violación es un crimen horrible del que no
debería reponerme”, sentencia. Despentés define como una “espada de Damocles
entre las piernas” esa “doble obligación de saber que no hay nada tan grave y,
al mismo tiempo, que no debemos defendernos, ni vengarnos”.
Las personas que participaron en la investigación 'Agresiones sexuales:
cómo se viven, cómo se entienden' coincidieron en considerar que una violación
es “lo peor que le puede pasar a una mujer”. Esta idea es peligrosa, señalan
las autoras del estudio, porque “resta, a quien sufre la agresión, la capacidad
de recuperarse y reinterpretar esa vivencia; fija a la víctima en el trauma”.
Las chicas expresaron también que ante los abusos reaccionaban con
“sentimientos de paralización, de no saber cómo responder a la situación
o de reacciones de huida y escape”.
¿Es porque se sienten más débiles? Sharon Marcus asegura que “la habilidad
de un violador para atacar depende más de cómo se posiciona socialmente en
relación con la mujer que de su supuesta fuerza física superior”. Frente a
quienes aconsejan a las mujeres no oponer resistencia, porque el violador se
pondrá más violento, la experta aporta datos de encuestas a mujeres que
lograron bloquear al agresor con gestos como un comentario asertivo, un empujón
o un grito, incluso en casos en los que este iba armado. Marcus lamenta que a
las mujeres se les asigne el papel de ser “objetos de violencia y sujetos del
temor” que se paralizan y callan ante una agresión, y defiende que “los hombres
elaboran el poder masculino en relación con esa imaginaria indefensión
femenina”.
Maitena Monroy lleva desde 1988 impartiendo talleres de autodefensa feminista como
forma de combatir esa sensación de indefensión. Frente a los cursos de defensa
personal para mujeres que se limitan a enseñar técnicas físicas, el objetivo de
Monroy es que las mujeres adquieran “la actitud vital de reclamar nuestro
derecho a existir sin violencia”. Para ello, el primer paso es identificar las
agresiones a las que se enfrenta la población femenina en los diferentes
ámbitos (la calle, la discoteca, el transporte público, la familia, etc.),
cuestionar el origen de esa violencia y contar con recursos para enfrentarla.
Por ejemplo, ante la situación de un hombre que la sigue por la calle, en
autodefensa se refuerza el criterio de la mujer (para que no piense que está
paranoica), se aprenden trucos para ahuyentar al agresor y, finalmente,
estrategias (no sólo físicas) para defenderse en caso de que se materialice el
intento de violación.
El papel de la familia
En la investigación de Sortzen, madres y padres expresaron que “tienen más
miedo a lo que un desconocido les pueda hacer a sus hijas, aunque la realidad
muestra que las agresiones por conocidos son más frecuentes”. La consecuencia,
según la socióloga Lohitzune Zuloaga, es que “las mujeres estamos muy alerta
ante el peligro de las ‘violaciones tradicionales’, y totalmente desarmadas
para enfrentar e incluso reconocer como tales las violaciones en entornos
supuestamente seguros”, como cuando un novio, amante o esposo presiona e
incluso fuerza a la mujer a mantener relaciones sexuales.
Las madres admitieron en los grupos de discusión que transmiten miedo a sus
hijas: “A mi hijo nunca lo previne, nunca se me pasó por la cabeza que le
pudiera pasar algo; en cambio a las hijas siempre les decía ‘tened cuidado,
llamadme cuando lleguéis’. Les insistimos en que vayan siempre juntas, que no
beban, que no se fíen, que llamen para ir a buscarlas en coche, que cuidado con
esa minifalda, que luego pasa lo que pasa”. Muchas lamentaron no saber cómo
asesorar a sus hijas sin ejercer ese control excesivo.
Maitena Monroy contesta: “Esos mensajes se lanzan con buena intención, pero
transmiten que la única solución a la violencia es que las mujeres dejen de
hacer cosas, lo cual implica negar derechos como el de estar solas”. Ella aboga
por explicar a las chicas que “las agresiones se deben a que hay hombres
machistas que no respetan los derechos de las mujeres y actúan con violencia”.
Se trata de contarles “qué les puede pasar y cómo hacer frente”, pero
insistiendo en mensajes en positivo como que “su cuerpo es suyo” y que tienen
derecho a decidir “qué hacer con él, cómo vestir, y vivir una sexualidad libre
y deseada; y a gritar y llamar la atención si alguien les molesta”. Por
ejemplo, recalca que “viajar sola sí que es buena idea [pensar que tenemos que
ir con alguien que nos proteja nos hace dependientes], y que tengo derecho a
ello, pero que puedo sufrir agresiones; por lo que voy a prever situaciones
concretas que me han pasado antes o que me den miedo y pensar cómo voy a actuar
si me ocurren”.
La calle, territorio hostil
En el estudio de Sortzen, la mayoría de las jóvenes afirmaron haber sido
perseguidas por hombres cuando caminaban solas de noche. Según Lohitzune
Zuloaga, “el acoso sutil (y no tan sutil) al que las mujeres nos vemos
rutinariamente expuestas interviene en nuestra percepción de que existe una
amenaza real de ser agredidas”. Es decir, las agresiones machistas cotidianas
explican esa mayor sensación de inseguridad; recuerda a las mujeres que
–parafraseando un popular lema feminista– la noche y la calle no son suyas.
La indignación que le provoca “la insoportable y rancia costumbre del acoso
callejero” llevó a Alicia Murillo a poner en marcha la iniciativa El cazador cazado, que
consiste en grabar con el móvil a los hombres que le hacen comentarios sobre su
cuerpo cuando camina por la calle. Esta actriz, cantante y activista documenta
así las reacciones de los hombres (sorpresa, negar la agresión, culpar al
amigo, ponerse agresivos...) cuando la mujer les responde. “El mal llamado
piropo no es un halago, es otra forma que el patriarcado tiene de hacer ver que
el cuerpo de las mujeres es un espacio comunitario que se puede tocar,
maltratar y sobre el que se puede opinar libremente. Hace que las mujeres
caminen más inseguras por las calles y, por tanto, sean más vulnerables y
dependientes”, sentencia.
En la actualidad, Murillo imparte talleres basados en esa experiencia, con
el fin de que las mujeres se reapropien del espacio público y ejerzan su
derecho a defenderse de comentarios y ataques machistas, recurriendo incluso al
humor, “porque reír descaradamente es lo más subversivo y agresivo que podemos
hacer ante el patriarcado”.
Las mujeres inmigrantes están especialmente expuestas y se sienten
particularmente vulnerables ante el acoso machista en la calle, según refleja la
investigación del Gobierno vasco. A la sensación de no manejar los mismos
códigos se suma, en el caos de las inmigrantes sin papeles, el miedo a ser
deportadas si acuden a la policía para denunciar una agresión. En el grupo de
discusión, las mulatas y latinas expresaron que se sienten “señaladas y
marcadas con un estereotipo racista” como exóticas y sexuales. Una participante
relató el siguiente incidente: “Yo estaba de pie, esperando, cuando viene un
hombre y me dice ‘cuánto por el polvo’. Yo no entendía de qué me hablaba. Me
asusté mucho”.
A Maitena Monroy le preocupa “la sensación de impotencia, de rabia y de
inseguridad que genera en las mujeres sentirse expuestas todo el rato, y el
poder que eso da a los agresores que las convierten en objetos sexuales”. En
sus talleres se aprenden y comparten formas de responder a agresiones
recurrentes en la vida de las mujeres, como la del hombre que les toca el
trasero en la calle o en el metro o el exhibicionista que les muestra el pene y
se masturba, etc. Buena parte del trabajo consiste en analizar cómo las mujeres
ocupan el espacio público y marcar límites a los agresores machistas a través
del lenguaje corporal y no verbal.
El papel de los hombres
Una de las conclusiones de la investigación del Gobierno
vasco es que, a la vez que recae sobre las mujeres la responsabilidad de
prevenir las agresiones sexuales, los hombres reflexionan y debaten poco sobre
este problema. Incluso los que participan en grupos de hombres por la igualdad
admitieron que no han debatido sobre la violencia sexual dentro de sus
colectivos. Maitena Monroy considera imprescindible que los hombres “cuestionen
al machito de turno” y discutan sobre su implicación contra la violencia
machista, no sólo en entornos feministas sino sobre todo en espacios
masculinos, como cuando están de cañas o viendo el partido con los amigos.
Más
de 700 hombres y 300 mujeres han participado en los talleres que imparte
Hilario Sáez Méndez, miembro del Foro de Hombres por la Igualdad, basados en el
cortometraje Mi señora,
en el que un hombre acosa verbalmente a otras mujeres delante de su esposa.
Sáez reconoce que la mayoría de los hombres quita importancia a las actitudes
de acoso machista tanto en la calle como en la pareja o hacia amigas. Sin
embargo, añade que durante los talleres muchos participantes “sintieron
vergüenza de género” y entendieron que “el acoso no es más que una vieja táctica
de caza para asustar a las mujeres y hacer que acepten nuestra protección a
cambio de sumisión”.
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