Inmigrantes y agentes chocan casi a diario en la valla de
Melilla
1.700 subsaharianos han entrado este año
ALBA TOBELLA
Melilla 21 SEP 2013 - 22:23 CET
Nada funciona en la valla de Melilla para frenar los saltos masivos de
inmigrantes desesperados por llegar a un mundo mejor. Solo la lucha cuerpo a
cuerpo que se da a diario en la frontera entre los agentes y los subsaharianos
logra frustrar los intentos de traspasar la verja. Esta semana, un centenar de
sin papeles ha tocado tierra española en ese enclave de África. Pero
otro medio
millar ha sido ahuyentado a golpes.
El salto a la valla es el momento en el que los sin papeles condensan todas
sus esperanzas de llegar a Europa tras un camino de meses o años desde el
África subsahariana. “Hay que tener mucho valor, encomendarse a dios y saltar”,
reflexiona Solo Solimon, un camerunés de 20 años que no acaba de acostumbrarse
a Melilla, pese a que lleva ya cinco meses en la ciudad, donde han llegado
1.700 inmigrantes en lo que va de año. “Si seguimos a este ritmo, serán entre
un 15% y un 20% más que el año pasado”, asegura Abdelmalik El Barkani, delegado
del Gobierno.
Solimon repite la suerte que tuvo de salir del monte Gurugú, en Marruecos,
solo dos semanas después de llegar a este lugar infame, donde cientos de
subsaharianos viven en la miseria mientras
preparan el salto. Bajan a la valla de madrugada. Si son muchos, las
cámaras de la Guardia Civil, que patrulla en grupos de 30 agentes en turnos de
ocho horas, detectan sus movimientos desde que salen del bosque, a unos ocho
kilómetros de la valla. Inmediatamente se avisa a la policía fronteriza
marroquí y se aguarda su llegada. Si les sorprenden en la verja, el tiempo de
reacción es “mínimo”, afirman. Apenas un minuto. “Si pasan las dos filas de
gendarmes marroquíes [Rabat tiene 950 efectivos dedicados a blindar la
frontera], nos tiran piedras para dispersarnos y tener más espacio para huir
tras el salto”, cuenta un guardia civil con varias décadas de profesión.
“Si te pillan los marroquíes, te dan una paliza y te rompen las piernas. Si
te pillan los españoles, te devuelven”, explica Solimon. Es una máxima que
todos tienen interiorizada. Por eso se esconden donde pueden tras saltar:
“Estuve un día y una noche en una tubería cerca del aeropuerto. No estaba
herido, pero tenía mucha hambre”, cuenta este joven.
España agradece el compromiso de las fuerzas marroquíes en la defensa del
perímetro, lo que para los inmigrantes repercute en un incremento de la
represión, especialmente en los últimos dos meses, tras la visita del Rey a
Mohamed VI, según coinciden guardias civiles e inmigrantes. Interior
añadió en junio un helicóptero que patrulla cada noche y dos equipos de 25
antidisturbios. “El hambre no tiene fronteras. Por mucho que les pegues 20
pelotazos no les paras”, insiste un agente. "Esto es una lucha cuerpo a
cuerpo", dice otro.
Esta semana 400 sin papeles han sido detenidos en el lado marroquí y 18
estaban hospitalizados el viernes en la provincia de Nador, que bordea Melilla,
según los datos que maneja Rabat, aunque los hospitales hablan de decenas. Los
arrestados esperan en patios de institutos a ser trasladados a la ciudad
fronteriza de Oujda, para ser expulsados a Argelia, desde donde emprenderán de
nuevo la ruta hacia Melilla, a unos 170 kilómetros, o lo que es lo mismo, a
tres días a pie. En los últimos días, 170 subsaharianos han desembarcado en esa
localidad. Sesenta estaban heridos, los más graves con fracturas en piernas y
pies, según la Asociación Marroquí de Derechos Humanos.
“Sufro mucho por mis dos hermanos mayores. Intentaron el salto conmigo y
volvieron a trepar este miércoles”, lamenta Solimon, muy preocupado. Con ellos,
de 22 y 25 años, pasó por Níger y Nigeria, donde todos trabajaron en un hotel y
un restaurante de comida rápida para pagarse el trayecto. “Desde pequeño llevo
soñando con vivir en Madrid. Miraba fotos y vídeos de la ciudad y soy seguidor
del equipo”, cuenta, vestido con una camiseta de los merengues que le
regaló un compañero del
CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes), porque él no
tiene dinero para comprarse ropa.
En el mismo salto del miércoles, entre los 98 de los más de 300
clandestinos que consiguieron entrar en Melilla, se encontraban Oudé y Makan
Tounkara, malienses de 20 y 19 años, respectivamente. El primero se escondió
“en casa de alguien”, un chico de 25 años que vive cerca de la valla. El
segundo corrió hasta que dio con el CETI. Durante dos días no supieron nada el
uno del otro. “Cuando entran en el centro saben que han alcanzado su meta, que
están a salvo”, cuenta Carlos Montero, director del centro: “A veces llegan
aquí de noche y trepan la barrera. Después de todo lo que han pasado, cualquier
pared les parece un juego”.
El perímetro fronterizo, de más de 10 kilómetros, es una verja de tres
capas de alambrada de seis metros de altura. La primera, ligeramente inclinada
hacia el lado marroquí, tiene en la parte superior una pieza que cae cuando los
inmigrantes se agarran a ella, lo que ralentiza el paso, pero no es punzante
como lo era hasta 2005, cuando se
duplicó su altura. Entre esta verja y la segunda hay un entramado
del que es muy difícil escapar si se cae al foso, aunque lo que intentan es
pasar por encima de las tres rejas y salir por piernas. “Corren como almas
endemoniadas”, cuenta otro guardia, “y vienen con mucha violencia para que no
les atrapemos”. Este año se ha producido el primer muerto en
el lado español desde 2006. Fue por insuficiencia respiratoria,
según la autopsia. “Yo no soy un tío de gimnasio y me tumban al suelo”, añade
el agente. Todos los guardias civiles entrevistados coinciden en que, de
facto, la valla y sus alrededores funcionan como territorio marroquí, es
decir, que a los detenidos en esa zona se les manda de vuelta a ese país por
las puertas que tiene la alambrada. Una situación similar ocurre en el mar. La
responsabilidad de toda la zona comprendida entre Alhucemas y Oujda recae en el
centro de salvamento marítimo Nador, la provincia que bordea Melilla, por lo
que los indocumentados rescatados en esas aguas son retornados a Marruecos de
forma sistemática.
Melilla, a diferencia de Ceuta, está muy cerca de Argelia y lejos de la
Península por mar. Estas son las principales causas por las que los
subsaharianos saltan sobre todo por la primera y no por la segunda, pese a que
esta semana la presión ha subido en ambas. El blindaje de las islas españolas
cercanas a Melilla ha trasladado el flujo migratorio a la valla, el último
recurso para los subsaharianos y el que consideran más peligroso. Pasar la
frontera en el falso fondo de un coche cuesta entre 3.500 y 4.000 euros y en
patera, entre 500 y 1.000. Probar suerte en la valla es gratis. El riesgo lo
asumen los chicos más jóvenes —su media de edad no supera los 25 años—. “Sufrir
así es solo para nosotros. No podemos dejar que las mujeres trepen la valla y
siempre encontramos la manera de ayudarlas a pasar de otra forma”, explica
Sangare Gausu, de 21 años, que aún cojea por una corte que se hizo en el pie
izquierdo en el salto del miércoles. Para trepar, hay que quitarse los zapatos.
Metiendo los dedos de los pies en los huecos de la verja suben más rápido y no
resbalan, pero luego, la huida la hacen descalzos.
Amadou Colimali, de 30 años, se rompió la tibia y el peroné durante la fuga
y sigue hospitalizado. Este maliense de 30 años llevaba ya seis meses en el
Gurugú, después de saltar de un camión a otro para cruzar los 3.200 kilómetros
que separan Mopti, su ciudad natal, de Oujda. Colimali sabía que saltar era
urgente, ya que el invierno en el monte es demasiado duro.
España cree que quedan entre 500 y 600 personas en esos
bosques, mientras que las autoridades marroquíes elevan la cifra a más de
1.700. Los inmigrantes recién llegados creen que son ya pocos centenares los
que esperan a dar el paso, tras un verano muy duro de represión policial:
“Queman nuestras cosas y nos roban el dinero”, cuentan. “Solo queremos salir de
allí”.
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