Arquitecto y profesor, fue el último voluntario del batallón
Mackenzie-Papineau de las Brigadas Internacionales, que trataron de defender la
Segunda República
FÉLIX POBLACIÓN 16/09/2013 publico.es
Jules
Paivio,
arquitecto, profesor y último voluntario del batallón canadiense
Mackenzie-Papineau, de las Brigadas Internacionales que combatieron en la
Guerra de España para defender la segunda República, falleció en su país el
pasado 4 de septiembre a los 97 años. Con 94 había solicitado la nacionalidad
española prometida por Juan Negrín a los brigadistas en 1938 para cuando
terminara la guerra. La obtuvo el 25 de enero del año pasado, cuando el cónsul
general de España en Toronto le entregó su pasaporte.
Jules Paivio
creció al norte de Ontario, en el seno de una familia de padres finlandeses
emigrados a Canadá que creían en la justicia, la libertad y una sociedad justa
para todos. A sus 19 años Jules Paivio -como el doctor Norman Bethune,
como otros más de 1.500 canadienses- vino a España para unirse a la lucha
contra el fascismo junto a los Mac-Paps y el pueblo español.
Llegó pronto
a nuestro país, a finales de 1936, lo que le permitió participar en las
batallas del Jarama y Brunete. Luego trabajó como topógrafo en la base de
Albacete hasta que, en marzo de 1938, se unió de nuevo al batallón
Mackenzie-Papineau. Fue el mes de las "retiradas", es decir, de
la ofensiva franquista de Aragón. Jules era el jefe de una sección de la 1ª
compañía. El 1 de abril Paivio fue hecho prisionero por los Flechas Azules
italianos. Ese día fueron capturados 15 canadienses más y el día anterior 100
británicos, entre ellos Frank Ryan y Bob Doyle.
Jules fue
encerrado el 7 de Abril en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña,
junto con otros 1.000 internacionalistas y varios miles más de prisioneros
vascos, cántabros y asturianos. Allí padecieron las sevicias propias del
aparato de terror nazi-fascista, con frecuentes visitas de la Gestapo.
Bajo la influencia de ésta, el psiquiatra Vallejo-Nájera aprovechó la
presencia de ese material humano para hacer estudios sobre el "gen
rojo". Pretendía demostrar que el fanatismo marxista era una perversión de
la naturaleza, más propio de los seres con inferioridad mental o tendencia a la
psicopatía antisocial. Paivio pudo superar la prueba y en enero de 1939
volvió a su país. El regreso no pudo ser más descorazonador. Como
"premio" por haberse anticipado a la lucha contra el fascismo que ya
alboreaba en Europa, el gobierno canadiense encargó a la Policía Montada
que vigilara a los voluntarios de España, algo que según la Asociación de
Amigos de las Brigadas Internacionales (AABI) hizo hasta hace muy pocos años.
Al día de hoy, todavía no se ha reconocido oficialmente en aquel país el papel
de los brigadistas inteernacionales de Canadá en la Guerra de España. El Museo
Nacional de Canadá no los menciona. Tan solo el esfuerzo de los propios
veteranos, de sus amigos y de alguna que otra autoridad -como la del Gobernador
General Adrienne Clarkson- permitió levantar algunos monumentos de homenaje
y recuerdo como los existentes en Ottawa, Montreal, Victoria y otras
localidades.
Lo mejor que
se pudo decir en Canadá de estos luchadores a los que Miguel Hernández
dotó de un alma sin fronteras, lo escribió el padre de Jules Paivo,
el poeta fino-canadiense Aku Paivo con estos versos, pertenecientes al
poema To my son in Spain, en el que alienta a destruir el fascismo,
al que califica como envilecedor del pueblo:
El tiempo pasa, y en la espera
llegan noticias
de que superas obstáculos, pero
has llegado a tu destino: España.
Más noticias.
Tallos de la muerte, pero has sobrevivido.
Oigo que
con tus bravos compañeros
estás con honor haciendo lo que se debe hacer.
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