Por: Ángeles Espinosa | 11 de octubre
de 2013
De nuevo una película iraní aborda el tema de la mujer. Una vez más, el
director recurre a Afganistán como escenario. No faltan el tópico burqa,
los talibanes, un clérigo e incluso la ocasional batalla callejera de
trasfondo. Pero se trata sólo de un escenario porque el asunto no es ni Kabul,
ni la guerra. Tampoco la protagonista de La piedra de la
paciencia es la habitual mujer subyugada e impotente del
estereotipo, sino una mujer fuerte; a pesar de todas las limitaciones
sociales y religiosas no se amilana por la adversidad y escribe su propia
historia. Una buena lección tanto para quienes imponen el velo como para
quienes creen que este imprime carácter.
Son los hombres a quienes el director Atiq Rahimi presenta como
débiles. No importa que tengan las armas o el turbante. El marido que ha
quedado en coma tras una reyerta es el mejor reflejo de la impotencia. Es
también el pretexto para que la mujer se enzarce en un revelador diálogo en
forma de monólogo. No es una contradicción. Ella le habla con el deseo
de que le escuche, algo imposible cuando él estaba completamente vivo, pero con
la esperanza de que en realidad no le oiga porque va a contarle la verdad y la
verdad sería imposible de afrontar por ambos en otras circunstancias. Se
dirige a él, aunque en el fondo no espera respuesta.
"Por una vez, me estás escuchando”, le dice. Qué remedio. Reducido a
la inmovilidad absoluta, se convierte en esa piedra de la paciencia (singué
sabur) a la que, según la mitología persa, uno puede contar todos sus
secretos para liberarse de su peso. Hasta que se rompe.
Así conocemos su historia; la historia de una mujer sin nombre, como tantas
otras (ninguno de los personajes de la película tiene nombre). Casada por sus
padres cuando era joven con un hombre mayor que no le presta más atención que
la necesaria para procrear. Y ni eso. Ella no parece guardarle rencor, tan
amorosamente cuida de su cuerpo inerte. ¿O sí? Porque en varios momentos tiene
la tentación de abandonarle a su suerte.
No es por venganza. Su venganza se ha consumado mucho antes, cuando ha
parido dos hijas que no son suyas porque es estéril, algo que ni él ni su
familia hubieran admitido nunca. Antes la hubieran matado a ella. O repudiado,
que viene a ser lo mismo. Porque en las sociedades patriarcales como la que refleja la película, que usan la religión y los
valores como argumento para someter a la mujer, una esposa repudiada por su
marido, no vale nada. Es peor que estar muerta. Ella lo sabe y actúa para
evitarlo.
Es el primer paso de una liberación que sólo acabará con la muerte del
marido.
Bajo la aparente simplicidad del relato, La piedra de la paciencia
también soslaya el maniqueísmo. No es una historia de buenos (las mujeres) y
malos (los hombres). Ahí está esa suegra que monta guardia la noche de
bodas para asegurarse de la virginidad de la novia, o que abandona a ésta con
el marido en coma ante el avance de la línea de frente. O la historia paralela
de la tía condenada a la prostitución por negarse a ser esclava. También hay
mujeres cómplices de esa sociedad construida sobre la segregación y la
desigualdad. Incluso hombres víctimas, aunque no lo parezcan tanto, como el
miliciano tartamudo.
La verdad siempre es compleja y Rahimi, que basa la
película en su propia novela, logra transmitir esa complejidad de una forma
sencilla, sin aspavientos; gracias en buena medida a la expresividad del rostro
de Golshifteh Farahani. La actriz fue premiada en el
Festival de Gijón por ese papel de una mujer afgana que representa a
todas aquellas (y aquellos) a quienes los sistemas patriarcales quisieran
silenciar. Incluso cuando no se usa un burqa para cubrir sus cuerpos.
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