domingo, 13 de outubro de 2013

Hollywood y la crisis


Desde la bancarrota de Lehman Brothers, que ahora cumple cinco años, el cine norteamericano ha rodado películas que dejan constancia de cómo se ha visto el proceso en el país donde empezó todo
DANIEL FERNÁNDEZ Madrid 15/09/2013

"Si alguien tirara aquí una bomba no quedaría nadie para gobernar el mundo", afirma Gordon Gekko, el histórico tiburón creado en la imaginación de Oliver Stone e interpretado por Michael Douglas, en plena reunión de 'peces gordos' en El dinero nunca duerme. Veintitrés años tardó el cineasta neoyorquino en rodar la secuela de Wall Street, y no pudo haber elegido momento más idóneo.
Si existe una línea que une las películas estadounidenses sobre la crisis es la acusación que realizan contra la irresponsabilidad de los grandes banqueros, a los que señalan como culpables de la situación económica actual. Banqueros como el encarnado por Josh Brolin en la misma cinta, un caballero llamado Bretton James, capaz enarbolar el discurso del "riesgo moral" al tiempo que difunde un rumor falso para aumentar el valor de sus acciones sin que le importen los costes humanos que acarrea.
A esa misma especie pertenece John Tuld, el personaje al que da vida Jeremy Irons en Margin Call, del cineasta J.C. Chandor. Tuld es el mandamás en un banco de inversión ficticio que está al borde de la quiebra. Sin embargo, fue consciente de las ventajas que le proporcionó el entramado económico de su país para llevar hasta su elevado cargo, aunque "no precisamente por mi cerebro", añade.
En ambos filmes el Estado aparece, precisamente, como garante de las condiciones que sustenta la economía de mercado; condiciones que permiten a unos tipos ganar casi noventa millones de dólares al año mientras otros se conforman con seis meses de sueldo como indemnización por su despido. Es el cemento que permite a los ladrillos de la pared mantenerse unidos.
A los segundos, los que son despedidos sin previo aviso porque las acciones de su empresa han perdido valor repentinamente, pertenece Bobby Walker, el personaje protagonizado por Ben Affleck en The company men. La suya es la historia de un hombre bien colocado que aspiraba a ir ascendiendo hasta alcanzar algún día el puesto de los grandes jefes. Su carrera se ve truncada con una hipoteca, mujer e hijos a su cargo; por lo que se ve en la obligación de interiorizar su situación y bajar su nivel de vida para salir adelante.
Personas como Walker se encuentran muy lejos de la situación de los Tuld, Gekko y compañía, quienes no sólo no aparentan dificultades para llegar a fin de mes, sino que además consiguen que sus desmanes parezcan meras consecuencias de la lógica capitalista en lugar de crímenes punibles.
También en documental
Inside Job, el film de Charles Ferguson, ganó en 2010 el Óscar a Mejor Documental rodeado de alabanzas: "Esta crisis no fue un accidente", advierte en una declaración de intenciones. Se trata de una de las primeras obras que señaló directamente al "Gobierno de Wall Street" como responsables del colapso en el corazón del capitalismo.
En poco más de dos horas y con la voz de Matt Damon en la narración, Ferguson disecciona lo que Carlos Boyero denominó "la perpetua historia de la infamia".
Una aspiración mayor si cabe es la que movió al ácido documentalista Michael Moore a rodar Capitalismo: una historia de amor en 2009, estrenado apenas un año después de la caída de Lehman Brothers: "El capitalismo es un sistema de dar y tomar. Sobre todo de tomar", afina Moore. Aquí el cineasta no consigue solamente desenmascarar a los responsables de la crisis, denunciando su enrevesado lenguaje y la impunidad de sus actos, sino que trata también de explicar la perversión que supuso la desregulación financiera desde el mandato de Ronald Reagan en adelante.
Moore lava la cara del capitalismo, al que recuerda en su niñez como un modelo deseable porque permitía a su padre trabajar y construir un proyecto de vida. Esas condiciones desaparecen a partir de los ochenta hasta degenerar en la calamidad que supone en la actualidad.
No obstante, despropósito o lo contrario, continúa creciendo la separación que distancia a los de arriba de los de abajo. A estos últimos cada vez les queda menos consuelo porque, como decía pletórico Gordon Gekko: "Lo mejor de todo es que no hay responsables".

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