Desde la bancarrota de Lehman Brothers, que ahora cumple cinco años, el
cine norteamericano ha rodado películas que dejan constancia de cómo se ha
visto el proceso en el país donde empezó todo
DANIEL FERNÁNDEZ Madrid 15/09/2013
"Si
alguien tirara aquí una bomba no quedaría nadie para gobernar el mundo",
afirma Gordon Gekko, el histórico tiburón creado en la imaginación de
Oliver Stone e interpretado por Michael Douglas, en plena reunión de
'peces gordos' en El dinero nunca
duerme. Veintitrés años tardó el cineasta neoyorquino en rodar
la secuela de Wall Street,
y no pudo haber elegido momento más idóneo.
Si existe
una línea que une las películas estadounidenses sobre la crisis es la acusación
que realizan contra la irresponsabilidad de los grandes banqueros, a los
que señalan como culpables de la situación económica actual. Banqueros
como el encarnado por Josh Brolin en la misma cinta, un caballero
llamado Bretton James, capaz enarbolar el discurso del "riesgo
moral" al tiempo que difunde un rumor falso para aumentar el valor de sus
acciones sin que le importen los costes humanos que acarrea.
A esa misma
especie pertenece John Tuld, el personaje al que da vida Jeremy Irons
en Margin Call,
del cineasta J.C. Chandor. Tuld es el mandamás en un banco de inversión
ficticio que está al borde de la quiebra. Sin embargo, fue consciente de las
ventajas que le proporcionó el entramado económico de su país para llevar hasta
su elevado cargo, aunque "no precisamente por mi cerebro",
añade.
En ambos
filmes el Estado aparece, precisamente, como garante de las condiciones
que sustenta la economía de mercado; condiciones que permiten a unos
tipos ganar casi noventa millones de dólares al año mientras otros se conforman
con seis meses de sueldo como indemnización por su despido. Es el cemento que
permite a los ladrillos de la pared mantenerse unidos.
A los
segundos, los que son despedidos sin previo aviso porque las acciones de su
empresa han perdido valor repentinamente, pertenece Bobby Walker, el
personaje protagonizado por Ben Affleck en The company men.
La suya es la historia de un hombre bien colocado que aspiraba a ir ascendiendo
hasta alcanzar algún día el puesto de los grandes jefes. Su carrera se ve
truncada con una hipoteca, mujer e hijos a su cargo; por lo que se ve en la
obligación de interiorizar su situación y bajar su nivel de vida para
salir adelante.
Personas
como Walker se encuentran muy lejos de la situación de los Tuld, Gekko y
compañía, quienes no sólo no aparentan dificultades para llegar a fin de mes,
sino que además consiguen que sus desmanes parezcan meras consecuencias
de la lógica capitalista en lugar de crímenes punibles.
También en
documental
Inside Job,
el film de Charles Ferguson, ganó en 2010 el Óscar a Mejor Documental
rodeado de alabanzas: "Esta crisis no fue un accidente", advierte en
una declaración de intenciones. Se trata de una de las primeras obras que
señaló directamente al "Gobierno de Wall Street" como
responsables del colapso en el corazón del capitalismo.
En poco más
de dos horas y con la voz de Matt Damon en la narración, Ferguson
disecciona lo que Carlos Boyero denominó "la perpetua historia de la
infamia".
Una
aspiración mayor si cabe es la que movió al ácido documentalista Michael
Moore a rodar Capitalismo: una
historia de amor en 2009, estrenado apenas un año después
de la caída de Lehman Brothers: "El capitalismo es un sistema
de dar y tomar. Sobre todo de tomar", afina Moore. Aquí el cineasta no
consigue solamente desenmascarar a los responsables de la crisis, denunciando
su enrevesado lenguaje y la impunidad de sus actos, sino que trata también de
explicar la perversión que supuso la desregulación financiera desde el
mandato de Ronald Reagan en adelante.
Moore lava
la cara del capitalismo, al que recuerda en su niñez como un modelo
deseable porque permitía a su padre trabajar y construir un proyecto de vida.
Esas condiciones desaparecen a partir de los ochenta hasta degenerar en la calamidad
que supone en la actualidad.
No
obstante, despropósito o lo contrario, continúa creciendo la separación que
distancia a los de arriba de los de abajo. A estos últimos cada vez les queda
menos consuelo porque, como decía pletórico Gordon Gekko: "Lo mejor de
todo es que no hay responsables".
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