Con la breve pero estremecedora novela ‘14’, llena de su
habitual prosa minimalista e incisiva, el autor francés ganador del premio Goncourt
regresa al pasado y bucea en la gran carnicería de la Primera Guerra Mundial
Escritor exquisito y eremita, Jean Echenoz (Orange, 1947) es quizá uno de
los últimos artesanos de la novela contemporánea. Aunque se instaló en París en
1970, nunca ha frecuentado los salones literarios ni los estudios de
televisión, apenas pontifica en tertulias o periódicos, se declara un “pésimo
pensador político”, y pasa la vida en un piso modesto y ordenado, lleno de
libros y fotos, y más bohemio que burgués, situado en el distrito nueve de
París, a tiro de piedra de los locales falsamente canallas de Pigalle, barrio
mestizo y borrachín que vio tiempos mejores.
El sello de Echenoz es su escritura: minimalista, incisiva y delicada,
tiene la virtud de la brevedad, y esconde tras una capa de descuidada ligereza
un gusto por el fogonazo insólito que recuerda a Augusto Monterroso y una fibra
de melancolía decimonónica —Flaubert es su pasión— punteada por una
irresistible ironía, por un humor sombrío y gamberro y por unas certeras
descripciones.
Desde la incómoda silla de madera en la que escribe —“¡por eso mis libros
son tan cortos!”, bromea—, Echenoz va decantando palabra por palabra sus
novelas, marcadas por su obsesiva devoción por la documentación y por una
imaginación de viajero romántico, y tal vez por pura envidia o por necesidad
vital suele colocar a sus personajes en momentos de cambio, o hacerlos vagar
por el mundo sin una meta clara.
Tras ganar el Goncourt en 1999 con Me voy —“el premio me vino de
lujo, porque estaba completamente tieso”, recuerda mientras enciende un pitillo
inglés—, Echenoz fue abandonando poco a poco la exploración geográfica del
presente para bucear en algunas vidas ejemplares del pasado y escribió tres
celebradas ficciones sobre el músico Maurice Ravel (Ravel), el atleta
checo Émil Zatopek (Correr) y el inventor Nikola Tesla (Relámpagos).
Lo último que ha escrito y publicado es lo que él llama su “aproximación a
la gran carnicería”, a la I Guerra Mundial. Titulada 14, por el año en
que empezó el conflicto, aunque algún crítico ha apuntado que este es también
su libro número 14, la novela, que publica ahora Anagrama en español, cuenta en
apenas 100 páginas el estupor, el dolor y la transformación que genera en cinco
amigos de provincias la repentina llegada a Francia, el sábado 1 de agosto de
1914, de “la primera guerra industrial”, o como dice la novela, de “aquella
sórdida y apestosa ópera”.
El relato de Echenoz, siempre sobrio, a ratos burlón y nada complaciente,
arranca con un bucólico paseo en bicicleta del protagonista, Anthime, y enumera
los gestos y las rutinas que la guerra cambiará de un día para otro.
Pregunta. ¿Qué le empujó a escribir
sobre la I Guerra Mundial?
Respuesta. Como me pasa a menudo, un
azar. Nunca pensé escribir sobre esa guerra. Pero un día se murió un pariente
de mi mujer y apareció el diario de su tío abuelo, que estuvo movilizado desde
el primer día hasta 1919, un año después del final de la guerra. Era un diario
muy púdico, parecía escrito para el censor. Lo leí y lo transcribí, aunque sin
intención de escribir sobre él. Poco a poco empecé a interesarme por la guerra,
me puse a investigar, leí a varios autores alemanes y franceses que habían
combatido, y decidí reconstruirla mezclando lo que aprendí y lo que imaginé.
P. ¿Por qué Nantes?
R. Esa región fue una de las más
tocadas, y además una parte de mi familia nació allí. Durante mi infancia, los
excombatientes hablaban muy poco de aquella guerra. Yo nací en el 47, y la
guerra del 14 siempre me pareció muy lejana. Se hablaba mucho de la Segunda
pero muy poco de la Primera. Eso fue cambiando, y ahora la presencia del horror
de la Primera se siente mucho más. Nos damos cuenta de su verdadera dimensión,
sabemos que fue la primera guerra industrial, la peor carnicería de la
historia, el momento en el que irrumpe el armamento moderno, la aviación, el
gas… Es la guerra que cambió la historia de las guerras.
P. ¿El hecho de escribir sobre hechos
ocurridos hace un siglo le obligó a modificar su escritura, su lenguaje, su
estilo?
R. No lo hice intencionadamente, pero
una vez la terminé me di cuenta de que había cambiado. Muchas veces la manera
de escribir la decide el tema que eliges. Y curiosamente este libro tiene
frases más largas que los libros anteriores, hay más adjetivos y está
construido de otra forma, seguramente porque para contar una historia así
tienes que asumir una forma de ceguera… Sobre el lenguaje, hay palabras que no
se pueden utilizar, y cometí un error que detecté al acabar: al citar la
fábrica de zapatos, hablé de los tacones de aguja, que nacieron mucho más
tarde.
P. La novela está llena de pequeños
detalles sobre la rutina de la época. ¿De dónde los sacó?
R. De las lecturas y de las
películas, sobre todo. Pero también de entrevistas. Como no sé hacer otra cosa
que escribir, y es una actividad bastante solitaria, me gusta documentarme,
buscar fotos, sonidos, papeles... En realidad es la fase que prefiero, es
fantástica y estimulante. Trabajas pero no escribes, lo cual ayuda mucho a
limpiar la conciencia. Así que salgo de casa y voy a bibliotecas, o a hablar
con gente. Lo grabo y transcribo todo, aunque al final solo utilizo un dato, o
dos adjetivos que alguien ha dicho...
P. Un trabajo artesanal…
R. Se parece mucho al trabajo del
artesano, sí. No sé si escribir es un oficio, creo que es sobre todo un estado.
O quizá sea un oficio especial. Cada vez que empiezo un libro es como si no
hubiera escrito nada, se ve que no aprendo de lo que he hecho antes. Lo que
intento es no repetirme, no utilizar frases que suenen demasiado como yo; hay
que evitar a toda costa ser tu propia parodia.
P. Lleva varios años escribiendo
sobre el pasado, pero siempre de cosas reales.
R. Todos mis libros parten de lo real
porque me paso la vida mirando lo que pasa alrededor. Llevo varios años en el
pasado, con Ravel, Zátopek y ahora la guerra. La sensación es que soy un ladrón
que roba cosas aquí y allá y luego reconstruye. No tengo motivos para escribir
de mi vida porque no tiene un interés especial.
P. ¿Forma parte de una generación
determinada? ¿Lee a sus coetáneos?
R. Bueno, indudablemente hay
escritores franceses de mi edad (risas). Aunque no los frecuento. Sí leo lo que
se edita, sobre todo lo mi editor (Minuit), pero cada vez leo más clásicos y
releo más. Flaubert, Proust, Joyce… A Flaubert lo podría releer indefinidamente.
P. Lleva en París más de 40 años. ¿Le
gusta?
R. Siempre es dura y poco
hospitalaria. Pero tengo una vida social muy limitada. Paso la mayor parte de
mi vida aquí metido…
P. ¿Ha cambiado mucho Francia en este
tiempo?
R. La miseria es cada vez más perceptible,
y eso resulta muy inquietante. Manifiestamente, el estado social francés ha
fracasado.
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